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Historia y Cultura

¿Para eso queríamos estar en primera fila?

 

Pascal Beltrán del Río
 
Bitácora del director
 
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A partir de noviembre, México presidirá por octava vez en su historia el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.

El cargo le corresponde de forma rotativa, por un mes, como uno de los miembros (no permanentes) del organismo para el periodo 2021-2022.

El primer mexicano al que le tocó presidirlo fue el duranguense Francisco Castillo Nájera, en su calidad del secretario de Relaciones Exteriores del gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho, entre el 17 de junio y el 16 de julio de 1946.

Esa distinción le habría tocado al canciller Ezequiel Padilla, quien condujo el proceso de incorporación de México a Naciones Unidas, pero él decidió separarse del gobierno en octubre de 1945 para lanzar su candidatura presidencial.

Después de Castillo Nájera fueron presidentes del Consejo de Seguridad Porfirio Muñoz Ledo, en abril de 1980 y abril de 1981; Adolfo Aguilar Zinser, en febrero de 2002 y abril de 2003, y Claude Heller, en abril de 2009 y junio de 2010. Todos ellos, en su condición de embajadores de México ante la ONU. Los cancilleres Luis Ernesto Derbez, en abril de 2003, y Patricia Espinosa, en abril de 2009, también fungieron como presidentes durante sendas visitas a Nueva York.

Esta vez la presidencia mexicana recaerá en el embajador Juan Ramón de la Fuente, aunque no se descarta que el canciller Marcelo Ebrard pueda encabezar alguna sesión.

Ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador informó que acudirá a la sede de Naciones Unidas y dirigirá un mensaje al Consejo de Seguridad el próximo 9 de noviembre.

“Voy a hablar de lo que considero el principal problema del mundo: la corrupción que produce desigualdad, sobre eso va a ser mi mensaje”, detalló en su conferencia mañanera.

No es raro que jefes de Estado o de gobierno hablen ante el Consejo de Seguridad. Ayer mismo lo hizo el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, cuyo país lo preside este mes. El 9 de agosto lo hizo —de manera virtual, por las restricciones sanitarias— el primer ministro de India, Narendra Modi, durante la presidencia de su país. Sin embargo, la costumbre es que el tema a tratar tenga que ver con las funciones del organismo.

De acuerdo con el artículo 24 de la Carta de Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad tiene “la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales”.

Todos los miembros de la ONU convienen en aceptar y cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad. Es el único organismo de Naciones Unidas cuyas decisiones los Estados miembros, conforme a la Carta, están obligados a cumplir.

En su intervención de hace dos meses, el primer ministro Modi se refirió a las disputas marítimas entre países y a la necesidad de resolverlas “de forma pacífica, en el marco del derecho internacional”, en referencia a los conflictos que protagonizan China y Estados Unidos, que acaba de escalar con la firma del acuerdo de asistencia entre ese último país y el Reino Unido y Australia, conocido como AUKUS.

Esa sesión virtual, en la que se conectó el canciller Ebrard, fue atestiguada por los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Kenia, Uhuru Kenyatta, además del primer ministro de Vietnam, Pham Minh Chính. Tal es el nivel de las discusiones en el Consejo de Seguridad, que México presidirá en noviembre.

Yo dudo, francamente, que el tema de “la corrupción que produce desigualdad” tenga un lugar en la agenda del organismo de la ONU, que vela por la paz internacional y que últimamente ha discutido sobre la guerra en la región etíope de Tigray, el lanzamiento de misiles balísticos norcoreanos, el monitoreo del programa nuclear de Irán, el conflicto árabe-israelí, el regreso al poder de los Talibán en Afganistán y la forma en que el cambio climático ha derivado en enfrentamientos armados.

Probablemente la corrupción sí tenga un lugar en otros espacios de la ONU, pero el anuncio del Presidente hace que uno se pregunte si México está dispuesto a arbitrar los grandes agarrones en el escenario internacional, que para eso está el Consejo de Seguridad. ¿O para qué era el asiento de primera fila?

Si no creían en ellas, ¿para qué las reformas?

 

Pascal Beltrán del Río

 

 

Callados. Así están los funcionarios del pasado gobierno federal que promovieron los cambios constitucionales en materia educativa, energética y otras, que están siendo demolidos en este sexenio. Cuando uno revisa la manera en que defendían las iniciativas, este silencio resulta incomprensible. ¿Será que no creían en ellas? ¿Será que las reformas no dieron los resultados que esperaban? ¿Será que se arrepienten de su aprobación?

El presidente Andrés Manuel López Obrador no tiene los votos para sacar la contrarreforma energética que propone. Por ello, corteja abiertamente al PRI. Muy pocos priistas –como la senadora Claudia Ruiz Massieu y el exsecretario de Turismo Enrique de la Madrid– se atreven a defender la reforma energética del sexenio pasado y rechazar la contrarreforma que se propone. Pero ¿qué pasa con sus principales promotores? ¿Dónde están? ¿Por qué no alzan la voz?

Ni eco queda de la enjundia con la que hablaban el presidente Enrique Peña Nieto y los entonces secretarios de Hacienda y Energía, Luis Videgaray y Pedro Joaquín Coldwell, respectivamente. Veamos qué decían:

“Hemos optado por la ruta de la transformación. Es un camino exigente, arduo, que nos demandará grandes esfuerzos, pero también es el único que nos llevará al México que queremos construir. Con la Reforma energética, México tiene la oportunidad de aprovechar sus vastos recursos energéticos, que antes eran técnica y económicamente inviables de explotar. De esta manera, nuestro desarrollo tendrá un gran impulso.

“La Reforma energética fortalece la soberanía nacional. Incrementará la seguridad energética del país (…) Con esta iniciativa, México podrá convertirse en una potencia energética para beneficio de todos los mexicanos”.

Enrique Peña Nieto, presidente de México.

Primer Informe de Gobierno, 1 de septiembre de 2013.

 

“Las reformas que propone el Presidente de la República, que están inscritas en el Pacto por México, lo que buscan es influenciar nuestra capacidad de crecer en las próximas décadas, no solamente en los próximos años, y de ahí, este crecimiento económico que está siendo por debajo de lo que debería ser, es un recordatorio de la importancia de hacer pronto estas reformas, reformas profundas que requiere nuestro país”.

Luis Videgaray, secretario de Hacienda.

26 de agosto de 2013.

 

“El país sí requiere una reforma energética y esto es inaplazable. Si no lo hacemos, México se va a atrasar en relación con otros países que hicieron su reforma energética y tienen grandes avances en la materia. Sabemos muy bien desde el gobierno las complejidades políticas que implica en México hacer una reforma energética de fondo. Y si el Presidente tomó la decisión, es porque es por el bien del país. Estamos convencidos que si el país no tiene una buena reforma energética, esto se va a reflejar en menos crecimiento económico, en menos empleos y en un atraso que es inaceptable para el país (...).

“Hay que señalar frente a los miles que están inconformes con la reforma energética, también los miles de mexicanos que están a favor de la reforma energética, y también hay que tener del otro lado de la balanza los beneficios sociales y económicos que va a traer una reforma energética (…) El gobierno va a insistir en la reforma energética, considera que es inaplazable para el país, y con esa convicción es que estamos trabajando”.

Pedro Joaquín Coldwell, secretario de Energía.

26 de agosto de 2013.

Quienes eso sostenían, hace apenas siete años, hoy están callados, escondidos. Dejaron colgados de la brocha a los legisladores que avalaron las reformas, a quienes debatieron en la tribuna a favor, a quienes se desvelaron en el proceso legislativo.

Como se  ve en las palabras de Peña, Videgaray y Joaquín, la Reforma energética no fue pensada para durar un sexenio o dar resultados inmediatos. Se aprobaron pensando en el futuro. Entonces, ¿qué pasó? ¿No lo hicieron por el bien del país? ¿Se quedarán cruzados de brazos, sin siquiera convocar a sus compañeros a usar sus votos para frenar el intento de despedazarla?

Gambito de dama al bloque opositor

 

José Buendía
 
Hegewisch Número cero
 

 

El bloque opositor se resquebraja con la misma fractura de la gran escisión del PRI hace tres décadas. El viejo enfrentamiento a su interior entre neoliberales y nacionalistas vuelve a estar en el centro de la disputa política con la reforma eléctrica, pero ahora corren malos tiempos para un proyecto que se asocia a promesas incumplidas, escandalosa concentración de riqueza en paraísos fiscales y que dejó decepción con los políticos tradicionales como se percibe a los de Va por México.

La reforma eléctrica de López Obrador sobre el naufragio del modelo energético de sus antecesores del PRI y del PAN es la “prueba de fuego” para una coalición opositora que no ha logrado dejar de presentarse como defensora de las fórmulas del pasado, no obstante sus réditos electorales en la CDMX en su estreno en la pasada elección. Ellos son los responsables de haber abierto una brecha entre ciudadanía y política por la que se reposicionaron antiguos liderazgos nacionalistas, que creyeron sepultados debido a su sordera con las preocupaciones de la gente. Cómo persuadir de los riesgos de volver al control estatal y una parcial renacionalización del mercado eléctrico, si, por ejemplo, se percibe que los beneficiarios de la última reforma están en una burbuja de la élite de políticos, empresarios y famosos en sociedades off shore en paraísos fiscales.

Y, es que la desventaja de los “neoliberales” no sólo es el contraste de la opulencia de los Pandora Papers o el aumento de la pobreza y el desempleo en la pandemia, sino que no tienen el modo de explicar lo que ha ocurrido con fracasos o falta de resultados del modelo energético del PAN y el PRI. A los viejos nacionalistas les pertenece el ámbito del lenguaje político, que usan para configurar la realidad con discursos que dividen, como el emplazamiento al PRI: “¿seguirá el camino de Salinas o de Cárdenas?” o lanzar al Congreso “¿a favor del pueblo o de empresas?, les dijo el Presidente en un mensaje que oscurece las explicaciones sobre el precio de la luz, la “limpieza” de la energía eléctrica o la competitividad.

Hace 30 años, en 1981, Rolando Cordera y Carlos Tello escribieron con enorme actualidad sobre la lucha tenaz de dos proyectos de nación, que fracturó al PRI y se mantiene en las entrañas de la oposición hasta la fecha. El “neoliberal” ofrecía modernizar al país con apertura de la economía e integración a EU, mayor consumo y crecimiento económico, hasta que comenzó a hacer agua por la marginalidad y la polarización social. El otro se aferró a las banderas del discurso cardenista de los años 30 y logró resistir tres décadas el desprestigio del nacionalismo económico y de la eficacia y corrupción de las empresas estatales, y que ahora López Obrador trata de reactualizar con su promesa de “cambio de régimen”.

En efecto, el mayor reto de la reforma de la 4T es demostrar que la empresa pública es eficaz y solvente, pero eso cuenta poco en el ámbito del discurso político para aprobarla, y por el contrario, tiene mucho mayor peso los quereres de los priistas con sus viejas banderas nacionalistas. Pero la reedición de fórmulas también ya probadas recuerda que la historia se repite a sí misma, aunque convendría no olvidar que la segunda vez puede ser más cruda que la tragedia original. El choque dentro del bloque opositor por la reforma eléctrica puede conducir no sólo a arriesgar la alianza, como reclama el PAN al PRI, sino a una segunda muerte de los partidos tradicionales tras la primera con la debacle electoral de 2018.

Para usar el nombre de la serie de Netflix Gambito de dama, la reforma eléctrica es una apertura de ajedrez que caracteriza los movimientos de López Obrador en blanco y negro, para ganar la última partida al “neoliberalismo” y a los tecnócratas que desplazaron a su grupo del poder del PRI hace 30 años. Los defensores de las reformas ven revancha soterrada desde aquel encontronazo, que dio origen a nuevas oposiciones y la reconfiguración del sistema de partidos. Tal vez ahora estemos en vísperas de otro terremoto, aunque el manejo emocional y la polarización del debate no dejan conocer el impacto de este nuevo capítulo de la lucha por la nación.

Reforma eléctrica, ¿para qué?

 

Javier Aparicio
 
 

Aunque durante las campañas de hace unos meses se decía que las principales reformas para la transformación del país ya estaban en marcha, tras las pasadas elecciones legislativas, el presidente López Obrador anunció que enviaría tres iniciativas de reforma constitucional: una en materia eléctrica, otra sobre seguridad y Guardia Nacional, y una reforma político-electoral para renovar a los organismos electorales y, de paso, eliminar diputaciones de representación proporcional. A pesar de tratarse de tres ámbitos diferentes, estas tres reformas tienen un muy claro común denonimador: aumentar y concentrar aún más el poder político y económico del gobierno en turno.

La semana pasada el Presidente envío la primera de estas iniciativas de reforma constitucional: la eléctrica. Vale la pena recordar que, al inicio de este año, el Presidente impulsó una iniciativa preferente de reforma eléctrica a nivel de ley secundaria. Esta se aprobó de manera expedita, pero fue bloqueada por la Suprema Corte por ser inconstitucional. En respuesta, ahora el gobierno presenta una reforma constitucional —una estrategia similar a la utilizada en el caso de la Guardia Nacional en la Legislatura pasada—.

Dada la más reciente correlación de fuerzas en ambas cámaras del Congreso, se antoja difícil que alguna de estas reformas prospere en su forma original. Al tratarse de reformas constitucionales, se requiere de una mayoría de dos tercios de ambas cámaras. Pues bien, en la Cámara la coalición Morena-PT-PVEM sólo cuenta con 277 curules cuando requeriría 334 votos. Por su parte, en el Senado la coalición oficialista tiene 78 escaños cuando requeriría 85 votos. El PRI o bien algún grupo de legisladores opositores podrían ayudar al Presidente a conseguir las mayorías requeridas.

Si bien López Obrador llegó al poder con una promesa de cambio verdadero frente al gobierno priista de Peña Nieto, no debería sorprender que alguna de estas reformas logre materializarse gracias a una coalición Morena-PRI. Si lo duda, baste recordar que durante los doce años de gobiernos panistas fue justamente esto lo que ocurrió. Si el gobierno actual ha insistido en que las reformas del PRI-PAN eran socialmente indeseables, ¿esto implicaría que reformas impulsadas por Morena y PRI serían preferibles?

Para saberlo tenemos que analizar el fondo de la materia que se pretende reformar. La generación y distribución de electricidad son una materia de suyo compleja. Hoy por hoy, tras la reforma eléctrica aprobada el sexenio pasado, existe cierta competencia en la generación de electricidad, mientras que la distribución y venta a los hogares sigue siendo un monopolio de la Comisión Federal de Electricidad. Por un lado, la competencia en el mercado de generación de electricidad ha permitido a CFE adquirir electricidad a menores costos que los de sus propias plantas de generación. Por otro lado, al vender esta electricidad a los hogares del país, CFE ha podido obtener ganancias de operación que le permiten compensar en parte las pérdidas actuales de sus propias plantas de generación.

A grosso modo, la reforma plantea volver a dar un papel preponderante o dominante a la CFE en la generación de electricidad al tiempo que desaparecerían los órganos reguladores del sector: el Centro Nacional de Control de Energía (Cenace) y la Comisión Reguladora de Energía. Es decir que la reforma no sólo plantea migrar de un mercado con cierta competencia en la generación a un mercado donde una empresa pública tiene mayor poder de mercado, sino que también plantea que esta misma empresa regule su desempeño y el de sus competidores.

¿Es posible que un monopolio público sea más eficiente que un mercado con competencia? ¿Es posible que ese mismo monopolio público se regule a sí mismo para ser más eficiente que sus potenciales competidores y promueva el bienestar de los consumidores finales?

“¿Que iba a reventar la sesión? Ni que fuera Noroña”

 

Francisco Garfias
 
Arsenal
 

 

Muy temprano nos pusimos en contacto con la senadora Lilly Téllez, amenazada en redes sociales por fanáticos de AMLO. Lo hicimos apenas escuchamos el llamado del Presidente a no hacer daño a los que piensan diferente.

“Lo digo porque Lilly Téllez se queja de que está siendo acosada. Está mal. Podemos tener diferencias, pero sin agresiones”, dijo López Obrador en la mañanera.

Téllez no estaba viendo la conferencia en el momento que la contactamos. Pidió tiempo para revisar la declaración del Presidente. Una vez que lo hizo, nos mandó copia del tuit en el que agradecía el mensaje del “señor Presidente” y reiteraba que nunca tuvo la intención de faltarle al respeto.

Lo que sí destacó fue el hecho de que Rosa Icela Rodríguez, titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, no la había contactado aún. Ni ella ni ninguno de sus subordinados.

“¿Se la está cobrado?”, preguntó Lilly, en clara alusión al mal rato que le hizo pasar a Rosa Icela durante su comparecencia en el Senado.

El silencio cómplice de las autoridades frente a las amenazas de irse contra el hijo de Téllez lo comentamos con Kenia López, vicecoordinadora de la bancada del PAN en el Senado. Nos dijo: “El gobierno mexicano está obligado a garantizar la seguridad de todos los mexicanos, incluidos los legisladores de oposición. La violencia contra Lilly Téllez comenzó después de que el Presidente la señalara con nombre y apellido”.   

 

*Lo de la senadora Téllez, ex de Morena, no fue una queja, como dice AMLO, sino una denuncia por amenazas que recibió en redes sociales. Un cobarde usuario, escondido tras las iniciales Hm, le envió el siguiente mensaje:

“Mira que treparte en AMLO para obtener una curul y luego descaradamente insultar al señor Presidente de la República, eso ni los animales. Tal vez a Leonardo (su hijo) se lo recordemos”.

La ira de Hm, como la de otros morenistas radicales, fue originada por un primer tuit de la senadora Téllez, que sirvió de pretexto a AMLO para cancelar su asistencia a la entrega de la Medalla Belisario Domínguez.

El Senado otorga hoy esa presea  a una compañera de lucha del tabasqueño: la maestra Ifigenia Martínez.

El tuit calificaba a López Obrador de “violador serial de la Constitución”. Llamaba a los senadores de oposición a “hacerle frente” cuando acudiera al Senado a atestiguar la ceremonia. 

AMLO lo percibió como un aviso de que habría escándalo y canceló. Dijo que “una senadora del bloque conservador” convocaba a que le faltaran al respeto a la investidura presidencial.

Téllez nos aseguró que no buscaba el escándalo, sino enumerar ante el Presidente los artículos constitucionales que ha violado desde su llegada a Palacio Nacional.

“¿Que iba a reventar la sesión?  No sé ni cómo. No soy Noroña, Malu Mícher o Antares Vázquez. No ando brincando entre escaños”, sintetizó.

Las senadoras Vázquez y Mícher, representantes de lo más rancio de Morena, enfurecieron con el tuit de quien fuera excompañera de bancada, antes de irse al PAN. Obediencia a AMLO obliga.

“¿Qué no son mamás?”, preguntó Lilly.  

Mícher, por cierto, quiso parodiar a Téllez en tribuna. No se le dio. Le falta gracia. Quedó tan mal, que sólo le alcanzó para hacer el ridículo.

*Dice el refrán que el buen juez por su casa empieza. El discurso de odio ha sido una constante en las mañaneras.

El Presidente es el primero que no respeta a los que lo critican o no votan su proyecto. Para él, todos son corruptos o saqueadores, nostálgicos del pasado. 

Agarra parejo: empresarios, intelectuales orgánicos, periodistas, clase media, padres de niños con cáncer, científicos, opositores, habitantes de la colonia del Valle o de Guanajuato, inversionistas extranjeros , etcétera.  

Ayer apuró a los legisladores de oposición a definirse frente a su controvertida Reforma eléctrica, que privilegia a la ineficiente CFE. Nada más le otorga el 54 por ciento del mercado eléctrico contra el 46 para los privados, que principalmente generan energías limpias.

Elimina, además, los órganos regulatorios  autónomos (CRE, Cenace, CNH) que, según él, están al servicio de grupos de  intereses creados.

Para ello utilizó una maniquea disyuntiva disfrazada de pregunta:  ¿Están a favor del pueblo, del consumidor, del usuario, o están a favor de las empresas?

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