Réquiem para un médico muerto
Por Xavier Tello
La unidad de terapia intensiva es un sitio ruidoso. Hay ajetreo, movimiento. Se escucha el sonido del aire que entra y sale de los ventiladores y las alarmas de estos, los monitores cardiacos y las bombas de infusión. El teléfono de la central de enfermería suena más frecuentemente de lo que debería.
Los únicos sonidos humanos, además de la tos y las sibilancias de los pacientes al respirar, son las voces del personal que allí labora: indicaciones, datos, en ocasiones órdenes.
Sin embargo, en esta ocasión, el llanto de dos mujeres irrumpe en la sala. Alrededor de la cama 18, cuatro enfermeras y tres médicos acaban de despedir, tras 10 días de agonía, a su compañero el doctor Briseño.
En el accidente de Chernóbil murieron 90 bomberos por exposición directa al reactor. 28 casi inmediatamente y, el resto, meses después. Como ya es sabido, fueron enviados a combatir el fuego por autoridades ineptas y sin el equipo de protección adecuado. No tuvieron opción. En México han muerto por covid-19 más de 150 profesionales de la salud, entre médicos, enfermería y auxiliares, esa es la cifra oficial. La empresa de comunicación Medscape lleva un recuento del personal de la salud que ha muerto en el mundo por el coronavirus SARS CoV-2; son cerca de 1,400. Si esto es correcto, uno de cada diez profesionales de salud fallecidos por covid-19 en el mundo es mexicano. Sabemos que las cifras de México no son exactas y hay quien habla de 400 muertos. Estos serían más de los 300 de Estados Unidos, que tiene 105 mil muertes totales.
Esto no es normal. Esto es una masacre.
México tiene a más de 11 mil profesionales de salud infectados, de donde podrían surgir lamentablemente, más muertes. El denominador común: el equipo de protección inadecuado.
Tras 23 años de trabajar juntos, Mónica Sánchez conocía bien al doctor Briseño. Lo vio crecer como residente de medicina crítica cuando ella era una joven jefa de enfermeras. Conoce a Marta su esposa y a sus hijos Alejandro y Sara, quien está en 4º año de la carrera de medicina. Mónica les actualizó con videos y le acercaba el celular a un sedado Briseño quien en ocasiones emitía algún gemido en respuesta. Ahora le toca notificarle a Marta. Sabe que ni ella ni sus hijos podrán verlo. El doctor Briseño saldrá con el trámite conducente y sin ser visto por sus familiares, será cremado y tres o cuatro días después, la familia podrá recoger sus cenizas.
Desde mediados de los años noventa, el personal de salud de las salas de emergencia, quirófanos y cuidados intensivos en Estados Unidos y Europa utiliza caretas y goggles. En sus áreas de infecciones se han utilizado overoles de Tyvek y máscaras N95 desde hace más de 3 décadas. En México todo este equipo era, salvo algunas excepciones, virtualmente desconocido en los hospitales públicos. Por ello, cuando la pandemia llegó, no teníamos nada, ni se había asignado un presupuesto, ni los encargados de compras los conocían. Nunca los habíamos comprado. A esta carencia le agregamos un sistema de adquisiciones ineficiente y que ha ocasionado grandes desabastos en los pasados 17 meses. México llegó mal preparado a la pandemia. Sin cálculos, sin previsión y prácticamente sin financiamiento, el gobierno tuvo que salir a finales de marzo a hacer compras de pánico en el mundo. Desde hace un mes, vuelos han ido y venido de China, con equipo de protección personal del que se ha mostrado la mala calidad o la especificación inadecuada. Diariamente vemos a médicos, enfermeros, camilleros y personal de intendencia bloqueando alguna calle exigiendo mejor equipo de protección.
Pero quizá la peor parte del problema ha sido la gran displicencia de las autoridades. El director del IMSS, donde la mayor cantidad de muertes se han dado, ha mostrado un brutal desinterés y falta de liderazgo. Además de no mostrarse empático con el personal afectado o con sus familias, no ha sido capaz de reconocer el enorme problema que tiene y ha llegado al punto de culpar a los mismos médicos contagiados.
El doctor Briseño murió un domingo y Marta recogió sus cenizas hasta el jueves. La acompañaron sus hijos. Sara espera regresar a clases pronto. Quiere iniciar su internado el año entrante. Dice que será intensivista como su papá. Ahora tiene un ejemplo que seguir, pero un nuevo reto por delante: En los próximos años el riesgo de morir, por el hecho de ser médico, estará siempre presente.