Jorge Fernández Menéndez
La presencia del narcotráfico en Quintana Roo es inocultable. Los recientes casos de Xcaret y de Playa del Carmen no hacen más que confirmarlo. Ya analizaremos en detalle qué sucede hoy en ese estado, pero la historia comenzó muchos años atrás, durante el gobierno de Mario Villanueva.
En noviembre de 2018, poco antes de asumir el poder, durante su visita a Quintana Roo, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador recibió una carta del hijo de Mario Villanueva, el exgobernador del estado, preso desde fines del gobierno de Ernesto Zedillo, acusado en México y en Estados Unidos de narcotráfico. En la misma, Carlos Mario Villanueva Tenorio, convertido en un destacado político local, primero en el PRI y ahora en Morena, definía a su padre como un preso político y demanda su libertad o, por lo menos, que se le permitiera estar en prisión domiciliaria. Meses después, así ocurrió.
Mario Villanueva Madrid no era un preso político. Es un político que desde la gubernatura se alió con grupos del narcotráfico, puso en manos de éstos diversos espacios de poder y de la seguridad del estado y si está cumpliendo condena es por esos delitos, no por razones políticas. Desde entonces hasta ahora, el narcotráfico no ha hecho más que crecer en la entidad.
Villanueva fue un gobernador que llegó al poder durante el gobierno de Carlos Salinas, de la mano de Luis Donaldo Colosio y Carlos Rojas. Era un hombre humilde y relativamente popular que había implementado Solidaridad en el estado y que rompía con el modelo de candidato surgido de las familias de mayor peso político en la entidad. Pero, una vez instalado en el poder, la estela de abusos, autoritarismo y vigencia de Villanueva se cruzó con una cada vez más evidente presencia del narcotráfico en la entidad, ya no sólo como una plaza turística de alto consumo, sino como un centro de operaciones clave en todo el sur del país, con ramificaciones en Centroamérica, en Cuba y otras islas del Caribe.
En esos años, Villanueva “expulsó” al cónsul de Estados Unidos de Cancún porque éste osó investigar la muerte de dos jóvenes mujeres estadunidenses por sobredosis de droga durante sus vacaciones en el centro turístico. Descubrió que quien le había vendido la droga adulterada a las jóvenes eran personajes ligados a las fuerzas de seguridad locales. Villanueva decidió ir por el cónsul, subirlo a la fuerza a un avión y “expulsarlo” del estado.
Por ésas y otras denuncias, el entonces secretario de la Defensa, el general Enrique Cervantes, envió un grupo de inteligencia militar a investigar qué sucedía en ese centro turístico. Había denuncias de que los narcotraficantes estaban descargando grandes cantidades de drogas desde allí para redistribuirlas hacia otras partes de México y hacia Estados Unidos.
El grupo de inteligencia militar fue descubierto por un grupo paramilitar que había formado Villanueva con su gente de confianza, ligada a su vez al narcotráfico, que los detuvo, los torturó hasta la muerte, salvo a uno de sus integrantes, su jefe, que fue abandonado, muy delicado de salud, en Campeche. Le dejaron el mensaje de que no se volvieran a meter en Quintana Roo.
Al mismo tiempo, Villanueva extorsionaba a los empresarios importantes que tenían negocios en la zona. Tuve en mis manos y la publiqué en el libro El otro poder (Aguilar, 2001) una carta de Mario Villanueva entregada al entonces banquero Roberto Hernández, en la que le exigía 37 millones de pesos mensuales para frenar una durísima campaña en su contra en los medios del estado.
Cuando el presidente Zedillo convocó a Villanueva para que le diera explicaciones sobre todas estas denuncias, el gobernador rompió con el presidente. Durante cinco años estuve investigando el caso Villanueva, siendo Mario gobernador en funciones, y buena parte de este entramado quedó al descubierto, incluyendo muchos otros, como el tráfico de mercancías y productos con Cuba, además de una red de tráfico de jóvenes mujeres cubanas a Cancún. Cada vez que publicaba algo, Villanueva me enviaba, con una tarjeta firmada de puño y letra, una corona o ramo mortuorio a mi casa. La tarjeta decía “siempre te leo”.
Unos días antes de fugarse, Villanueva, acompañado por un numeroso grupo de custodios, irrumpió en mi oficina. Pensé que venía a amenazarme o algo peor. Me encontré con un hombre que casi llorando me pedía interceder por él. Decía que todo era verdad, menos lo de su relación con el narcotráfico.
Le dije que yo no era su enemigo, que simplemente había investigado las denuncias en su contra y que sus adversarios reales eran quienes habían sido mis fuentes: el gobierno de Estados Unidos, el del presidente Zedillo, la Secretaría de la Defensa y buena parte de los empresarios importantes que tenían negocios en Quintana Roo. Todos ellos habían sido agraviados por Villanueva.
La investigación oficial sobre Mario Villanueva había comenzado de forma prácticamente casual, con la detención de un narcotraficante de origen beliceño en la carretera que va de Chetumal a Escárcega, en Campeche, en un poblado llamado Caoba. El hombre llevaba un cargamento de cocaína. Al ser detenido pidió hablar con el gobernador, pero se equivocó de estado: ya estaba en Campeche y lo habían detenido militares. Era 1998 y por primera vez se le tomó declaración ministerial, como indiciado, a Mario Villanueva. Desde entonces hasta ahora, el narcotráfico sigue cada vez más presente en el estado. Y los Villanueva son factores de poder en Morena.