Jorge Fernández Menéndez Razones
La mañanera de ayer fue de las más beligerantes del presidente López Obrador. Hubo de todo y para todos: cuando pensábamos que era hora de olvidarse de las pésimas declaraciones sobre la Iglesia católica y la comunidad judía, el Presidente regresó al tema, y se fue nuevamente contra ellos, y también contra los empresarios, contra Iberdrola, contra García Luna y Alazraki, contra los comunicadores en general, contra todo ese país, que, según las encuestas, significa prácticamente 50% de la población, y a los que considera sus enemigos.
Pero en medio de todo ese torbellino de adjetivos, agravios y descalificaciones, apareció una nueva defensa presidencial de Julian Assange, director y fundador de WikiLeaks, al que el Presidente ve como un héroe de la libertad y que Estados Unidos y la Comunidad Europea consideran un personaje que violó la seguridad nacional de la Unión Americana y de otros países, y que lo hizo en connivencia con los servicios rusos.
Dijo el presidente López Obrador en otra declaración de la que deben haber tomado nota en Washington, que, si se deporta y condena a Assange, dejaría de existir la libertad en Estados Unidos y habría que hacer, incluso, una campaña para desmontar la Estatua de la Libertad. Es una idea peregrina, pero más lo es la causa que esgrimió para defender a Assange: dijo que éste había denunciado que, en 2006, el entonces cardenal Norberto Rivera había intervenido ante la Santa Sede para pedir que no se apoyara al candidato López Obrador porque era un peligro para México.
Sólo en ese comentario hay una enorme cantidad de datos que no son ciertos. Durante aquel gobierno capitalino, Norberto Rivera fue un aliado de López Obrador, tanto que se frenaron en esa administración todas las leyes que impulsaban el aborto por un acuerdo precisamente con Rivera. Assange nunca se refirió, jamás, a López Obrador ni a México, un país que no estaba, siquiera, en su esfera de interés. Lo que hizo Assange, a través de WikiLeaks, fue tomar la información que le filtró un operador de sistemas del área de inteligencia del Ejército estadunidense, Bradley Manning (que, posteriormente, decidió cambiar de sexo y tomó el nombre de Chelsea, y hoy está en libertad) y difundirlo, según fuentes estadunidenses, en acuerdo con servicios de países confrontados con EU.
El Ejército de Estados Unidos acusó a Manning de haber entregado a WikiLeaks cientos de miles de materiales secretos, incluyendo un famoso video en el que se observa cómo, desde un helicóptero de EU, se mata a un grupo de supuestos miembros de grupos armados en Irak, entre los que se encontraban dos periodistas de la agencia Reuters, lo mismo que numerosos documentos de las guerras de Afganistán e Irak. Pero, fueron más allá, además, se filtraron cientos de miles de cables del departamento de Estado, de carácter diplomático. Algunos de esos cables refieren comentarios y opiniones privadas o secretas de diplomáticos de EU al departamento de Estado sobre las elecciones de 2006 y los primeros años del gobierno de Felipe Calderón.
Lo que dice López Obrador que Assange informó sobre las presiones al Vaticano, es precisamente uno de esos cables con una versión de un diplomático sobre el tema. Hay otro, por el cual Calderón le pidió la remoción del embajador en México, Carlos Pascual, a Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, con acusaciones infundadas contra el Ejército mexicano.
Pero lo importante es que se usaron esos cables, no los relacionados con México (que eran sólo un puñado e intrascendentes para la Unión Americana), sino muchos otros, para realizar parte de la campaña negra contra Hillary, lo que se refrendó con la filtración, también de WikiLeaks, en 2016, de correos electrónicos obtenidos de servidores del Partido Demócrata y de la cuenta personal de John Podesta, el jefe de campaña de Hillary Clinton, entonces candidata a la Presidencia de los demócratas. WikiLeaks publicó un total de 44 mil correos electrónicos y 17 mil archivos que fueron buena parte de la campaña de Trump contra Clinton. Por eso, entre las acusaciones en contra de Assange, está la de haber participado en la campaña de desinformación que llevaron a Trump a la Presidencia.
En medio, Assange estuvo años refugiado en la embajada de Ecuador en Londres, de la cual finalmente fue expulsado; estuvo acusado de delitos sexuales en Suecia; hoy está preso en Gran Bretaña y ese país concedió hace algunas semanas, la extradición a la Unión Americana: sus abogados argumentan que si es extraditado, tendría, como dice López Obrador, cadena perpetua, pero los fiscales que lo demandan por 18 cargos, han dejado trascender que, finalmente, tendría entre cuatro y seis años de condena.
Assange y Edward Snowden, que reside actualmente en Rusia, donde buscó y recibió refugio, son personajes muy controvertidos, con una actividad que rebasa por mucho la de comunicadores o incluso de hackers. México tiene una larga tradición de ofrecimiento de asilo político y puede ofrecerle esa opción a Assange, pero convertir a un personaje tan impugnado, cuya causa tiene tantos claroscuros, en el foco de una disputa con EU no tiene sentido. Y decir que si Assange es condenado se perderá en ese país la libertad, al límite de demandar el desmantelamiento de la Estatua de la Libertad, es un sinsentido enorme, sobre todo a una semana de la ya de por sí problemática cumbre entre Joe Biden y el presidente López Obrador.