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Historia y Cultura

Esa añoranza del viejo PRI

 

Pascal Beltrán del RíoPascal Beltrán del Río                                                                                        Bitácora del director
 
 
 

Van varias veces que el presidente Andrés Manuel López Obrador exhorta al PRI a recuperar sus orígenes mediante el apoyo al movimiento que él encabeza y la consabida transformación que él enarbola.

Ayer, en su conferencia mañanera, lo volvió a hacer: “Si yo tuviese que dar un consejo a los del PRI, pensando en voz alta, les diría: reivindiquen su historia de lucha en favor del pueblo”.

Aupado por los resultados electorales del domingo –en los que Morena arrebató dos gubernaturas al PRI y dos al PAN–, el mandatario hizo un repaso, a su modo, de la historia de esos dos últimos partidos. Se remontó a los tiempos de la fundación del PNR, ancestro del PRI, creado “en la época del general Calles” para “agrupar a todas las fuerzas revolucionarias, partidos regionales que existían y crear un partido fuerte

 

El PNR, continuó, “se transforma en 1938, en Partido de la Revolución Mexicana (…) y, en su conjunto, ese partido y el pueblo respaldan al general (Lázaro Cárdenas) en la política de recuperación de los bienes que Porfirio Díaz había entregado a extranjeros, en especial el petróleo”.

(En realidad, fue la Constitución de 1917, promulgada casi dos décadas antes, la que reservó para la nación “el dominio directo sobre los minerales o sustancias que, en vetas, mantos, masas o yacimientos, constituyan depósitos cuya naturaleza sea distinta de los componentes de los terrenos, tales como (…) los combustibles minerales sólidos, el petróleo y todos los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos”. Cárdenas, en 1938 expropió la maquinaria y demás fierros de la industria petrolera).

Al transformarse el PRM en PRI, abundó López Obrador, “durante el gobierno de Miguel Alemán, ahí empieza un cambio completo (…) sin embargo, no se abandona la política de apoyo al campo, a los obreros, al pueblo”. En seguida, pasó a alabar las presidencias de Adolfo Ruiz Cortines –“una gente honesta”– y Adolfo López Mateos –quien “decía que había que ser de izquierda dentro de la Constitución”– y sostuvo que a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari “ya es otra etapa del PRI y abandonan completamente –los priistas, se entiende– todo lo que fueron durante mucho tiempo”.

El problema de ese relato es que el Presidente se brincó los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid. Durante este último –se refiere en ¿Y quién es?, la biografía de López Obrador, escrita por Blanca Gómez–, él encabezó al PRI en Tabasco, trabajó en el Instituto Nacional del Consumidor, impartió clases en el Instituto de Capacitación Política del partido y ayudó a redactar los documentos básicos para su XII Asamblea Nacional, de marzo de 1987, en la que se condenarían las actividades de la Corriente Democrática, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo.

De hecho, el hoy Presidente no se separaría del PRI hasta agosto de 1988 –pasadas las elecciones presidenciales de ese año–, tras aceptar la invitación de Cárdenas para ser candidato del Frente Democrático Nacional a gobernador de Tabasco y después de que el candidato priista a ese cargo le negó la posibilidad de ser aspirante a la presidencia municipal de Macuspana (¿Y quién es?, página 105).

En su alabanza a aquel PRI, López Obrador se ha olvidado de la mayoría de los actos de represión con los que se aplacaba a quienes amenazaban la continuidad del sistema político hegemónico que prevalecía entonces, así como de la corrupción que aceitaba su maquinaria, la antidemocracia que tardó décadas en ceder y la pobreza que no desapareció con la Revolución Mexicana y se mantiene hasta hoy.

Ese PRI virtuoso que pinta el Presidente es un mito dentro de su propio mito. ¿Qué pensarán al respecto sus compañeros de viaje que sufrieron la cárcel o que marcharon y se organizaron para acabar con el autoritarismo y abrir paso a la democracia de la que se benefició el tabasqueño para llegar al poder?

 
Eso que piensan, lo más seguro es que no lo digan. Porque aquí se está restaurando con ahínco el mando centralizado y vertical en el que el Presidente siempre tenía la razón.

Un priismo de viejo cuño… sin el PRI.

Ganan, ganan, ganan y se quejan del árbitro

 

Leo ZuckermannLeo Zuckermann                                                                    Juegos de poder
 

 

A diferencia de las elecciones del año pasado, el presidente López Obrador no fue rijoso con el Instituto Nacional Electoral (INE) en los comicios de este año. Parecería que ya se dio cuenta de que, por un lado, su propuesta de reforma constitucional en materia electoral no pasará en el Congreso y que, por el otro, su partido y sus candidatos requerirán de un árbitro sólido en 2024. El hecho es que AMLO ha sido más benigno con el INE en 2022 a diferencia de 2021. No así Claudia Sheinbaum.

En su afán por quedar bien con su jefe y ganarse la candidatura de Morena a la Presidencia, la jefa de Gobierno capitalino se ha unido a las diatribas presidenciales en contra del INE. No bien habían terminado las elecciones del domingo pasado, donde Morena ganó cuatro de las seis gubernaturas en juego, cuando Sheinbaum ya estaba descalificando al INE. “La autoridad electoral no estuvo a la altura de las circunstancias”, afirmó.

¿Perdón?

Habría que preguntarle a la jefa de Gobierno qué esperaba ella del INE. 

Quizá que no aplicara la ley que los mismos partidos se dieron para competir en las elecciones. ¿No sancionar a los funcionarios públicos que hicieron campaña contraviniendo las normas establecidas? ¿No fiscalizar la utilización de recursos públicos? ¿O no instalar más de 21 mil casillas el domingo pasado equivalentes a más del 99%?

Quizá Sheinbaum quería que los ciudadanos que cuentan los votos hicieran mal las sumas y le dieran todavía más sufragios a Morena de los que obtuvo. ¿O que no sirvieran los conteos rápidos que predijeron con toda precisión los resultados de esa jornada? ¿O que los Programas de Resultados Preliminares no funcionaran para reportar la victoria de Morena en cuatro estados?

La realidad es que, de nuevo, la organización de los comicios del domingo fue ejemplar. Se abrieron las casillas, se recibieron los votos, se contaron, se trasmitieron las cuentas y, tan pronto como a las ocho de la noche del domingo, ya sabíamos los resultados de las elecciones.

Otra victoria más del INE.

Sin embargo, Sheinbaum no lo reconoce, haciéndole eco al reclamo de AMLO. Y a su estrategia histórica porque Claudia, como Andrés Manuel en el pasado, se está curando en salud desde hoy, antes de las elecciones de 2024.

Si ella llega a ser la candidata presidencial de Morena en 2024 y pierde la elección, le echará la culpa de su derrota al INE. Dirá que ella siempre desconfió de un árbitro parcial. Si gana, siguiendo los pasos de López Obrador, afirmará que lo hizo a pesar del INE.

No hay pierde en este discurso victimista.

La jefa de Gobierno también dijo: “Lo que se demuestra es que cuando hay una participación y la gente se vuelca en las urnas, hay una orientación muy clara, ahí los organismos electorales creo que una vez más mostraron, pues, su parcialidad y hay mucho pueblo, yo creo que eso es lo que hay que decir”. 

Pues no, la gente no se volcó masivamente a las urnas. De hecho, una de las características de la elección del domingo fue su baja participación, factor que le ayudó a Morena a ganar en cuatro entidades. No salió mucho pueblo, sino poco. Pero ya sabemos que a Sheinbaum, a falta de un estilo propio, le gusta imitar a López Obrador.

Ni qué decir de su reclamo de “parcialidad” de los organismos electorales. ¿Parcialidad cuando Morena y sus aliados se llevaron el 54% de los votos el domingo pasado? ¿Parcialidad cuando Morena y sus aliados gobernarán en 22 de los 32 estados gracias a elecciones arbitradas por estos organismos?

¡Hombre!, pues resulta urgente revisar el significado de la palabra “parcialidad”.

El INE, la joya de la corona de la transición a la democracia, peligra. Al partido gobernante, que cada vez tiene una mayor presencia regional, le incomoda un instituto que hace bien su trabajo. No quieren un árbitro sino un lacayo que les permita ganar todo: el 100% de las elecciones. Eso es lo que piensa el Presidente, ahora en voz de su delfina, siempre solícita en imitar a su jefe con los mismos gestos y palabras.

Twitter: @leozuckermann

América para todos o la Doctrina López Obrador

 

Columnista Invitado NacionalColumnista Invitado Nacional
 
 

pOR Marcelo EBrard*

En las últimas semanas ha tenido lugar un debate acerca de la forma en que debemos relacionarnos entre nosotros, los países de América; una nueva reflexión en cuanto a si resulta pertinente, posible y deseable un proyecto de integración entre las naciones de nuestro continente. Esta discusión fue detonada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, al anunciar que condicionaría su participación en la IX Cumbre de las Américas –que se celebra esta semana en Los Ángeles– a que los anfitriones estadunidenses extendieran invitaciones a todos y cada uno de los Estados americanos. 

 Pese a los esfuerzos de las diplomacias mexicana, estadunidense y de los tres países excluidos para acercar posiciones, no se alcanzó un punto de acuerdo y, en consecuencia, Cuba, Venezuela y Nicaragua quedaron fuera de la convocatoria a la reunión hemisférica, con el argumento de que carecen de regímenes democráticos, característicos del resto de la región. 

Ante esto, y según lo anunciado previamente por el presidente López Obrador, la representación de México en la cumbre estará a cargo de un servidor, en mi calidad de secretario de Relaciones Exteriores. 

Algunos observadores han interpretado esta postura como una decisión precipitada, motivada por la ideología de izquierda de nuestro gobierno. En sus argumentaciones señalan, de manera errónea, que el presidente López Obrador optó por alinearse o “defender” a aquella tríada de “dictaduras latinoamericanas” en detrimento de Estados Unidos –no sólo una democracia plena, sino nuestro mayor socio comercial–, y concluyen que México perdería demasiado –el favor de nuestro vecino, que es la primera potencia económica global– a cambio de muy poco –la defensa de tres Estados autoritarios con los que no tenemos relaciones económicas de peso–. Otra línea de cuestionamiento es que México no debería expresar ni desarrollar posiciones de política exterior no ceñidas a las de Washington. Para un interlocutor sin el contexto adecuado, esto resulta persuasivo, pero se trata de planteamientos simplistas y falaces. 

Lo que ha hecho México va más allá de defender o tomar partido por Caracas, La Habana y Managua frente a Washington. El gobierno de López Obrador –un demócrata incuestionable– no reniega del régimen democrático y de respeto a los derechos humanos del que es el principal artífice en su fuero doméstico: lo que está haciendo México es recuperar su mejor tradición de política exterior, aquella que pondera el respeto al derecho internacional y cuya piedra angular es la defensa del no intervencionismo, ambos elementos fundamentales cuando se aspira a erigir una arquitectura continental renovada. 

Expresado con otras palabras, el Presidente defiende así el principio de no intervención y acusa las contradicciones del principio de intervención selectiva. Lo hace por un tema de valores y principios, sí, pero también como un cálculo estratégico y con la vista puesta en la construcción de un arreglo inédito de relaciones políticas y económicas en el continente americano para el siglo XXI. 

En los siguientes apartados argumento: 

I) Que la batalla por la inclusión universal es consistente con la tradición diplomática y las necesidades estratégicas de México. 

II) Que la exclusión de tres países latinoamericanos de la IX Cumbre de las Américas resulta inconsistente, si no es que contradictoria con la realidad que impera en otras organizaciones internacionales de gran importancia como el G20 y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y que es cuestionable desde un tema de legalidad panamericana. 

III) Que las sanciones políticas y económicas impuestas como instrumentos para el cambio de regímenes políticos han fallado en forma recurrente y, usualmente, sólo han provocado daño a la población civil. 

 Por último, apunto que los principios de inclusión, respeto al no intervencionismo y apego al derecho internacional son fundamentales para implementar la visión del presidente López Obrador y otros líderes que consideran necesaria una mayor integración de las Américas ante el ascenso económico y político de otros bloques y potencias. 

 En primer lugar, la posición de México en esta coyuntura recupera la mejor tradición de nuestra política exterior y se halla muy lejos de constituir una ocurrencia. A lo largo de nuestros más de 200 años de existencia como Estado independiente, sucesivas generaciones de líderes mexicanos entendieron a golpes de realidad –desde invasiones hasta pérdidas de territorio– que enfrentábamos una situación de desventaja ante Estados Unidos y potencias europeas como Francia, Reino Unido y España, dadas las diferencias en el tamaño de nuestras economías y ejércitos. Para compensar o atemperar el desbalance, nuestros dirigentes y diplomáticos comprendieron que en el interés estratégico de México se encuentra postular la prevalencia del multilateralismo, el no intervencionismo y el derecho internacional. Esa tradición tiene sus raíces en el pensamiento juarista y está consagrada en los postulados de la Constitución de 1917 y en la doctrina formulada por Genaro Estrada en 1930, que no sólo representan valores abstractos, sino que se desarrollaron durante decenios con base en el interés nacional. 

Cuando fue secretario de Relaciones Exteriores de México (1970-1975), Emilio Rabasa Mishkin escribió que “nada se ha inventado nuestra política exterior, es consecuencia inmediata y lógica de la azarosa historia nacional”. Por su parte, Bernardo Sepúlveda Amor, durante su gestión como canciller (1982-1988), explicó de este modo la razón de ser de nuestros principios de política exterior: México defiende algo más que meros postulados teóricos, defiende su derecho a ser un pueblo soberano frente a los demás pueblos. Se trata, por otra parte, de principios cuya violación México ha sufrido en experiencia propia a lo largo de su historia y cuya validez universal y acatamiento constituirían un valladar para la defensa del país. 

II 

 En segundo lugar, la exclusión de países de esta IX Cumbre de las Américas y de otros mecanismos de gobernanza continental, en especial de la Organización de los Estados Americanos (OEA), no sólo está en contra de los principios de México, sino que además resulta inconsistente, por no decir contradictoria, con la realidad que prevalece en la membresía de la mayoría de las organizaciones de gobernanza global. 

 En el G20, por ejemplo, durante muchos años las naciones occidentales han convivido, negociado y acordado con regímenes que ellos mismos califican, en otros foros, como no democráticos –como los excluidos de la cumbre de Los Ángeles–. ¿Por qué? Porque es necesario: así lo requiere el funcionamiento correcto de la economía global, del comercio internacional y de las relaciones políticas entre los países. En las Naciones Unidas, una mayoría de Estados miembros no son considerados por los países occidentales como democracias plenas, cuando no calificados como autoritarios. De aceptarse el postulado que se pretende imponer a la Cumbre de las Américas, no existirían la ONU ni el G20 ni el Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico (APEC), o al menos tendrían una membresía debilitada y resultarían inoperantes. 

 En este 2022, en que se celebrará la IX Cumbre de las Américas en la ciudad de Los Ángeles, el gobierno de Estados Unidos –ese mismo que ha excluido de la reunión continental a tres países latinoamericanos por la naturaleza de sus regímenes– ha impulsado un acercamiento con la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental y lanzado el Marco Económico del Indo-Pacífico, en los que varios de sus integrantes carecen de regímenes con el estándar democrático exigido a Cuba o Venezuela. Se trata entonces de que la denominada cláusula democrática no se aplica por igual en todos los casos, sino sólo en algunos, cuando es conveniente.

III 

En tercer lugar, por principio, ningún país tendría el derecho de excluir a otro de la participación en la Cumbre de las Américas. Es decir, la membresía en la Cumbre de las Américas no es –ni ha sido– una prerrogativa del país anfitrión. Puesto de otro modo: la Cumbre de las Américas es o debería ser de todos, no de quienes la hospedan. A la letra, el artículo 10 de la Carta de la OEA reconoce que los Estados son jurídicamente iguales, disfrutan de iguales derechos e igual capacidad para ejercerlos, en tanto que el artículo 19 defiende la no intervención, un valor fundamental de convivencia entre los miembros. Y el artículo 20 complementa el principio de no intervención a una escala panamericana, al prohibir las medidas coercitivas de carácter económico y político para forzar la voluntad soberana de otro Estado. Ciertamente, la evolución del sistema panamericano ha puesto la promoción de la democracia como uno de sus más altos valores, sin dejar de lado el principio de no intervención. En septiembre de 2001, se aprobó la Carta Democrática Interamericana, en cuyo artículo segundo se establece que la democracia representativa es la base del Estado de derecho y los regímenes constitucionales de los Estados miembros de la OEA. No obstante, la Declaración de la Ciudad de Quebec, emanada de la III Cumbre de las Américas (2001), establece que los países acordamos “llevar consultas en caso de una ruptura del sistema democrático de un país que participe en el proceso de cumbres”. Tales consultas no tuvieron lugar antes de decidirse la exclusión para Los Ángeles, por ejemplo, de Cuba, país que ya había sido invitado a participar en las últimas dos reuniones continentales. 

 Aquí es pertinente apuntar que la exclusión de foros políticos forma parte de un cuerpo de sanciones más amplio, que contemplan embargos u otras medidas de boicot o presión económica, cuyo fin último es modificar el régimen político de un país. La visión de México consiste en que, además de ser expresiones de un intervencionismo inaceptable, representan herramientas inefectivas de política, cuyos efectos negativos se sienten en el largo plazo entre la población de las naciones afectadas. Estados Unidos mantiene contra Cuba el régimen de sanciones económicas más antiguo de cualquier parte del mundo. Tras más de 60 años, el principal objetivo de las mismas no se ha conseguido; a saber: el derrocamiento del régimen revolucionario en esa nación del Caribe. Resulta imposible calcular el costo humano del bloqueo: han sido décadas de separación de miles de familias cubanas; sin embargo, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha cifrado en 130 mil millones de dólares las pérdidas de la economía cubana a causa de las sanciones estadunidenses: un monto superior a su PIB. En plena pandemia, el bloqueo a la isla, por ejemplo, imposibilitó a empresas vender el combustible que requerían los hospitales cubanos para operar sus plantas de electricidad. 

* * * 

 Hasta aquí he argumentado que la decisión del presidente López Obrador de oponerse a la exclusión de países de la IX Cumbre de las Américas es consistente con nuestra tradición de política exterior; contradictoria con la realidad imperante en otras organizaciones e instituciones internacionales en las que participan Estados Unidos y las democracias occidentales, como la ONU y el G20, y congruente con los principios fundacionales de la OEA y lo establecido en la Declaración de Quebec. 

Falta, sin embargo, señalar que es indispensable un criterio de inclusión y respeto al principio de no intervencionismo que favorezca un nuevo orden interamericano, uno de mayor integración, como el planteado con visión de estadista por el presidente de México ante el ascenso de otras potencias y regiones. 

 En su ya célebre discurso pronunciado el verano pasado ante cancilleres de países integrantes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en el Castillo de Chapultepec, López Obrador propuso un nuevo arreglo interamericano que deje atrás la historia de agravios que caracterizó la relación de Estados Unidos con sus vecinos latinoamericanos durante buena parte de los últimos 200 años: 

“La propuesta es, ni más ni menos, construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades. En ese espíritu, no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto, en asuntos de derechos humanos y de democracia”. 

Así lo expuso entonces y volvió a plantear su visión en noviembre pasado, durante la Cumbre de Líderes de América del Norte. En el Salón Este de la Casa Blanca, ante al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, López Obrador alertó una vez más acerca de la posible pérdida de peso relativo que tendría la economía norteamericana y llamó a una mayor integración económica y movilidad laboral entre los países del continente. 

Una escuela de pensamiento en México y América Latina ha postulado durante décadas que nuestros países deben plegarse sin cuestionar las decisiones de política exterior de Washington. Otras, en el polo opuesto, son sistemáticamente antiestadunidenses. En el gobierno del presidente López Obrador, nuestra convicción es que podemos y debemos tener autonomía en nuestras decisiones de política exterior, cuando ello sea acorde a nuestros principios e intereses. Así ocurrió, por ejemplo, en 1962, cuando nos opusimos a la expulsión de Cuba de la OEA. Nuestro postulado es que el arreglo necesario para las Américas debe constituirse con base en el diálogo y el respeto a las diferencias de los países del continente. 

 Esta IX Cumbre de las Américas podría haber sido el momento de retomar el camino iniciado por el presidente Barack Obama en la cita de 2015, en la ciudad de Panamá. El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, bajo su administración, es el mejor ejemplo de que debemos y podemos construir en este continente políticas que beneficien a nuestros pueblos, incluso desde las más profundas diferencias. 

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha hablado de la urgencia de apuntalar el sistema interamericano de manera que se convierta en una comunidad de naciones soberanas, cada vez más y mejor integrada para afrontar los retos del llamado “siglo del Pacífico”. Es una propuesta que abona al bienestar de las naciones latinoamericanas, pero también de Estados Unidos ante el declive de su peso relativo en la economía y la geopolítica mundial. Frente a este desafío, la disyuntiva implica permitir la prevalencia del intervencionismo y la desconfianza, o bien transitar hacia un nuevo panamericanismo fundado en el respeto para todas las naciones y que derive en mejores condiciones de bienestar para nuestros pueblos. 

Para nosotros resulta claro: creemos que una América de todos y para todos es posible. 

  

* Secretario de Relaciones Exteriores de México 

Reta López Obrador al senador de EU, Marco Rubio, probar ‘nexos’ con el narco

Retó a al senador republicano a comprobar sus acusaciones; ‘yo no soy Felipe Calderón’, le reviró; Ted Cruz recibió dinero de la NRA, señaló el presidente

JONATHAN CASTRO | 08:46 hrs.
 
 

 

 
Andrés Manuel López Obrador en conferencia.

El presidente Andrés Manuel López Obrador durante su tradicional conferencia matutina en Palacio Nacional. Foto: Cuartoscuro

 

Luego de que el senador republicano Marco Rubio lo acusara de tener vínculos con el narcotráfico, el presidente Andrés Manuel López Obrador lo urgió a presentar las pruebas de ello.

Desde Palacio Nacional, el mandatario respondió a los señalamientos del senador estadunidense quien no sólo celebró que éste no acudiera a la Cumbre de las Américas en Estados Unidos, sino que por sólo pedir se invitara a todas las naciones a dicho encuentro, lo acusó de apoyar a dictadores y narcotraficantes.

(…), Marco Rubio le añadió que no sólo protejo dictaduras, sino que permití al narcotráfico que dominara en un amplio territorio de México. Yo le digo al señor Marco Rubio que presente pruebas.

¡Cuál es mi vinculación con el narco en México? Yo no soy Felipe Calderón, aunque no les guste, no sólo a sus más cercanos sino a muchos que votaron por él, hay que saber rectificar, no caer en la autocomplacencia, es de sabios cambiar de opinión y la verdad nos hará libres”, reviró el mandatario mexicano. 

De acuerdo con Rubio, de origen cubano, presuntamente López Obrador entregó diversas secciones del país a cárteles de la droga.

Además, señaló al titular del Ejecutivo federal de ser “un apologista de la tiranía en Cuba, de un dictador asesino en Nicaragua y de un narcotraficante en Venezuela”. 

López Obrador además cuestionó al también senador republicano, Ted Cruz —quien lo ha criticado en diversas ocasiones por la violencia en México— por su oposición a invitar a Cuba a la Cumbre de las Américas por violaciones a Derechos Humanos, pero en la práctica apoyó el que Estados Unidos entregara 40 mil millones de dólares a Ucrania, de los cuales la mitad fueron destinados para asistencia militar.

El mandatario criticó el doble discurso del republicano, ya que lo acusó de haber recibido dinero y apoyo de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés).

Yo sí tengo pruebas de que a él le han dado dinero los que están a favor de la fabricación de armas en EU y de que no haya ninguna prohibición para la venta de armas: el año pasado, creo que le dieron como 120 mil dólares la organización NRA”, mencionó.

El pasado 30 de mayo, Excélsior informó que de acuerdo con la organización Secretos Abiertos ha informado que entre 1989 y 2022, las organizaciones en pro de los derechos a la portación de armas han destinado más de 50.5 millones de dólares a candidatos federales, partidos y diversos grupos externos. 

La organización reveló una lista de 20 integrantes del Congreso estadunidense, que abarcan de 1989 al 2022, y quienes han recibido grandes sumas de dinero para la defensa de los derechos para portar armas, entre los que figuran los republicanos Ted Cruz, Ron Johnson, Mitch McConnell, Steve Scalise, Lindsey Graham, entre otros.

López Obrador además cuestionó al senador demócrata Robert Bob Menéndez, de origen cubano, de oponerse a invitar a Cuba a la Cumbre de las Américas y de ejercer presión en contra del presidente de Estados Unidos, Joe BIden.

¿A quién le corresponderá el dedazo?

 

Víctor BeltriVíctor Beltri                                                                                   Nadando entre tiburones
 
 
 

 La mejor forma de cocinar una langosta, de acuerdo con algunos cocineros, consiste en introducirla viva en agua fría para, después, aumentar la temperatura de manera gradual hasta que esté en su punto. Es imposible saber, evidentemente, lo que pasa por la cabeza del animal mientras que suben los grados centígrados: es probable que sólo sienta más calor, hasta el momento en que ya es demasiado tarde. 

 Los resultados de la elección de ayer, con todo y sus sorpresas, no merecen tanto el entusiasmo como obligan a la reflexión profunda sobre la situación actual y el futuro que parece acecharnos. Lo que antes eran tan sólo sospechas, ahora son acusaciones directas por parte de quienes conocen bien al Presidente e, incluso, han formado parte de su círculo más cercano: la descarada operación de Estado en los comicios; el reparto de dinero y amenazas, la presencia de gente armada, no sólo anticipan lo que vendrá en el futuro, sino que advierten una situación en la que ya estamos inmersos aunque prefiramos no darnos cuenta. 

 El país es una catástrofe continua desde su inicio, en todos los rubros, pero nadie ha sido capaz de ofrecer una visión distinta, creíble, y que logre entusiasmar a la gente que —a pesar de estar sufriendo en carne propia los errores de esta administración— aún sigue creyendo en el Presidente. La oposición está dividida y, si los partidos no han sido capaces de ponerse de acuerdo entre ellos, mucho menos lo han sido de conectar con una ciudadanía que exige de ellos algo más que la oferta de terminar con una pesadilla para regresar a otra. 

 La oposición no ha sido capaz de construir un discurso sólido porque, al parecer, los propios partidos políticos no han entendido la dimensión real del problema. 

 Lo que se juega en 2024 no es una elección más en el juego democrático que conocemos y construimos juntos, en el que un partido podía ganarle a otro y la alternancia en el poder era algo natural e, incluso, deseable: lo que enfrentamos ahora no es un partido político, sino la unión real y operativa de los poderes fácticos con el poder del Estado, en una alianza que buscará por todos los medios la continuidad para poder evadir responsabilidades y lograr los propios fines de sus integrantes. 

En tales condiciones, con recursos financieros prácticamente ilimitados y el virtual monopolio de la violencia ilegítima que le ha concedido la política de “abrazos, no balazos”, ¿quién sería el gran elector? ¿A quién le corresponderá el dedazo? El agua ya está hirviendo, y es preciso advertirlo una vez más, sin que las victorias pírricas desvíen nuestra atención de lo que se cocina mientras celebramos un pequeño avance. 

 Nuestro gobierno no sólo se ha alineado con el lado equivocado de la historia a nivel mundial —con la guerra en Ucrania— sino también con el más perverso a nivel regional —con el Foro de Sao Paulo— y el más despiadado en nuestra realidad nacional, según acusan quienes lo conocen de cerca. 

 La emergencia es real, y amenaza con la destrucción del país que entre todos hemos construido: si en algún momento de la historia se ha necesitado la unión de todos los mexicanos, dejando atrás nuestras diferencias, se trata —sin duda— del que estamos viviendo. 

Los contubernios no son heredables, es cierto, pero por eso se pactan desde antes con quienes estarán involucrados. Hoy comienza —en los hechos— la demolición del INE y, con ello, el último obstáculo para terminar con una democracia que no les sirve a quienes tienen sus propios intereses. Los partidos políticos no pueden esperar a sus electores de regreso sin dejar de participar antes en el mensaje de odio presidencial y, en cambio, enfocarse en lo que podría ser una gestión efectiva de gobierno para colocarnos de nuevo en la ruta correcta; los partidos políticos —tampoco— pueden seguir midiendo sus tiempos pensando en que su turno llegará en 2030: de seguir por donde vamos, para entonces —muy probablemente— no existirá un sistema democrático que lo permita. El agua, aunque no nos guste, ya está hirviendo. 

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