Pascal Beltrán del Río
El 21 de enero de 1924 murió Vladimir Ilich Lenin, principal líder de la Revolución Rusa y máximo dirigente de la naciente Unión Soviética. Entre diciembre de 1922 y enero de 1923, Lenin dictó un testamento que se hizo público a su muerte. En él, propuso cambios en la estructura de poder, incluyendo la destitución de José Stalin como secretario general del Partido Comunista de Rusia, advirtiendo sobre la división que causaría la pugna entre León Trotsky y el propio Stalin.
Pese a que la viuda de Lenin, Nadezhda Krúpskaya, buscó que tuviese la máxima difusión, para así humillar a Stalin, el documento se mantuvo en circulación restringida hasta que el escritor y activista estadunidense Max Eastman lo publicó en el diario The New Times en octubre de 1926. Eso le dio tiempo a Stalin de consolidar su poder. Para contrarrestar la influencia de Trotsky, forjó una alianza con Lev Kámenev y Grigori Zinóviev, quienes también eran vistos como potenciales sucesores de Lenin. Derrotado Trotsky, Stalin marginó a Kámenev y Zinóviev y se alió con Nicolái Bujarin, téorico del Partido Comunista, y con el primer ministro Alekséi Rýkov. Para finales de 1927, Stalin se había consolidado como el líder de la URSS.
Los cuatro hombres que lo ayudaron a llegar a la cumbre terminarían fusilados una década más tarde. Durante el resto del mandato de Stalin, que concluyó con su muerte en marzo de 1953, el testamento de Lenin fue considerado un documento apócrifo y estigmatizado como propaganda occidental. La comedia franco-británica La muerte de Stalin –que se puede ver en Netflix– es un buen recordatorio de cómo resultan fútiles los deseos de un líder de seguir mandando desde el más allá.
Con una soberbia dosis de humor negro, la película dirigida por Armando Iannucci retrata la encarnizada y maquiavélica lucha de poder que siguió a la desaparición física del georgiano. Igual que ocurrió con la sucesión de Lenin, Nikita Jrushchov se alió con varios de los potenciales sucesores para desplazar de la competencia a Gueorgui Malenkov, el número 2 de Stalin, y a Lavrenti Beria, jefe del NKVD, el servicio secreto que evolucionó en KGB.
Tal como pasó durante las purgas estalinistas, Beria fue sometido a un juicio sumario y ejecutado. Malenkov salvó la vida, pero fue forzado a dimitir en 1955. Subestimado por todos, Jrushchov ascendió a la principal posición de poder en la URSS, donde se mantuvo hasta octubre de 1964, cuando fue “retirado” por un golpe orquestado por Leonid Brezhnev. El resto de su vida la vivió en el ostracismo, vigilado permanentemente por la KGB.
Los muertos no gobiernan. Incluso figuras tan poderosas e influyentes como Lenin y Stalin no tuvieron modo de imponer los planes que tenían para su país al momento de su partida.
Cuando Alejandro Magno estaba en su lecho de muerte, dejó dicho que se construyera una flota para realizar una expedición contra Cartago. Sus sucesores decidieron no cumplir el deseo por tratarse de algo poco práctico y extravagante.
Todos los familiares de Alejandro –incluida su madre Olimpia, su esposa Roxana, su hijo legítimo Alejandro, su amante Barsine y su hijo ilegítimo Heracles– fueron asesinados por Casandro, hijo de Antípatro, uno de los generales de Alejandro, para que evitar que fueran sucesores.
Crátero, el comandante del mayor de sus ejércitos y favorito de Alejandro, no estuvo en el momento que éste dictó el testamento y no parecía estar muy deseoso de heredar el imperio, el cual se dividió entre los llamados diádocos –los generales más viejos y sus hijos–, quienes terminaron haciéndose la guerra.
En cuanto al cuerpo de Alejandro, éste fue robado cuando lo llevaban de regreso a Macedonia, en un ataúd de oro. Fue exhibido en Alejandría hasta que el rey Ptolomeo XI fundió el ataúd para acuñar monedas. Cuando Roma invadió Egipto en el año 29 a.C., Octavio, el futuro emperador César Augusto, coronó su momia, pero en un descuido le rompió la nariz. La tumba fue probablemente destruida en una de las revueltas que siguieron al colapso del imperio romano, así que el lugar preciso donde descansan los restos de quien fuera el conquistador más grande del mundo es motivo de meras especulaciones.
Los caudillos mandan mientras tienen poder y tienen vida. Perdido alguno de los dos, dejan de mandar. Y manda otro.