Una semana de guerra
Pascal Beltrán del Río Bitácora del director
LEÓPOLIS, Ucrania. Uno casi puede olvidar que esta majestuosa ciudad cargada de historia forma parte de un país en guerra… hasta que suena la alarma antiaérea.
Lo hizo ayer dos veces, a las 20:30 y 21:20 horas. Mientras sonaba la primera de ellas, todos los huéspedes del hotel, junto con los habitantes del barrio de la terminal del ferrocarril, fuimos conducidos a un refugio construido en la época soviética que incluso guarda mucho de la imagen de aquellos tiempos.
En su cuenta de Telegram, el alcalde Andriy Sadovyi anunció el fin de la medida y todos pudimos regresar sobre nuestros pasos. La alarma, me explican, suena cuando sucede algo fuera de lo común en el espacio aéreo y no es necesariamente un presagio de un bombardeo.
Aun así, las imágenes de la guerra –que anoche, en el tiempo de México, cumplió una semana– hacen que el sonido sea escalofriante. Y en nada ayuda a la tranquilidad el recuerdo de la Guerra Fría que acompaña el descenso a ese sótano reforzado de concreto y puertas de acero.
Leópolis ha sido un punto de encuentro de civilizaciones. Fundada hace 800 años por Daniel de Galitzia, primer rey de la Rus, fue austriaca, polaca y soviética antes de constituirse en la capital del oeste de la Ucrania independiente, donde los hablantes del idioma ruso, a diferencia del oriente del país, son clara minoría.
Desde que comenzó la invasión rusa es un lugar que concentra a muchos desplazados internos. Personas de ciudades duramente castigadas por los bombardeos, como Járkov y Mariúpol, han venido a concentrarse aquí. Para muchos de ellos ha sido el primer paso para irse del país.
Después de las 10 de la noche y hasta las seis de la mañana, Leópolis, igual que sucede en el resto de Ucrania, entra en pasmo y se sume en un profundo silencio. El toque de queda –u, oficialmente, “el tiempo de los comandantes”– hace que todos los civiles tengan que guardarse en sus casas.
Llegué aquí luego de tomar tres autobuses, y una vez que crucé la frontera polaca en la garita peatonal de Medyka.
Los 80 kilómetros de recorrido dan testimonio de la vocación agrícola de la región y están punteados de retenes, o, más bien barricadas, hechas con sacos de arena, llantas y tubos metálicos soldados unos con otros.
Los bloqueos protegen los accesos a los distintos pueblos desde la carretera principal y van frenando el tráfico, por lo que el camino que tendría que hacerse en una hora acaba siendo de dos.
Su propósito no es tanto frenar la eventual llegada de un convoy militar ruso, sino prevenir la infiltración de enemigos vestidos de civil, quienes puedan convertirse en saboteadores. Por eso, las personas a cargo de ellos están alertas para detener a cualquier vehículo sospechoso.
A lo largo de la ruta están las señales de la manera desesperada en que han huido los ucranianos al extranjero. La basura se acumula en el costado norte de la carretera. La fila de autos que espera entrar en Polonia se alarga por varios kilómetros y algunos ventajosos que tratan de introducirse tienen que ser retirados por la policía.
Por ahora, el poniente ucraniano parece un lugar seguro. Pero, ¿cuánto tiempo durará eso, con combates que se libran en el norte, oriente y sur del país?
Ha sido una semana larguísima de una guerra que muchos dudaban que se produjera, pero que Rusia continúa, a pesar de todo el descrédito que le ha acarreado a nivel internacional.
En los últimos dos días, Moscú ha incrementado la fuerza de sus ataques para tratar de doblegar a los defensores a fuerza de cañonazos.
Las partes volverán hoy a la mesa de negociaciones en Bielorrusia con el compromiso explícito de explorar la posibilidad de un cese al fuego, pero sin una rendición ucraniana o una retirada rusa, eso se ve muy poco probable.