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Cuando todos pierden

 

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

 

BUENOS AIRES, 25 de abril.— El martes pasado, el gobierno de Javier Milei encontró uno de los límites de su proyecto, para algunos ultraliberal, para otros, radicalmente conservador. Más de 800 mil personas marcharon en esta ciudad en defensa de la educación pública, luego de que el gobierno de Milei, que apenas asumió en diciembre pasado, recortó drásticamente los recursos para la educación pública superior.

Como han señalado todos los analistas importantes en Argentina, incluyendo muchos de los que son simpatizantes de Milei, el gobierno, con mucha torpeza política y poca sensibilidad social, se topó con una causa transversal que cruza a toda la sociedad y que es inabordable, incluso para miembros de su propio equipo de trabajo.

En Argentina, la educación pública es uno de esos motivos de orgullo que, más allá del desastre de décadas de pésima gestión pública, es reconocida por la mayoría de los sectores sociales. A diferencia de México, por ejemplo, la enorme mayoría de la población sigue educándose en el sector público y sigue siendo uno de los mayores factores de movilidad social, algo similar a lo que, con el tiempo, hemos ido perdiendo en nuestro país, con un peso creciente, en nuestro caso, de la educación privada en todos los niveles.

La educación pública en Argentina se deterioró durante los años del kirchnerismo, por la ideologización, el invento de escuelas y carreras que no tienen un sustento académico real y por la manipulación política. Algo así como la Nueva Escuela Mexicana que ha querido imponer el lopezobradorismo de la mano de los Marx Arriaga y compañía. Pero la escuela pública y, sobre todo, la educación superior han mostrado enorme resistencia hacia esos modelos y han mantenido un nivel relativamente alto comparado con otros estándares regionales. El sistema educativo liberal que se construyó desde fines del siglo XIX por Domingo Faustino Sarmiento, ha sido uno de los mayores soportes de un país que ha sufrido de todo. 

Como todo populismo, sea de derecha o de izquierda, se han utilizado los excesos cometidos por los antecesores como una coartada para remodelar un sistema que en realidad sigue siendo funcional. El gobierno de Milei quiere llegar, a como dé lugar, a un déficit económico cero para acabar con la inflación, lo que no está mal, y se ufana para ello de recortar el gasto público con una motosierra. Pero, en política, muchas veces lo que se necesita es la precisión de un bisturí. Y lo que en otros sectores puede ser aceptable, en el caso de la educación superior se ha tornado en una reacción social que no era esperada por el gobierno de Milei.

El presupuesto universitario se aumentó, dice el gobierno que inició hace cuatro meses, en 70% y, unas horas antes de la movilización del martes, para intentar neutralizarla, tuvo otro aumento del 70 por ciento. El problema es que la inflación anual fue de 280% y el presupuesto educativo, como dijo el rector de la prestigiada Universidad de Buenos Aires, resulta tan insuficiente que puede obligar a cerrar actividades, y lo mismo se replica en muchas otras escuelas superiores en el país.

Un día antes de la movilización, Milei hacía mofa de la convocatoria, que el gobierno esperaba que no tuviera mucho más de algunas decenas de miles de participantes e, incluso, se advirtió que se podría aplicar una nueva norma para evitar el cierre de calles, utilizando incluso la fuerza pública. La magnitud de la movilización fue tal que superó los cientos de miles (150 mil, según la información oficial; hasta un millón, según sus convocantes; unos 800 mil, según fuentes confiables, sólo en la ciudad de Buenos Aires) y obligó un día después al propio Milei a reconocer que era una demanda justa y que su gobierno no se opone a la educación pública, incluso podría imponer algunos cambios en el equipo de gobierno, donde la educación ha dejado de tener un lugar en el gabinete para ser parte de una secretaría de Estado (ministerio) que abarca muchos otros ámbitos sociales. 

Las causas transversales, las que cruzan la sociedad más allá de ideologías y posiciones políticas (muchos de los que se oponen al recorte educativo votaron por Milei), son las que pueden hacer tambalear los proyectos políticos y rompen las políticas de polarización que se quieren imponer desde los sectores más radicales de la izquierda y la derecha en nuestra región y en el mundo. La educación es una de esas causas en Argentina, la inseguridad y la salud lo son en México.

La incapacidad de dar respuestas en estos y otros ámbitos, en los que la gente lo que quiere es simplemente resultados, exhibe a los gobiernos y los gobernantes.

No estamos defendiendo esas causas con la fortaleza que la situación exige. Puede haber 180 mil muertos y 50 mil desaparecidos y nos pueden decir cada mañana que estamos mejor; puede ser retenida por grupos criminales una candidata presidencial y nos dicen que es un montaje; no hay medicinas para atender niños con cáncer y nos aseguran que con una macrofarmacia se solucionará el problema que el propio gobierno creó hace cinco años; se expropian recursos privados de las afores y se dice que es para una pensión universal que será imposible de pagar y que detrás de la crítica hay una campaña mediática.

Cuando los afectados por las políticas o las insuficiencias gubernamentales son casi todos, la propaganda y la descalificación sirven de poco. Lo comprobó Milei esta semana, lo vivimos en México desde hace ya tiempo.

 

 

 

 

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