Caos
Julio Faesler
A los padres jesuitas asesinados en la sierra Tarahumara.
El presidente López Obrador democráticamente electo en 2018, desde hace muchos años se había preparado para gobernar, comenzando por ser un líder popular en su natal Tabasco y largos años de estudio en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM.
Con un envidiable instinto para sentir situaciones, afinado en campañas, el luchador popular completó su ideario comenzando con Marx y Lenin, seguidos con los ejemplos de los luchadores de izquierda radical caribeños y centroamericanos.
Sin más esquema de gobierno que su propósito de transformar a México y salvarlo de la corrupción y avaricia que se había acumulado, López Obrador se propuso centrar su gobierno en una diversidad de programas sociales que reemplazaran los existentes. Más que trabajar con un gabinete de individuos especializados en las variadas áreas de gobierno, desde el principio mantiene una comunicación diaria con el pueblo que paso a paso ha de guiar sus decisiones.
Llevamos tres años de gobernar al país viendo aplicar dicho método de “democracia directa”, sin intermediarios y sin un marco coordinador. Los resultados que nos encontramos hoy, previsibles, son un México desordenado, sumido en caos y problemas agravados, conflictos por garantías atropelladas, y algunos de ellos, internacionales.
La tesis de que los problemas del subdesarrollo se curan con programas sociales que reparten dinero es la guía. Los grupos criminales se disolverían por persuasión. Rechazando todos los dictados de la economía liberal, denunciando los muy conocidos abusos de la economía empresarial, López Obrador confía más en consejos populares con votos de mano alzada para atender las necesidades del país que en un gabinete de profesionales especializados. Pese a la abundancia de talentos con experiencia y voluntad de servicios, ninguno forma parte del gabinete presidencial.
A lo largo de este proceso guiado sólo por su percepción y evaluación personal de lo que México necesita, sin más rumbo que la orientación moral predicada desde sus “mañaneras”, las decisiones han sido una desordenada lista de vislumbres utópicos y de promesas, de proyectos con intencionalidad política más que racionalidad técnica. La colección de decisiones que, tropezándose entre sí, no ha cumplido compromisos que asumió al ascender al poder.
Las metas económicas y sociales se han difuminado mientras la pobreza crece, la salud se desatiende e importaciones del gobierno socavan la producción industrial nacional.
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