Vianey Esquinca
La inmaculada percepción
El amparo es el instrumento que tiene una persona para defenderse de la autoridad cuando considera que están violando sus derechos contemplados en la Constitución. Hoy, en tiempos de la 4T, esta figura jurídica se ha convertido en casi un escudo protector, es el verdadero: “detente enemigo, el amparo del señor juez está conmigo” al que padres y madres de familia, empresarios, enfermos, médicos, particulares, universidades, organismos autónomos entre otros, han tenido que recurrir para protegerse de las arbitrariedades y ocurrencias del gobierno federal y el Congreso con mayoría morenista.
Pero de presentar un amparo y conseguir que el juez conceda la razón hay un largo trecho. Primero, la persona o institución que da el paso de ampararse debe asumir que pasa a la libretita de los rencores de Presidencia y se convierte en un neoliberal, conservador, fifí, adversario de la transformación, tecnócrata, camaján, mezquino y reaccionario, con intereses oscuros que antes callaban como momias y hoy gritan como pregoneros. Por su parte, el abogado que lo ayuda se vuelve un traidor a la patria.
Luego, el quejoso debe bajar la corte celestial para que le toque un magistrado neutral o afín a su causa, para después pedir que éste sea de palo y que tenga orejas de pescado para que no se intimide con las críticas que, desde la mañanera, el presidente Andrés Manuel López Obrador lanza contra los jueces que fallan en contra de sus decisiones o intereses y, finalmente, suplicar que el juez resista la prueba de la investigación que se solicita desde Presidencia.
Porque, como era de esperarse, al mandatario mexicano no le gusta que le lleven la contraria y ha acusado a jueces de ser corruptos por aceptar amparos. Incluso pide que sean investigados por el Consejo de la Judicatura o manda checar sus finanzas a través de la UIF. Eso sí, cuando el gobierno federal o alguna de sus dependencias tiene que recurrir al amparo, está muy bien y se llama defensa de los intereses de la nación. El Estado de derecho se vuelve un Estado del absurdo.