Bienvenido el plan C.
El Poder Judicial echó para atrás el plan B de reforma electoral del Presidente. Como era previsible, López Obrador despotricó e insultó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y, fiel a su estilo frente a una derrota, el mandatario se fugó al futuro doblando las apuestas.
Si no transita mi plan B, vamos por el plan C. Ayer, el Presidente lo detalló. Consiste en:
1. Arrasar en las elecciones federales de 2024, de tal suerte que los partidos que apoyan su proyecto, la llamada “Cuarta Transformación”, obtengan una mayoría calificada de dos terceras partes de la Cámara de Diputados y del Senado y, así, poder reformar la Constitución.
2. Una vez que tome posesión la siguiente Legislatura, el primero de septiembre de 2024, tan sólo un mes antes que deje López Obrador la Presidencia, el jefe del Ejecutivo federal enviará, cuando menos, tres reformas constitucionales al Congreso.
3. Una de estas reformas será con el fin de transformar radicalmente el Poder Judicial para que los ministros de la Suprema Corte de Justicia sean elegidos directamente por el electorado.
Confieso que me gusta el plan C del Presidente.
Primero, porque pondrá el foco de la elección en 2024 en las elecciones al Congreso. Los mexicanos estamos muy acostumbrados a concentrarnos en los comicios presidenciales y soslayamos la importancia que tiene la elección de senadores y diputados federales.
¿De verdad queremos que el próximo Presidente tenga mayorías calificadas en ambas cámaras del Congreso para reformar la Constitución a su antojo?
¿Le queremos dar tanto poder a una coalición gobernante?
¿Vale la pena reformar la Constitución para que los ministros de la Suprema Corte los elija el pueblo, con todo lo que eso significa en las decisiones judiciales?
Si el Presidente tiene una supermayoría en el Legislativo, ¿también queremos que cuente con mayoría en el Judicial y desaparezca así la división de poderes en México?
A todas estas preguntas yo contesto que no.
No tengo problema en que un Presidente tenga mayoría absoluta en el Congreso para aprobar leyes secundarias. Pero no me gusta nada que consiga mayoría calificada y pueda reformar la Constitución. Eso ya me parece un exceso. Mucho poder en pocas manos.
No hay que ser un genio para saber qué vendría. Cambiarían las reglas del juego democrático para legalizar y consolidar la concentración del poder. Adiós a la oposición. Adiós al pluralismo. Adiós el respeto a las minorías. En pocas palabras, adiós al régimen democrático-liberal. Presidente, Congreso y Suprema Corte serían lo mismo. Nada de contrapesos.
Por desgracia, los mexicanos de mayor edad ya conocemos esta situación. La vivimos durante el autoritarismo priista. A eso quiere regresar el presidente López Obrador.
Por eso me gusta el plan C de AMLO. Fuera máscaras. El oficialismo va con todo por todo. Su agenda política es muy clara: la desaparición de los órganos independientes y autónomos del Estado con el fin de reconcentrar el poder en manos del Presidente, único representante legítimo de un pueblo monocolor.
No creo, la verdad, que el lopezobradorismo consiga la mayoría calificada en ambas cámaras en 2024. El optimismo del Presidente parte de dos falacias.
Primero, que a su movimiento lo apoyan más de dos terceras partes de la población. Falso. Según las encuestas, las intenciones de voto a favor de Morena y sus aliados oscilan entre un 50 y 60% del electorado.
Segundo, dice el Presidente que hay un 80% de la población que apoya a la Cuarta Transformación y eso se reflejará en las urnas. Falso. De acuerdo a las encuestas, alrededor de un 65% de los mexicanos aprueba la manera en que está gobernando AMLO, pero esa popularidad no necesariamente se traduce en automático a favor de los partidos que lo apoyan.
Más allá del optimismo presidencial de arrasar en 2024, me parece que el plan C es un llamado a la oposición para dedicarle mucho tiempo y dinero a las elecciones legislativas del año que viene. Si el lopezobradorismo, efectivamente, gana una mayoría calificada, más pronto que tarde quedarán borradas las minorías opositoras.
El juego de López Obrador es que haya un régimen político sin contrapesos. La oposición tiene que jugar a que sigan existiendo.