María Amparo Casar
A juicio de Amparo
Esta última semana, la oposición registró cuatro triunfos que están a la vista para los que quieran reconocerlos. El primero se lo llevó Xóchitl, una mujer que se ganó con su trabajo y sus ideas el puesto de coordinadora del Frente Amplio por México, o sea, la candidatura a la Presidencia. No se la dio López Obrador como algunos señalan. Los insultos del Presidente le dieron mayor notoriedad, pero nada más.
Mucho menos “fue elegida por un grupo de hombres que la han impuesto [y] la van a utilizar para engañar al pueblo” (sic) o por Claudio X. González el jefe de todos.
Tampoco le regalaron la candidatura los partidos en un acuerdo cupular. Se la ganó en una competencia básicamente limpia y en igualdad de circunstancias. El proceso tuvo errores, pero no fue ni una comedia ni una farsa. De la Madrid perdió en la primera vuelta sin acusaciones de por medio; Creel declinó por decisión propia; Paredes ni se bajó ni la bajaron, agradeció a quienes la apoyaron y aceptó que en democracia a veces se pierde y a veces se gana. Si no se terminó la última etapa del proceso fue porque acordaron que era lo más conveniente. No hubo un gran elector. No, no son iguales.
El segundo triunfo es para el Frente Amplio por México. Contra el pronóstico de muchos, contra las acusaciones de que el PRI y su dirigente Alito Moreno no cumplirían y trabajaban para Morena, contra el natural deseo de sectores de los tres partidos que preferían un candidato propio, contra aquellos que decían que la sociedad civil era puro oropel, la oposición partidaria leyó bien el momento político. La única manera de poder competir contra una elección de Estado era si se congregaban, se apoyaban en la sociedad civil y encontraban una candidatura potente. Hicieron las tres cosas.
El tercero es de la sociedad civil que logró participar con voz y voto. Se abrió a los partidos a pesar de las críticas y los partidos se abrieron a ella tomando en cuenta sus propuestas y aceptando sus condiciones.
El cuarto es para la democracia. Habrá elecciones con dos opciones perfectamente diferenciadas. Una —la oficialista— que ofrece lo que hemos recibido en estos cinco años. En lo político una restauración del presidencialismo desbocado y sin contrapesos, corrupción, impunidad y opacidad; en lo económico un crecimiento mediocre, inseguridad jurídica para las empresas y políticas públicas sin sustento que han llevado a menores índices en salud y educación; en lo social, tolerancia frente a la violencia y programas sociales que alivian la pobreza con transferencias directas, pero no ofrecen salir de ella. Una oferta de polarización y resentimiento.
Del otro lado se ofrece lo contrario. Restablecer los controles al ejecutivo, reinstauración de la negociación política en el Congreso, respeto al Poder Judicial, apertura a las oportunidades que ofrece el nearshoring, energías limpias, nueva estrategia contra la violencia, atención a las víctimas, oportunidades para salir de la pobreza, inclusión y diálogo. Una oferta de aspiracionismo, conciliación y negociación. Menos ideología y más capacidad.
La diferencia entre ambas es que una quiere construir y la otra seguir destruyendo. Una incriminar y la otra escuchar. Una dialogar y la otra imponer. Una incluir y otra excluir. Una pactar y la otra seguir riñendo.
No, no son iguales. Ni en la forma, ni en el fondo. Xóchitl es una mujer carismática, pero no ha mostrado ningún viso de autoritarismo. Estos cuatro triunfos son apenas el inicio de temporada. Un inicio potente que cambió la narrativa, las expectativas y la seguridad del oficialismo de que 2024 sería un mero trámite.
Se requiere mucho más. Entre otras cosas que la candidata, los partidos que la apoyan y la sociedad civil que apostó por ellos logren mantenerse unidos y en ruta.
Xóchitl, sin perder su independencia, deberá acercarse a los partidos y entender que los necesita para ganar. Los partidos deberán mantener la alianza, convencer que están dispuestos a enmendar los errores cometidos cuando gobernaron y aprender a convivir con una candidata que no es mujer de partido. La sociedad civil debe seguir exigiendo, pero sobre todo proponiendo y poniendo al servicio del Frente y su candidata sus causas y la manera de hacerlas realidad.
No será fácil. Lo que tienen por delante Xóchitl y el Frente es una elección de Estado en la que el Presidente que lidera al oficialismo está dispuesto a cualquier cosa para no entregar la banda presidencial. Cualquier cosa incluye: dividir al adversario, violar la ley, mucho dinero, el uso político de la justicia, el aparato de Estado para extorsionar o descarrilar a los candidatos de oposición, programas sociales para comprar el voto y la intención de seguir deslegitimando cuando no cooptando a las autoridades electorales. Sobre todo, tienen frente a sí, la voluntad de un presidente que ha demostrado no ser un demócrata.
¿Más vale mal conocido?