En este espacio, desde hace muchos años, he dicho que López Obrador me recuerda a esos agresivos jugadores de póquer que siempre están doblando las apuestas. Son muy exitosos para ganarle a los que se asustan fácilmente, aunque tengan buenas barajas. Sin embargo, suelen perder cuando se enfrentan a jugadores valientes que tienen muchas fichas y se puede dar el lujo de perder varias manos con el fin de comprobar si el agresivo está o no faroleando. Inevitablemente llega el momento en que el valiente con muchas fichas le gana al bravucón que siempre está doblando las apuestas.
Acabamos de atestiguar otro caso. El Presidente mexicano anunció que, si el mandatario de Estados Unidos no invitaba a Cuba, Venezuela y Nicaragua a la Cumbre de las Américas, él no asistiría a dicha reunión. Y, bueno, pues Biden no quiso y López Obrador se quedó sin ir a la cumbre.
Era lógico. Biden nunca iba a aceptar esta condición. De ninguna manera le iba a regalar a sus adversarios internos la foto con algún representante de las dictaduras cubana, venezolana o nicaragüense. Mucho menos en año electoral.
Biden no es un “buen hombre” como dice López Obrador. Es un buen político que lleva décadas jugando en las grandes ligas de la política estadunidense y no se iba dejar amedrentar aceptando una demanda extranjera que le hubiera costado votos en su país.
Biden es un jugador con más fichas que López Obrador. Puede darse el lujo de que el jefe del Estado mexicano no asista a la Cumbre de las Américas y no pasa nada. López Obrador, en cambio, perdió la partida. Se perdió la oportunidad de tener un mayor impacto en su agenda de invitar a todos. Le dejó todo el liderazgo crítico a la política exterior estadunidense y a la nueva figura de la izquierda latinoamericana: el presidente chileno, Gabriel Boric. Éste, al igual que López Obrador, estaba en contra de la marginación de Cuba, Venezuela y Nicaragua, pero fue a decírselo en su cara al Presidente de Estados Unidos con una mayor cobertura mediática. México, en cambio, tuvo una participación testimonial con una delegación presidida por el canciller Marcelo Ebrard.
López Obrador subió la apuesta, Biden dijo “voy”, López Obrador abrió su juego, no tenía buenas barajas y perdió.
Peor aún, Biden sacará la legendaria libretita de la que hablaba Lyndon B. Johnson, donde el presidente de Estados Unidos debe apuntar todas la cosas buenas y malas que le ocurren para, llegado el tiempo, premiar a los que ayudaron y castigar a los que lo perjudicaron.
Biden ya tiene apuntadas varias en las que López Obrador lo ha tratado de fastidiar. Hasta ahora ha sido muy cauto en no castigarlo porque lo necesita para detener las olas de migrantes que están tratando de cruzar al país vecino del norte.
Pero eso no significa que no llegará el momento en que le cobre las facturas a López Obrador. Y, como suelen hacer los avezados políticos de Washington, será donde más le duela al Presidente mexicano.
Como todo imperio, tienen que demostrar su poder de vez en cuando. Por eso, como reza el dicho, no conviene meterse con Sansón a las patadas. Estados Unidos es un país muy poderoso, con muchísimas fichas que jugar y puede darse el lujo de enfrentar las bravuconerías de López Obrador. Mi intuición es que el castigo llegará en 2024 con el fin de afectar el principal objetivo del Presidente mexicano: la continuidad electoral de su proyecto político.
Mientras tanto, lo irán desgastando en todo tipo de temas. Que si prohíben el paso del aguacate, tomate o atún mexicanos a Estados Unidos. Que si lo demandan porque no está cumpliendo el T-MEC. Que si cierran temporalmente la frontera para revisiones sanitarias. Que si no le dan visas a los legisladores que apoyan a Rusia. Que si no comparten información de inteligencia. Que si critican a México por la gran cantidad de periodistas asesinados. Que si aprueban más dinero para organizaciones no gubernamentales que fiscalizan el uso de recursos públicos. Que si le bajan el nivel a la interlocución a los funcionarios mexicanos.
En este espacio aplaudí la paciencia y disciplina de López Obrador para no pelearse con Trump. No le convenía ni a él ni a México. Gracias a ello, logró que se aprobara un nuevo T-MEC y se llevara la fiesta en relativa paz con el poderoso vecino.
Pero no ha hecho lo mismo con Biden. Lo ha subestimado creyéndose más poderoso. Por lo pronto, el estadunidense ya le ganó una partida. Más las que vienen, porque eventualmente le van a cobrar las facturas. Eso les pasa a los jugadores bravucones que se creen más listos que los otros que están en la mesa.