Se siguen dando explicaciones —unas interesantes, otras no tanto— sobre las razones de la derrota del Partido Demócrata en Estados Unidos. Que el efecto de la inflación y el alto costo en los bienes de la canasta básica y en la renta. Que el lenguaje buena onda y políticamente correcto de los demócratas. Que Kamala Harris cedió ante los reclamos de Wall Street por su intención de combatir el aumento de precios injustificado y varias más. Yo quiero añadir una más, una que quizá solo alguien que viene de México puede identificar con claridad. Me refiero a lo que los publicistas llaman branding o la construcción de una marca. Quien haya seguido las campañas de Trump sabe bien que todo tiene que ver con la construcción de su marca como el macho superpoderoso que regresará el brillo y esplendor a Estados Unidos. Y tan hay una construcción exitosa de la marca que ahora hay trumpistas, alguien puede ser muy “trumpy”, aquello resulta “trumpiano” y sus seguidores son militantes de MAGA, que no es un partido político, sino las iniciales de su movimiento (Make America Great Again).
En comparación, la marca Biden, la bideneconomics (o Bideneconomía) tiene números espectaculares en la macroeconomía, pero no logró que Kamala Harris ganara las elecciones o, por lo menos, el voto popular. ¿Por qué? Sumada a las razones ya mencionadas, creo que muchos de los votantes creen firmemente que fue Donald Trump el que les envió los cheques del programa de alivio económico que acordaron demócratas y republicanos en el Congreso en la primavera de 2020.
Antes de la recesión provocada por la pandemia, la economía de EU había pasado por otras tres recesiones más o menos recientes. La primera, de inicios de 1990 a marzo de 1991, y la economía tardó 32 meses en recuperarse. La segunda, en el año 2000, y la recuperación tardó 46 meses. Luego vino la gran recesión de 2008/2009, causada por el estallido de la burbuja inmobiliaria, cuyos efectos tardaron seis años en disiparse. (Datos de Cecilia Rouse, del Instituto Brookings).
Se trataba de revertir la tendencia de recesiones cada vez más duraderas y, por el contrario, acortar el periodo de franca recesión. El Congreso de EU aprobó un paquete, la American Recovery Act, ley acompañada con dos billones de dólares en programas especiales, en particular un programa que repartía dinero.
Parte de ese paquete se repartiría en cheques electrónicos o en papel por 1,200 dólares para aquellas personas que ganaran hasta 75 mil dólares al año. Las transferencias se podrían sumar si los integrantes de una pareja ganaban individualmente menos de esa cantidad. Quienes ganaran hasta 99 mil dólares también recibirían transferencias, pero menores. Quienes tuvieran dependientes económicos recibirían 500 dólares por cada hijo o hija elegibles.
Aproximadamente 60 millones de americanos recibieron transferencias electrónicas, porque habían hecho su declaración ante el IRS (SAT norteamericano) entre 2018 y 2019. Pero otras cien millones de personas recibieron cheques físicos que llevaban la leyenda…“President Donald J. Trump”, abajo del lema Economic Impact Payment. Cada semana, el Tesoro enviaba 5 millones de cheques con el nombre del presidente, aunque el programa fuera una iniciativa bipartidista. Las dos primeras rondas de transferencias se hicieron durante el gobierno de Trump, en mayo y diciembre de 2020. Fue la primera vez en la historia que el Tesoro vía el IRS, enviara cheques con el nombre del presidente en turno.
La tercera ronda tocó ya en el gobierno de Biden. Éste aumentó la transferencia a 1,400 dólares por persona elegible, fueran adultos o dependientes económicos. Pero los cheques ya no llevaron el nombre del presidente Joe Biden. En la reciente defensa de su política económica ante el Instituto Brookings, el presidente Biden dijo: “Firmé el Plan de Rescate Americano, el más trascendente paquete de recuperación económica en nuestra historia y también aprendí algo de Donald Trump. El puso su firma en los cheques que se enviaron hasta por 7 mil 400 dólares… y yo no. Fui un estúpido”. Si se hubiera llevado mejor con el entonces presidente López Obrador no hubiera cometido ese error.
Primera observación: no sólo es el electorado mexicano, con bajo promedio de escolaridad y pésimas experiencias políticas, el susceptible a comportarse clientelarmente. Sucedió en Estados Unidos y sucede en todos los gobiernos populistas. El lema chavista “Amor con amor se paga”, importado por el expresidente López Obrador, debería sintetizarse como “Mi amor con tu voto se paga”. A ver hasta cuándo aguanta el presupuesto.