23 de Septiembre de 2019

El INEHRM venía desarrollando una serie de programas de radio sobre la guerra sucia en los años 60 y 70, una iniciativa sin duda importante y útil. Una vez que se desató el debate sobre la valentía o no de los integrantes del comando que secuestró y mató a don Eugenio Garza Sada se hicieron públicas varias tesis: que la represión del Estado no permitía otro camino que la lucha armada, pues todos los movimientos populares como ferrocarrileros, médicos, maestros, estudiantes y campesinos fueron reprimidos, que la masacre del 10 de junio de 1971 terminó con las últimas esperanzas de una supuesta apertura democrática, que las elecciones eran una farsa, que se perseguía y hostigaba a los disidentes políticos, que no había libertad de expresión y menos, una Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Era cierto: nos asfixiábamos. Lo que es impreciso es que no había otra vía. Decenas y no más de algunas centenas de jóvenes se dedicaron a la lucha armada; miles, con más paciencia, a abrir camino a la democracia: a construir sindicatos democráticos que no fueran cooptados por el PRI, a fortalecer los movimientos estudiantiles bajo el concepto de reforma universitaria y autogestión, a trabajar en las colonias populares, a crear cooperativas campesinas, a iniciar el trabajo entre las mujeres y con las comunidades de base católicas. Casi siempre usando seudónimos, espiados y reprimidos una vez sí y otra también y con muy escaso trabajo partidario, pues éste estuvo vedado para la izquierda hasta 1987.

Pero no podemos juzgar a los jóvenes que se fueron a la lucha armada sólo desde la perspectiva de hoy. Me ha impresionado una reciente entrevista a Enrique Krauze en Letras Libres en la que afirma que no había entre los intelectuales de entonces una preocupación por la democracia, que ésta no estaba entre las inquietudes de Octavio Paz. Sí la libertad, pero no la democracia y menos lo electoral. Pero no sólo eso: en 1973, seis años después del fusilamiento del El Che Guevara en Bolivia, ya estaba en marcha la construcción de su figura como un ícono heroico. Así como ese año fatídico del golpe militar en Chile, Fidel se encargó de negar el suicidio de Allende y de alimentar la historia de su asesinato “porque un revolucionario no se puede suicidar”, de la misma manera el aparato propagandístico cubano intervino para potenciar la figura del El Che a quien había abandonado en una aventura sin posibilidad de futuro. Y no fue difícil: la figura del mítico guerrillero tenía todo para encender la imaginación de miles y miles de jóvenes.

El secuestro de don Eugenio Garza Sada, figura admirada y admirable, sucedió apenas 6 días después del golpe de Pinochet en Chile que fue una  clara demostración para muchos de que el socialismo democrático no era viable. En México y en varias otras regiones de América Latina ésta fue la señal para lanzarse a la lucha armada. Y había ejemplos de lucha armada exitosa: varios en las luchas descolonizadoras en África, pero sobre todo Vietnam con la  resistencia del Vietcong, dirigido por Ho Chi Minh. Más importante: todavía había esperanzas en el socialismo. No había fracasado del todo en Cuba ni se sabía del deterioro terrible de las economías en la órbita soviética. Las noticias sobre la represión y la falta de libertades, los campos de trabajo en Siberia o los horrores de la Revolución Cultural china o camboyana, eran tomadas como propaganda capitalista.

Pero hoy sabemos. Sabemos que a la democracia y a sus instituciones hay que cuidarlas y fortalecerlas todos los días. La lucha armada nos costó muchas vidas valiosas; la represión y la tortura sistemáticas de la Guerra Sucia son una escuela de la que todavía no se liberan las fuerzas de seguridad. Que se sepa la verdad, nos hará libres.