23 de Noviembre de 2020

Ayudó a esto último la respuesta obtenida a mis planteamientos estos últimos días, en relación con la incultura financiera que reina sin adversario al frente entre nosotros. Es tal su presencia y fortaleza, que lejos de reconocerla se busca negarla con excusas que dan risa, más que vergüenza. Una de ellas, de alguien que usa seudónimo en vez de su nombre lo que de principio evidencia su cobardía, me respondió que eso de “cultura financiera no era para el pueblo”. Al solicitarle su definición de este concepto, optó por el silencio; ¿ignorancia, o más cobardía?

Al revisar aspectos de la vida nacional donde la apatía juega un papel casi definitorio, me sorprendí de su omnipresencia; prácticamente no hay espacio donde la apatía no reine sin adversario que la cuestione o intente combatirla, de frente y con firmeza. Sea que hablemos de la vida familiar o de las cuestiones relacionadas con la política y la gobernación, la apatía es ahí, reina indiscutible.

Veamos algunos ejemplos. En las condiciones actuales de pandemia y medidas que han debido ponerse en práctica en materia educativa, ¿se ha usted interesado en el desempeño de sus hijos, y en las condiciones bajo las cuales están recibiendo sus clases? ¿Se ha preocupado por proporcionarles los elementos necesarios para aprovechar al máximo lo que las escuelas les ofrecen? La respuesta no sorprende: una apatía que raya en la peor de las irresponsabilidades.

Si ahora nos trasladamos a lo público, ¿se ha interesado usted en el desempeño que como país hemos tenido estos últimos ocho meses en materia de contagios y defunciones? ¿Ha seguido al pie de la letra las recomendaciones dadas a conocer por diversos actores las cuales, si bien no son una garantía total en materia de evitar el contagio, al menos servirían como una prevención que reduciría la probabilidad del mismo? Otra vez, la apatía; una respuesta que me sorprendió, fue la que me dio una persona: De parto no me he de morir.

Si cambiamos de escenario y nos vamos al proceso electoral del año próximo, las cosas empeoran; aquí, la apatía es reina sin algo —por mínimo que fuere—, que amenace su dominio total. La apatía se vuelve resignación casi cristiana ante lo que se ve venir. No se ve por lado alguno la menor disposición a involucrarse en esa actividad la cual, despectivamente, llamamos “la política”. Ante la pregunta por partidos y posibles candidatos aquí y allá, la respuesta es una joya en materia de apatía: ¡Todos son iguales! ¡Lo mismo, todos son corruptos!

Ante los ejemplos que he descrito en párrafos anteriores —entre otros muchos—, ¿qué piensa usted? ¿Acaso pregunté a personas no representativas? Usted, dada mi selección errada, ¿qué respuestas encontraría? ¿Diferentes u opuestas a las que encontré? Es decir, ¿considera usted que en los tiempos actuales, los mexicanos somos una sociedad interesada en temas como la educación que reciben sus hijos y las medidas de prevención promovidas por las autoridades frente a la pandemia? ¿Qué decir de lo electoral? ¿Piensa que tenemos ciudadanos informados y dispuestos a involucrarse en eso que consideramos casi pecaminoso, la política?

Por el contrario, si coincidiere conmigo en que lo que nos caracteriza es la apatía, ¿a qué se debería esa inclinación casi natural a mantenernos al margen, prácticamente de todo lo que sucede en la sociedad? ¿Pensaría usted que dicha conducta es reciente, o nos viene de lejos en el tiempo? De ser esto último, ¿pensaría que enfrentar la apatía sería algo difícil, no de pronta solución? Ya entrados en gastos, ¿quién, según usted, debería tener la responsabilidad principal en esa tarea titánica?

¿Cuál sería su participación en ese esfuerzo, de llevarse a cabo? ¿Se involucraría de manera decidida en éste o como algunos me respondieron, “eso no es cosa mía, sino de los políticos”? ¿Eso pensaría usted, que es tarea exclusiva de los políticos, no de los ciudadanos?

Una cosa más, ¿y si ésa fuera la causa de la apatía que nos invade, haber dejado todo en manos de los políticos?