Putin mete reversa
José Luis Valdés Ugalde
El 25 de diciembre se cumplieron 30 años de que el líder reformista soviético, Mijail Gorbachov, firmara su renuncia como líder de la URSS, la cual se disolvía y pasaba a convertirse en la República Federal Rusa. Al convertirse en Rusia, esa nación volvía a su estado más puro como Estado-nación y se ajustaba frente a Estados Unidos y Occidente, como una entidad subordinada. Se daba fin a un Estado con décadas de abusos y represión contra la ciudadanía, al tiempo que transitaba, en teoría, hacia la consumación de un régimen democrático que dejaba atrás el oscuro pasado estalinista de represión y agravios contra su gente. Así, se redefinían los factores de poder geopolítico de la posguerra fría. Iniciaba, también en teoría, el fin de la guerra fría y daba comienzo uno que prometía ser largo –mas no tan tortuoso– proceso de arreglos internacionales, hacia la consumación, también, de arreglos democráticos que harían época. Daba término a un ciclo histórico que transformaría a Rusia y la política global como regional.
Para Vladimir Putin, quien en el momento de la caída de la URSS operaba –traumado por la hecatombe soviética– la vieja KGB desde Alemania, este acontecimiento histórico sería la máxima “tragedia” para la geopolítica de la URSS en el siglo XX. Hoy, Putin parece decidido a revertir todo el proceso postsoviético y cometer los mismos excesos, por los que su añorada Unión Soviética cayó. También está dando los pasos que Timothy Snyder justamente desrecomienda y que sólo anuncian el preludio del arribo de una tiranía como la que parece estarse conformando en Rusia hoy en día (ver sus libros On Tyranny. Twenty Lessons from the Twentieth Century y El camino hacia la no libertad).
El trauma por la pérdida zarista-soviética de poder imperial ha llevado a Putin a cometer los mayores excesos conocidos desde Stalin, en lo que se refiere a la política interna y externa. Los primeros excesos tienen que ver con la violación a los derechos humanos de los connacionales. Ya se han presenciado actos de represión contra la disidencia, incluido el envenenamiento del líder opositor Alexei Navalny, quien después de sobrevivir en Alemania a su envenenamiento a manos de las fuerzas oscuras del Kremlin, decidió regresar a Rusia, sólo para ser encarcelado de inmediato con condenas aún indeterminadas y con cargos absolutamente irracionales. En el año que terminó, el Kremlin ha dado duros golpes a la sociedad civil. Valiéndose de una ley de agentes extranjeros que hace palidecer al Ministerio de la Verdad de Orwell, el gobierno de Rusia, a través del tribunal de la ciudad de Moscú, dictaminó el cierre del Centro de Derechos Humanos Memorial junto al cierre de la Fundación Memorial Internacional, una veterana organización que tenía 30 años de vida y había encabezado la lucha en favor de la memoria histórica de los crímenes soviéticos hasta la actualidad. De entre los ataques a los medios y las ONG, según la plataforma Unión Social-Ecológica, destaca el hecho que desde 2014 han cerrado 22 de las 32 organizaciones medioambientalistas por la acusación de ser agentes extranjeros. También a Memorial la acusó el juez de no cumplir con la obligación de presentarse como agente extranjero. Sin embargo, la verdadera razón, según un comunicado de los dirigentes de esta entidad, es que interpretan de forma incorrecta la historia soviética y que “crea una mala imagen de la URSS como Estado terrorista”. El revisionismo de Putin a todo lo que da con el objeto de recuperar la “grandeza” de la gran patria rusa.
En política exterior las cosas tampoco marchan bien. La falsa crisis de migrantes en la frontera polaca que Alexander Lukashenko, dictador de Bielorrusia, armó, con el presumible apoyo de Putin, acosa a Polonia y a otros países europeos como Alemania. Es claramente una contraofensiva del Kremlin y de su monaguillo bielorruso ante las sanciones impuestas a Lukashenko por sus medidas represivas. El acoso a Ucrania es quizá el movimiento militar más audaz desde la invasión de Polonia por Hitler. El despliegue de los más de 100 mil efectivos militares y el armamento consabido en la frontera con Ucrania, sin embargo, más que el preludio de una invasión, tiene el propósito de inhibir las intenciones de Ucrania y de la OTAN de asociarse. Según Foreign Affairs (diciembre 28 de 2021), el gobierno ruso presentó una lista de demandas a EU para evitar el escalamiento militar, a saber: poner un alto a la expansión hacia el Este de la OTAN y de su infraestructura militar y el fin de la asistencia militar a Ucrania. Claramente, el Kremlin desea impedir que su antiguo territorio sea tomado por Occidente y para ello está dispuesto a todo, incluida la confrontación militar con Occidente, escenario de pronóstico reservado.
Putin mete reversa (II)
Exsecretario general del Partido Comunista Italiano
Vladimir Putin se niega a aceptar que ya no es posible regresar a la Rusia de los zares ni a la de Stalin. Se acabó la Rusia imperial y él, si acaso, es el último zar náufrago de la post-URSS. Se trata de la Rusia de sus nostalgias y obsesiones que se han quedado en el cabús del tren que recorre la realidad del mundo de hoy. En Europa, esta realidad está encargada de desmantelar el necio y falaz despliegue argumental de Putin acerca de rediseñar los acuerdos de seguridad global y europea de la posguerra fría. Soy de la opinión de que Putin no cree en su fuero interno realmente de que la OTAN sea la amenaza de su seguridad, ni el objetivo final de sus faramallas. Su amenaza está, más bien, aún más cerca: es la política interna rusa y el miedo de Putin a perder legitimidad y cara ante los abusos y violaciones a los derechos humanos que su gobierno ha cometido sistemáticamente en contra de la sociedad civil rusa y la de otras repúblicas bajo el asedio militar directo del Kremlin, como Kazajistán, Moldavia, la región del Donbás, al este de Ucrania y Georgia (por ahora). Por cierto, Rusia inició el miércoles pasado con 10 mil soldados nuevos ejercicios militares en las regiones próximas a Ucrania y Georgia. Lo peor es que invadir Ucrania (que sigo pensando como inviable desde todos los puntos de vista) no le resultará como sí le resultó a la vieja URSS, la invasión soviética de Checoslovaquia, a fin de recuperar la legitimidad política interna extraviada de aquel entonces.
Ahora bien, muy a pesar de que no estamos ya en los tiempos de la división clásica de “esferas de influencia”, no podemos subestimar la obsesión geopolítica que está detrás de las intenciones rusas en Ucrania por parte del antiguo agente del KGB. Putin es el representante más emblemático de la guerra fría en tiempos de la posguerra fría. Esta terquedad es la que lo orilló a apropiarse ilegalmente de Crimea –y de invadir parte del este de Ucrania, en la región del Donbás, en donde, por cierto, hoy ocurre una guerra– y sobre la cual se basa el acoso a Ucrania. Max Seddon, corresponsal del Financial Times en Moscú, lo ha dicho así: “Los analistas dicen que el deseo de Putin de librar a Ucrania de la influencia occidental está basada en la convicción de que es una parte inalienable del mundo ruso, es una céntrica esfera de influencia de Moscú, enraizada (en la idea) de la Unión Soviética y el imperio zarista”.
Lo anterior lo han rebatido Washington, Bruselas y principalmente la OTAN, al rechazar la exigencia rusa de detener su expansión al Este. La lógica occidental es impecable, como lo fue en su momento la del astuto comunista Enrico Berlinguer: la OTAN es una fuerza de contención y de disuasión frente a los impulsos militaristas de Moscú. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, lo dice con la mayor contundencia cuando afirma que la actual negociación con Rusia es “definitoria” para la seguridad europea, toda vez que lo que exige Rusia para detener la escalada de tensión provocada por las ínfulas expansionistas de Putin contra Ucrania, supone regresar a las reglas que dominaban las políticas exteriores de la guerra fría, tiempo aquel en que las nociones y principios de soberanía eran radicalmente distintos a los de ahora. El planteamiento de Europa es claro sobre esto, la soberanía estatal para decidir su propio derrotero es, eso, soberanía de cada nación para definirlo por encima de los impulsos dominantes del Heartland ruso. Stoltenberg explica que la OTAN mantendrá su política de puertas abiertas a los estados que quieran adherirse y lo fundamenta: “Decir, tú no puedes entrar en la OTAN porque estás muy cerca de Rusia, crearía un área de influencia. Los que venimos de países pequeños cercanos a Rusia sabemos que eso es peligroso. Los países tienen derecho a decidir su destino”.
Las posiciones entre la OTAN y Rusia están sumamente alejadas y no es pensable que este entuerto sea resuelto por una negociación en la que Putin –el atacante– quede satisfecho. Seguirá insistiendo en la defensa de su pretensión neoimperialista y de control territorial, a costa de la soberanía ucraniana, país que tiene claro que se quiere asociar con Occidente. Esta derrota cultural de Rusia es, en parte, lo que ha hecho que se concrete la expansión militar rusa y se magnifique, en los términos de Putin, el tamaño del conflicto. Y todo esto con el objetivo desmedido de resucitar a Rusia como reflejo de la antigua Rusia imperial, todo lo cual, en estos tiempos de declives hegemónicos, se percibe como inviable.