Esa añoranza del viejo PRI
Pascal Beltrán del Río Bitácora del director
Van varias veces que el presidente Andrés Manuel López Obrador exhorta al PRI a recuperar sus orígenes mediante el apoyo al movimiento que él encabeza y la consabida transformación que él enarbola.
Ayer, en su conferencia mañanera, lo volvió a hacer: “Si yo tuviese que dar un consejo a los del PRI, pensando en voz alta, les diría: reivindiquen su historia de lucha en favor del pueblo”.
Aupado por los resultados electorales del domingo –en los que Morena arrebató dos gubernaturas al PRI y dos al PAN–, el mandatario hizo un repaso, a su modo, de la historia de esos dos últimos partidos. Se remontó a los tiempos de la fundación del PNR, ancestro del PRI, creado “en la época del general Calles” para “agrupar a todas las fuerzas revolucionarias, partidos regionales que existían y crear un partido fuerte
El PNR, continuó, “se transforma en 1938, en Partido de la Revolución Mexicana (…) y, en su conjunto, ese partido y el pueblo respaldan al general (Lázaro Cárdenas) en la política de recuperación de los bienes que Porfirio Díaz había entregado a extranjeros, en especial el petróleo”.
(En realidad, fue la Constitución de 1917, promulgada casi dos décadas antes, la que reservó para la nación “el dominio directo sobre los minerales o sustancias que, en vetas, mantos, masas o yacimientos, constituyan depósitos cuya naturaleza sea distinta de los componentes de los terrenos, tales como (…) los combustibles minerales sólidos, el petróleo y todos los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos”. Cárdenas, en 1938 expropió la maquinaria y demás fierros de la industria petrolera).
Al transformarse el PRM en PRI, abundó López Obrador, “durante el gobierno de Miguel Alemán, ahí empieza un cambio completo (…) sin embargo, no se abandona la política de apoyo al campo, a los obreros, al pueblo”. En seguida, pasó a alabar las presidencias de Adolfo Ruiz Cortines –“una gente honesta”– y Adolfo López Mateos –quien “decía que había que ser de izquierda dentro de la Constitución”– y sostuvo que a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari “ya es otra etapa del PRI y abandonan completamente –los priistas, se entiende– todo lo que fueron durante mucho tiempo”.
El problema de ese relato es que el Presidente se brincó los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid. Durante este último –se refiere en ¿Y quién es?, la biografía de López Obrador, escrita por Blanca Gómez–, él encabezó al PRI en Tabasco, trabajó en el Instituto Nacional del Consumidor, impartió clases en el Instituto de Capacitación Política del partido y ayudó a redactar los documentos básicos para su XII Asamblea Nacional, de marzo de 1987, en la que se condenarían las actividades de la Corriente Democrática, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo.
De hecho, el hoy Presidente no se separaría del PRI hasta agosto de 1988 –pasadas las elecciones presidenciales de ese año–, tras aceptar la invitación de Cárdenas para ser candidato del Frente Democrático Nacional a gobernador de Tabasco y después de que el candidato priista a ese cargo le negó la posibilidad de ser aspirante a la presidencia municipal de Macuspana (¿Y quién es?, página 105).
En su alabanza a aquel PRI, López Obrador se ha olvidado de la mayoría de los actos de represión con los que se aplacaba a quienes amenazaban la continuidad del sistema político hegemónico que prevalecía entonces, así como de la corrupción que aceitaba su maquinaria, la antidemocracia que tardó décadas en ceder y la pobreza que no desapareció con la Revolución Mexicana y se mantiene hasta hoy.
Ese PRI virtuoso que pinta el Presidente es un mito dentro de su propio mito. ¿Qué pensarán al respecto sus compañeros de viaje que sufrieron la cárcel o que marcharon y se organizaron para acabar con el autoritarismo y abrir paso a la democracia de la que se benefició el tabasqueño para llegar al poder?
Eso que piensan, lo más seguro es que no lo digan. Porque aquí se está restaurando con ahínco el mando centralizado y vertical en el que el Presidente siempre tenía la razón.