Por Juan Carlos Gómez Aranda*
El inicio del quinto año de la administración del presidente López Obrador nos permite ver con mayor nitidez los claroscuros de la 4T. Aciertos, omisiones, incumplimientos y pendientes saltan a la vista anticipando que no estamos frente a un gobierno de éxitos rotundos, pero tampoco ante una catástrofe sexenal.
El dominio de la agenda mediática, y con ello de la narrativa, la ampliación de la cobertura de pensiones y en general de los programas sociales, la reducción de la brecha de desigualdad, triunfos electorales, avance de los principales proyectos de infraestructura, prudencia fiscal y recaudación exitosa, aumento de las exportaciones, ampliación de libertad sindical, incremento al salario y del consumo, así como estabilidad cambiaria, son algunos de los logros que pueden anotarse. Desde luego que cada renglón es discutible y tiene sus asegunes porque algunos adelantos son marginales, obedecen a impulsos externos o falta ver mayores resultados, pero en lo que puede existir coincidencia es en que lo anterior ha permitido, por una parte, que en las encuestas de opinión el titular del Ejecutivo resulte con una aprobación del 60% o más, según el sondeo que se mire, y, por la otra, ha polarizado a la sociedad, lo que le es conveniente para aglutinar adeptos ante los procesos de competencia electoral que se avecinan.
Para muchos también son logros la cooptación o acotamiento de órganos autónomos como las comisiones de Derechos Humanos, la Reguladora de Energía, el Instituto Nacional Electoral o algunos integrantes de la Corte. Del mismo modo, el que las Fuerzas Armadas participen en más de una decena de actividades antes reservadas para el sector civil y hasta la marcha del domingo 27 de noviembre convocada por López Obrador son acciones valoradas como “históricas” por sus promotores y por un sector de la población.
En el otro plato de la balanza está el déficit, principalmente en la percepción de inseguridad que existe en diversas regiones del país por la violencia que generan grupos delincuenciales; impunidad, inflación, carencias del sector salud, manejo de la pandemia y saldo de fallecimientos; asignación directa de contratos de obras y adquisiciones; derrota en el Congreso de iniciativas de reformas propuestas por el Presidente, y fracasos y decepciones internacionales como la sufrida en el BID ante supuestos aliados ideológicos como Brasil y Argentina; los “regaños” del presidente chileno Gabriel Boric por los feminicidios o la condescendencia con el impresentable régimen que gobierna Nicaragua pisoteando derechos políticos y humanos de sus opositores.
Demos una mirada a lo que está por suceder los próximos dos años, porque estaremos ante un momento de inflexión —éste sí puede ser histórico— económico y social. La gran oportunidad que ya nos alcanzó es el proceso de relocalización de empresas —o nearshoring— de Asia a nuestro país. No es nueva la aseveración de que la geografía ha sido generosa y el viejo refrán que pregona: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, quedó en el pasado, pues hoy, gracias a la cercanía con los importantes mercados de América del Norte, el país tiene ante sí la oportunidad de un nuevo resurgimiento económico.
Cientos de empresas buscan mudarse a nuestra región para catapultar su producción al mercado trinacional. Pero, para hacerlo, necesitan algunas condiciones: seguridad, ya que en círculos diplomáticos se murmura que el gobierno, en algunos casos, no actúa contra la delincuencia —por estrategia o falta de ancho de banda— que cobra derecho de piso a las empresas y en algunas ocasiones toma posesión de ellas ante la impotencia de los inversionistas. También necesitan certeza jurídica y reglas claras, no temor por el cambio inesperado de las reglas del juego.
De la misma manera, urge contar con energía eléctrica suficiente y limpia para cumplir con compromisos de reducción de emisiones y aumentar la productividad con energías renovables, donde México tiene la ventaja de contar con recursos hídricos y de ser rico en irradiación solar y vientos favorables para la generación de fuerza productiva. Igualmente, los nuevos jugadores en electromovilidad y manufacturas en general requerirán estímulos económicos y fiscales, así como miles de ingenieros, técnicos y obreros capacitados.
Por otra parte, es posible que las elecciones de 2024 sean reñidas. ¿Estamos preparados para imaginar siquiera la turbulencia social que podría suceder si Morena perdiera la Presidencia de la República por un margen estrecho?
Con frecuencia, las cosas buenas suceden a pesar de las autoridades. Pero queda claro que para encarar el futuro es fundamental el compromiso gubernamental y de actores políticos de contribuir con un clima de unidad y reconciliación que ponga en el centro el esfuerzo para trabajar todos para la prosperidad nacional. Llegó el momento.
Analista político y experto en comunicación estratégica*