• Es mi cuerpo, mi propiedad privada. Yo la cuido y la descuido cómo a mí me da la gana. No te pregunto si te gusta o no que me pinte el pelo o suba o baje todos los kilos de felicidad, angustia o tristeza que la báscula registre. Tú no conoces las cicatrices que la realidad o la ficción han ido dejando a lo largo de los años. Tú no pagas mi seguro de gastos médicos.
Es mi propiedad privada más preciada. No tiene precio. Soy la única persona que puede hacer un avalúo a todos los secretos que guardan sus rincones, todas las marcas que han dejado todos sus incendios, los lunares que registran tantas noches largas o los tatuajes que ha pintado cada vez que ha surcado el cielo. Es mi cuerpo, mi propiedad privada. Yo la cuido y la descuido cómo a mí me da la gana. No te pregunto si te gusta o no que me pinte el pelo o suba o baje todos los kilos de felicidad, angustia o tristeza que la báscula registre. Tú no conoces las cicatrices que la realidad o la ficción han ido dejando a lo largo de los años. Tú no pagas mi seguro de gastos médicos. Ni mi ginecólogo. Ni mi psiquiatra. Tú no me abrazas por las noches. Y aunque lo hicieras. Tú no compras mi despensa ni pagas el agua que consumo ni los cafés que me despiertan todas las mañanas y me desvelan cada noche. Tú no sabes qué operaciones tengo. Ni qué padecimientos. Tú no tienes ni idea de mi masa muscular ni la extensión, profundidad y poesía de mis orgasmos. Nunca me has visto llorar. Ni sabes qué cosas me arrancan una carcajada (ni en qué parte de mi cuerpo nace ni mucho menos cómo estalla). No sabes cuándo me caí de la avalancha ni de los columpios ni del día que tuve que nadar a contracorriente para alcanzar la playa. No sabes cuántos cigarros fumo al día ni quiénes en mi familia han sufrido algún infarto. Ni cada cuánto sueño con ellos. Tú no tienes idea de cuánto sudo o qué me pasa cuando hace mucho frío. No sabes qué dioptrías tengo en estos ojos cuya negrura nunca has conocido. Tú ignoras si nací rubia, pelirroja o sin un sólo pelo. No sabes si tengo los labios de mi madre, de mi abuelo, de mi padre o de nadie en la familia. No tienes idea qué pasó cuando me dio covid ni cuando tuve apendicitis. No sabes con qué jabón me baño ni si presento o no alguna alergia. No sabes ni siquiera a qué es a lo que huelo. No sabes a qué saben mis besos ni mis brazos. Ni mi sexo. No tienes idea.
No sabes nada sobre éste, mi cuerpo, mi propiedad privada. Es mío, sólo mío. Y podrás legislar todo lo que quieras sobre él como lo has intentado a lo largo de milenios. Pero jamás será tuyo. Ni mi cuerpo ni la densidad de sus milagros. Acaso por esa sola certeza es que sigues intentando poseerme, quemarme viva, violarme, matarme y, ahora, otra vez —y contra todo buen juicio en pleno siglo XXI—, obligarme a ser el horno que genere la vida que tú solo nunca jamás podrás. Ni mi cuerpo ni el de ninguna mujer. Porque todos nuestros cuerpos son nuestros, y nada más. Una propiedad privada que nunca podrás allanar realmente, hagas lo que hagas. Pobre de ti en tu fantasía condenada a incumplirse por los siglos de los siglos.