El informe de ayer del presidente López Obrador, para celebrar los tres años de su victoria electoral de 2018, tuvo sabor a mañanera. Poca información, datos controvertidos, mucha opinión política, varias descalificaciones, incluso la lectura de una encuesta de la propia Presidencia que no coincide con otras encuestas y ni siquiera con los resultados electorales.
Sobre la pandemia, el Presidente hizo una suerte de corte de caja. No hubo, por supuesto, autocrítica alguna, no se habló siquiera del número de muertos, salvo para decir que no estamos en los primeros lugares mundiales. Se reconoció el esfuerzo de la vacunación y llamó profundamente la atención de que en el primer lugar de los agradecimientos por el apoyo internacional recibido con vacunas anticovid, se pusiera a Cuba en primer lugar, incluso con un silencio presidencial para dimensionar ese apoyo. Que sepamos, Cuba no ha enviado vacunas ni equipo para vacunar, tampoco aquí se está vacunando con la vacuna que está produciendo el régimen cubano.
En lo económico hubo cifras optimistas, pero no se reseñaron los daños que dejó la pandemia, comenzando por la caída brutal del PIB en 2020. No se dijo que ayer mismo se informó que existen 67 millones de mexicanos en la pobreza, y que ha habido, según cifras del Coneval, 14 millones 600 mil mexicanos más pobres que en 2018. Los empleos perdidos por la pandemia y que aún no se han recuperado suman unos 650 mil.
No entendí la reflexión que se hizo respecto a la seguridad. Una vez más, el Presidente, sin una sola autocrítica respecto al tema que más preocupa a la ciudadanía, dijo que heredó los cárteles del periodo que él llama neoliberal, pero ésa es una pobre coartada. En México hubo primero un cártel hegemónico (años 80), luego tres (hasta mediados del 90), luego llegó a haber siete y desde la destrucción de Los Zetas tenemos dos cárteles, pero hay unas cien organizaciones y bandas criminales importantes que operan en todo el país. Algunas se heredaron, otras son nuevas, pero lo que importa es cómo influye eso en la seguridad cotidiana.
Y esa seguridad no ha mejorado o, mejor dicho, ha mejorado en algunos lugares del país en algunos rubros, como el secuestro o el robo de vehículos, y ha empeorado en otros, como los feminicidios, la extorsión, el robo en carreteras y en transporte, mientras los asesinatos aumentan, no disminuyen: en 2018 hubo 34 mil 200 asesinatos; en 2019, 36 mil 600; en 2020, con todo y confinamiento, 34 mil 500, en este 2021 llevamos unos 15 mil en los primeros cinco meses del año y junio ha sido un mes terriblemente violento, con diez masacres cometidas en distintos lugares del país.
Por cierto, la masacre de Reynosa no mereció una línea en el informe. Insistir en que hay una nueva estrategia que prioriza en los pobres, en los medios humanos y no en la violencia, no dice absolutamente nada. En seguridad, la eficacia se mide por resultados y nadie se siente hoy más seguro que hace tres años y los números lo muestran.
Me desconcertaron los largos minutos que le dedicó el Presidente a lo que llamó el bloque opositor, conservador. Sumó a ese bloque, sin diferenciación alguna, a todo aquel que no esté de acuerdo con él, desde empresarios hasta comunicadores y, obviamente, a todos los partidos que no lo apoyan.
Pero la exposición osciló entre la más cruda descalificación hasta los llamados de unidad. No entendí cómo fraseó sus diferencias con Juárez, cuando dijo que los conservadores también son mexicanos. Como ocurre con la seguridad, los resultados electorales tuvieron una lectura, digamos que parcial, vista desde una perspectiva muy optimista de los distritos ganados por Morena y sus aliados, pero se olvida que los números absolutos dan otro panorama, como lo hacen los resultados en la Ciudad de México, en Nuevo León, en el cinturón conurbado de las grandes ciudades y en la mayoría de las capitales estales, incluso de los estados donde Morena ganó gubernaturas. El triunfo absoluto del que habló no fue tal. Indudablemente el oficialismo triunfó en junio pasado, pero lo hizo también en medio de varios retrocesos (perdió varias decenas de diputados) y derrotas locales.
También presentó el Presidente una encuesta telefónica, que, si no me equivoco, fue levantada con una muestra de dos mil llamadas, donde exhibió números muy halagüeños para su gestión. El problema es que es una encuesta propia, telefónica y con una muestra pequeña y, por ende, poco confiable.
Me parece que lo que no se termina de comprender es que esta administración entró ya en su segunda mitad. En tres años habrá ya un nuevo mandatario electo. Habrá todo un proceso, largo y tortuoso, manejado por el presidente López Obrador, para el destape de sus sucesor o sucesora, pero se olvida que en ese proceso, que ya se ha iniciado, la capacidad presidencial, su espacio y capacidad de maniobra termina acotándose, siendo siempre decreciente. Y en el cuarto año, o sea, en 2022, dentro de unos meses, algunos funcionarios comenzarán a pensar en cómo quedarán ellos en la sucesión, otros en cómo cerrarán sus gestiones para que en el futuro no los persigan y muchos más a tratar de acomodarse de cara al futuro. Y ese proceso, insistimos, ya comenzó.