Enrique ArandaDe naturaleza política
A la vista sus dichos, Rosa Icela no sabe de números…
Intrascendente, a juzgar por la indolente actitud que ante los hechos asumió el gobierno federal, Andrés Manuel López Obrador, en concreto en su infumable mañanera de ayer, el artero asesinato de dos sacerdotes jesuitas de la comunidad tarahumara de Cerocahui en Chihuahua, parece llamado a abrir un nuevo frente entre el gobierno de la 4T y la Iglesia católica y, lamentablemente, a engrosar el expediente que hoy permite identificar a México como territorio bajo control de bandas del crimen organizado, donde éstas operan con absoluta impunidad… cuando no de común acuerdo y bajo la abierta protección de autoridades.
Ajusticiados en el interior del templo por intentar defender a un hombre que buscó refugio cuando era perseguido por otra persona armada, Javier Campos Morales, Joaquín Mora Salazar y un civil, cuyos cuerpos fueron desaparecidos posteriormente por sicarios, el crimen de unos y otro provocaron que la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), que preside Rogelio Cabrera López, otra vez, debiera advertir que, “en medio de tanta muerte y crimen que se vive en el país, condenamos públicamente esta tragedia y exigimos una pronta investigación y seguridad para la comunidad (católica y de otros credos) y todos los sacerdotes”.
Apenas de conocerse el crimen, la jerarquía de la provincia jesuita en México hizo notar que “hechos como éstos no son aislados. La sierra Tarahumara como otras muchas regiones del país enfrenta condiciones de violencia y olvido que no han sido revertidas. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida… al denunciar los hechos, hacemos notar también el dolor que vive nuestro pueblo por la violencia y nos solidarizamos con tantas personas que padecen esta misma situación, sin que su sufrimiento suscite empatía o atención pública”.
De tomar en cuenta, las reflexiones que sobre el hecho hizo circular el padre Pancho, presunto colaborador de los victimados que, entre otras cosas, se pregunta si “¿acaso es necesario un par de mártires para poner manos a la obra?¿Es necesaria su muerte para que nuestras infames instituciones hagan verdaderamente su trabajo?”. No tengo respuestas a estas interrogantes, “sólo sé que las manos gubernamentales (también) están bañadas de sangre… fueron elegidos para protegernos y no hacen nada. Ellos también son cómplices”.
-
ASTERISCOS