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SEBASTIAN LERDO DE TEJADA Y CORRAL PARTE II

Por Arturo Noriega ibarra

 

A partir del 12 de octubre de 1864. Juárez y sus acompañantes permanecieron 11 meses consecutivos en loa ciudad de chihuahua. Vida sin sobresaltos, dedicada al desahogo de los asuntos oficiales y a charlas con los amigos o a jugar cartas por las noches, cuando no se presentaba la oportunidad de algún baile, el 23 de marzo del año siguiente se les invitó a un baile en casa de del señor McManus y que terminó a las 5 y media de la mañana, cundo el astro rey emprendía su majestuosa marcha según la crónica que apareció dos días después en EL REPUBLICANO, Juárez por supuesto no se perdió una sola pieza; Lerdo bailó con manuela, y es de sospecharse que esa noche Lerdo le habló de amores, y que la choca mencionó por primera vez sus relaciones con Adolfo pinto, el joven sastre.

 

15 de agosto los imperialistas ocuparon Chihuahua a mando del comandante Brincourt, y a los tres meses evacuaron la ciudad y regresó la comitiva de Juárez desde Paso del norte de nuevo a Chihuahua. En diciembre regreso Brincourt y de vuelta para paso del norte. Durante la primera mitad del 1866 la campaña languidecia en pequeñas escaramuzas, pues los republicanos recuperaban plazas que iban desocupando los franceses.

Juárez y el gobierno regresaron del norte a Chihuahua el 17 de Junio de 1866, ahora si por última vez, y don Bernardo Revilla, presidió la campaña de recibimiento de tan dignos personajes, durante tres días se prolongó las fiestas, que culminaron con un gran baile donde don Benito hizo de las suyas, como era su costumbre, Chihuahua la capital del estado, apena un villorrio de casonas como fortalezas, hervía en los preparativos de despedida (9 de diciembre), y Juárez un fanático de la danza aprovechaba la ocasión para bailar allá sus últimos bailes, mas don Sebastián se jugaba su última carta pidiéndole a Manuelita que se casara con él. Y la dama rehusó argumentando que su amor lo tenía comprometido con Adolfo Pinto. Al día siguiente 10 de diciembre el pueblo se congregaría en la alameda para darles la despedida de Santa Rita, comiendo ese día en casa de don Bernardo y don Sebas no acudió por su fuerte dolor en su corazón al sentirse con un amor imposible. Pactando con Antonia un plan de conquista de la palomita, diciéndole a esta “la expresión de amistad de usted no la olvidaría aunque viviera 100 años.

El 19 de diciembre de 1866 Antonia desalentada escribiría a Lerdo diciendo: “que ha sido una desgracia el encargo de Ávalos”, en su carta del 19 de diciembre, mas Lerdo no quita el dedo del renglón, mas terco que una mula insistiría durante siete meses que duró la marcha a la ciudad de México, y nanai.

Todas las cartas están documentadas salvó la mas importante la del 7 de enero de 1867, al parecer destruida por Manuelita.

En una de las cartas don Sebas ya como cuate nuestro le dice a Antoñita:

Quién sabe si a veces parezca yo un hombre poco sensible, -dice a Antonia- el hecho es que hubo para mi cosas muy duras, que no he visto para ningún otro, Dios me libre de quejarme de tales cosas, cuando lo que mas quisiera, con toda mi alma, sería borrarlas y repararlas. Este recuerdo viene a lo hizo usted entonces conmigo. Ni he sabido ni se qué porque quiso usted también ponerme su carita seria, pero si vi que no pudo usted hacerlo…. Sin duda comprendía usted toda mi voluntad, y que realmente no había motivo para tratar de afligirme y de causarme tanto sentimiento, porque dos o mas veces, en lugar de mantener su seriedad, acabó por reírse bondadosamente conmigo, ¿Cómo podría yo no querer a usted, cuanto la quiero?....no necesito ni pretendo que me diga usted lo que haga. Bastará que me diga usted solo que tiene presente, y que cuidará de mi encargo. Pero sabe usted todo lo que eso es para mí, y si llega usted a tener algo bueno que decirme, por muy poco que sea, mándeme usted la noticia por el viento. (enamorado don Sebas).

LEER LAS OTRAS DOS CARTAS.

Don Sebastián se encerró en si mismo causado por su frustrado amor no asistía al teatro, bailes y toros, o se retiraba temprano si es que asistía, con la oscura pena del amor que se le escapaba cuando no tenía ya edad para alcanzarlo.

Don Sebastián había dejado pasar 46 de su existencia en espera del amor, y cuando suponía que por primera vez era viable la esperanza, cuando experimentaba la ilusión de la cercanía de la felicidad, la famosa carta se extraviaba o simplemente Antonia la deja sis constestar, si como le hizo daño esa falta de respuesta, pero don Sebas volvia a la carga:

Cuando yo quiero a una persona y usted sabe que la quiero bien, mi mayor deseo es no causarle pena, si tuvo usted algún inconveniente para no contestarme mi carta del 7, hizo usted bien no contestándola, en ese caso suplico a usted con toda verdad que tampoco me conteste usted lo que aquí le estoy diciendo, repito a usted Antoñita, que se digne creer en mi sinceridad. Con mucho interés he pedido a usted, un gran favor. Pero en lo que no pueda usted hacer, sabré considerar que será porque realmente no puede usted, y no por falta de voluntad. No soy injusto para pedir a usted lo que crea que no puede, o que no debe hacer.

DOS PARRAFOS.

Sebastián Lerdo de Tejada, "que fue la inteligencia detrás del empecinado valor de Juárez, durante la época de la intervención francesa, que se destacó como uno de los prominentes abogados del liberalismo y que fue un orgulloso nacionalista", quien ocupó los más diversos cargos públicos hasta llegar a la primera magistratura, "es, de muy extraña manera, uno de los patriotas y estadistas olvidados de México", un personaje fundamental en la historia de la reforma mexicana

En efecto, la posteridad de Lerdo de Tejada resultó desproporcionadamente afectada por el hecho de que su periodo presidencial se encontrara entre dos de las más extraordinarias figuras de toda la historia mexicana: Juárez y Díaz.; mientras que las publicaciones sobre don Benito y don Porfirio siguen multiplicándose en los últimos años, Don Sebastián gozó en vida de una bien ganada fama de tiránico, altivo, orgulloso y distante, y casi con certeza debe haberse sentido satisfecho de no alimentar el morbo de la prensa de su época -que tan salvajemente lo atacó- al ocultar a todo mundo su vida privada. Pero no es éste el único factor determinante en esas zonas incógnitas de su trayectoria; como a pedido expreso del mismo Lerdo de Tejada, ciertos archivos escolares que hubieran brindado valiosos datos se perdieron para siempre.

De los muchos aspectos que el autor valora como positivos -la inmensa mayoría- en la trayectoria de Lerdo, su férrea postura nacionalista para desbaratar el Tratado Wyke-Zamacona (noviembre de 1861), es uno de los más relevantes y quizá de los más irreprochables, por su inflexibilidad para no ceder jamás una pulgada de territorio nacional, debilidad a la que eran afectos la gran mayoría de sus correligionarios, de Juárez para abajo. El mismo Knapp la valora como "la característica más vigorosa de su carrera", y así lo confirma una breve revisión de la conducta y la política seguidas por el personaje en este tema tan escabroso, el de las cesiones de territorio y las diversas concesiones a los Estados Unidos. Ya en los albores de su carrera política, a fines de 1856, ocupó durante apenas tres meses la Secretaría de Relaciones Exteriores; entonces tuvo que enfrentar una disputa con España y luego las ambiciones del agresivo embajador estadounidense John Forsyth, quien pretendía realizar "un ajuste" en la frontera y obtener derechos de tránsito por Tehuantepec. Lerdo de Tejada y el entonces presidente Comonfort se negaron de modo terminante. Esa firmeza parece haberse mantenido incólume, como lo prueban las instrucciones giradas por Lerdo al embajador en Washington, Matías Romero, en diciembre de 1864: no se celebraría jamás convenio alguno que pusiera en peligro la integridad del territorio nacional. Uno se pregunta si habría existido el tratado McLane-Ocampo de haber estado Lerdo de Tejada en ese mismo cargo.

Toca Sebastián en Nueva York. El domingo 21 de abril de 1889, en la residencia Lenox House de la ciudad de Nueva York, murió el ex-presidente mexicano Sebastián Lerdo de Tejada, a los 66 años de edad y tras doce de vida en el exilio. Lerdo de Tejada había sido presidente de México entre 1872 y 1876, año con el que termina una etapa histórica, la llamada República restaurada, e inicia otra, la del largo dominio de Porfirio Díaz, que se prolongará por más de treinta años, hasta 1910, en el arranque de la Revolución mexicana. Díaz no renunciará sino hasta mayo de 1911, y partirá hacia el exilio en Europa. En 1876, la revuelta exitosa de Tuxtepec es comandada por Porfirio Díaz, lo que explica el derrocamiento de Lerdo de Tejada y el hecho de que el ex-presidente mexicano pase la última etapa de su vida en el exilio neoyorkino. La vida política de Sebastián Lerdo de Tejada había sido civil, no militar; se dio desde el principio en puestos institucionales de alto rango y fue verdaderamente meteórica. Es el momento de pleno conflicto entre el presidente Mariano Arista y el Congreso. Era 1852. Arista acabará renunciando a la presidencia ante la imposibilidad de llegar a acuerdos con el Congreso y ello dará pauta a la última dictadura de Santa Anna, que se inicia en abril de 1853 y termina con la Revolución de Ayutla, comandada por los liberales, en agosto de 1855. Así, el nuevo dominio de los liberales –Lerdo de Tejada uno de ellos, junto con su destacado hermano mayor, Miguel– llevará a la promulgación de la Constitución de 1857. Sebastián Lerdo de Tejada será a los 34 años ministro de Relaciones Exteriores del presidente Ignacio Comonfort, en los meses previos a la entrada en vigor de la Constitución de 1857; después será diputado al Congreso, en el tránsito del fin de la Guerra de Tres Años entre liberales y conservadores (1858-1860) al inicio de la intervención francesa (1862-1867); posteriormente, fue ministro de Relaciones Exteriores del presidente Benito Juárez durante los largos años de la República itinerante, durante el llamado Segundo imperio y, a partir del triunfo de los liberales sobre Maximiliano de Habsburgo, es decir, con la Restauración de la República a mediados de 1867, será electo presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Tiene entonces 44 años. En julio de 1872, al morir Juárez, Lerdo de Tejada se convierte en presidente de la República, pues la Constitución de 1857 ordenaba que el sustituto, a falta absoluta del titular del Poder Ejecutivo, fuese precisamente quien presidiera la Corte. Pocos meses después, en octubre de 1872, es electo presidente de la República para el período 1872-1876, con el apoyo del juarismo sobreviviente y, por supuesto, del llamado lerdismo. En ese momento tiene 49 años. En 1876, Lerdo de Tejada intenta reelegirse, al tiempo que enfrenta la revolución tuxtepecana que abandera Porfirio Díaz y que impulsa, por la vía armada, el principio de la no reelección presidencial. Años después, Díaz traicionaría su propia bandera y se reelegirá, ya dictador hasta la ancianidad. Enfrentado a Porfirio Díaz, Sebastián Lerdo de Tejada perdió en 1876, en parte porque el juarismo se dividió. Destacados militares juaristas apoyan a Lerdo de Tejada (Ignacio Mejía, Mariano Escobedo), y destacados políticos juaristas apoyan a Díaz (Matías Romero, Ignacio Mariscal). La base de apoyo de Lerdo de Tejada también se dividió: José María Iglesias, nuevo presidente de la Suprema Corte de Justicia, reclama la presidencia ante el vacío de legitimidad de las elecciones presidenciales de 1876, en las que chocan Lerdo de Tejada y Díaz. Total: el lerdismo ya no cuenta con el apoyo completo del juarismo, por demás disminuido, y el iglesismo apuesta por separado. Los tuxtepecanos de 1876, comandados por Porfirio Díaz, ganarán la batalla porque sumaron adeptos y porque se fragmentó el bando adversario. Díaz se hacía, así, del poder. Derrotado, Lerdo de Tejada sale del país a finales de 1876 por el puerto de Acapulco hacia Panamá, para de ahí seguir hacia la ciudad de Nueva York. Tiene entonces 53 años. En definitiva, con el exilio de Lerdo de Tejada concluía la etapa conocida como la República restaurada (1867-1876), que va del triunfo de la República contra el Segundo imperio en 1867 al golpe de Tuxtepec en 1876. Son presidentes, en esos nueve años, Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada. Éste fue, en la historia del siglo xix mexicano, el gran derrotado por el dictador Porfirio Díaz. Lerdo de Tejada quedó históricamente en medio de dos gigantes políticos, ambos oaxaqueños, Juárez y Díaz, los presidentes mexicanos que más han permanecido en el poder. Poco después, una intentona lerdista en el norte del país fracasará rotundamente, al mando de Mariano Escobedo. Muy pronto Lerdo de Tejada comprende el carácter definitivo de su derrota y decide quedarse en la urbe de hierro hasta su muerte en 1889. Lerdo de Tejada nunca quiso, con su regreso a México, legitimar el régimen porfirista. Pasó los últimos años de su vida en la lectura, en la atención jurídica de algún caso, en largas caminatas por las calles de la ciudad. Sebastián Lerdo de Tejada pasa a la historia de México por muchas razones, pero son especialmente destacables dos, muy propias de su talento como ingeniero político-constitucional de altos vuelos. En primer lugar, impulsó que el Congreso mexicano introdujera en la Constitución las Leyes de Reforma para consolidar la victoria, en el ordenamiento jurídico, del liberalismo, pero también logró que el Congreso enmendara la Constitución para el reequilibrio de poderes y restableciera el Senado de la República, desaparecido por el unicameralismo “asambleístico” de la Constitución de 1857. Lerdo de Tejada le dio poder al Estado para impulsar la agenda liberal y ajustó los pesos y contrapesos en las instituciones del Estado. No fue poca cosa. Por lo demás, con la gran reforma constitucional de 1874, Lerdo de Tejada enmendaba un gran error político, que lo distanció de Juárez en 1867; equivocadamente, Lerdo de Tejada impulsó la idea, al concluir el Imperio de Maximiliano, de que, para la vuelta al orden constitucional previsto por la Constitución de 1857, era necesario, después de la guerra, ir a elecciones democráticas, pero antes debía darse una especie de refundación del pacto estatal, apelando directamente al pueblo, para reformar a profundidad el orden constitucional. Se argumenta que la Convocatoria del 24 de agosto de 1867 a un plebiscito para reformar la Constitución no sigue literalmente el procedimiento de reforma establecido en la propia Constitución. Por su lado, Lerdo de Tejada alega que el plebiscito sí tiene fundamento constitucional, pues se está apelando edición en español de este excepcional estudio en todo el siglo xx (tiró 2,000 ejemplares.

Al sobrevenir la caída del imperio y la captura de Maximiliano, se atribuye a Lerdo buena parte de la responsabilidad del fusilamiento del emperador. Entonces expresó: “El perdón de Maximiliano pudiera ser muy funesto al país... Es preciso que la existencia de México, como nación independiente, no la dejemos al libre arbitrio de los gobiernos de Europa... Cerca de cincuenta años hace que México viene ensayando un sistema de perdón, de lenidad, y los frutos de esa conducta han sido la anarquía entre nosotros y el desprestigio en el exterior.”

Todavía impidió la entrega del cadáver hasta que el gobierno austriaco y la familia del archiduque presentaron una solicitud oficial porque “era necesario, como un escarmiento a la Europa, que el castigo fuera terrible, como terribles habían sido los ultrajes inferidos a la majestad de la nación”.

Lerdo se estableció en Nueva York, desde donde escribió antes de fallecer de una afección pulmonar el 21 de abril de 1889: "Yo profetizo para México la más grande y poderosa de las revoluciones. No revolución de partidos, estéril y gastada, sino revolución social. Nadie podrá evitarla". Por gestiones del Congreso Mexicano y del presidente Porfirio Díaz sus restos fueron traídos a México en mayo del mismo año. Hoy reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón de Dolores de la ciudad de México.