En su ejercicio cotidiano de hablar durante alrededor de dos horas por día, el Presidente dice muchas cosas. Inevitablemente, hay mañaneras que nos entregan unas perlas. La del martes habría que enmarcarla.
Uno de los caballitos favoritos del Presidente es el neoliberalismo al que culpa de todos los males del país. En el discurso lopezobradorista, este modelo económico es el mismísimo diablo. O era, porque mire lo que dijo López Obrador el martes:
“Cuando se habla del modelo neoliberal yo he llegado a sostener que, si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo. Es que se puede tratar del modelo económico más perfecto, pero con el agravante de la corrupción no sirve nada. Entonces, el fondo es ése, el que impera la corrupción”.
No podría estar más de acuerdo con el Presidente.
Durante años he defendido al neoliberalismo. Estoy convencido que la mejor economía es la del mercado. Es lo más conveniente para asignar los bienes escasos. El Estado, sin embargo, juega un papel importantísimo para evitar la formación de monopolios y resolver las llamadas “fallas de mercado”, situaciones donde el mercado es incapaz de abastecer ciertos bienes y servicios sin generar un impacto social negativo. Por ejemplo, la seguridad debe ser provista por el Estado por el problema intrínseco de cobrar su precio a los beneficiarios.
Me tocó vivir las profundas crisis provocadas por una intervención desmedida del Estado en la economía. Apoyé, y sigo considerando, las reformas neoliberales como un logro para el país.
Sin embargo, a lo largo de estos años, también he dicho que a México le faltó más neoliberalismo, no menos. Desgraciadamente, a la par que se hacían estas reformas, los gobiernos mantuvieron un sistema de contubernio con algunos empresarios a los que favoreció con monopolios y otro tipo de privilegios. El resultado fue un “capitalismo de cuates” donde un puñado de magnates acabó controlando mercados enteros.
También he criticado duramente a los gobiernos corruptos que, por un lado, implementaban buenas reformas económicas y, por el otro, se llenaban los bolsillos con dinero mal habido.
Cuando en el sexenio pasado empezaron a salir a la luz pública los groseros casos de corrupción, consideré que el presidente Peña estaba cometiendo el mismo error que en su momento efectuó Salinas. Habrían podido pasar a la historia como dos grandes mandatarios por el tamaño de las transformaciones que realizaron. Sin embargo, acabarían pasando al basurero de la historia por su codicia. La maldita corrupción acabaría por deslegitimar las reformas neoliberales a los ojos de la población. Neoliberalismo y corrupción se convertirían, injustamente, en un solo concepto.
No lo son. Tiene razón López Obrador. Si los gobiernos hubieran aplicado el neoliberalismo sin caer en la corrupción, el modelo “no sería del todo malo” y podría ser hasta “perfecto”. Yo nunca he comprado la falsa idea que el neoliberalismo es intrínsecamente corrupto.
Por el contrario, creo que bien aplicado, puede generar menos corrupción que el estatismo económico.
Entre más intervención del Estado haya en la economía, más son las oportunidades de los funcionarios públicos de enriquecerse. Doy un ejemplo. Antes, el Estado cobraba altos aranceles a las importaciones. El resultado fue una enorme corrupción en las aduanas donde, si se sobornaba a los inspectores, podía pasar hasta un elefante por el puente fronterizo. El neoliberalismo dio un giro de 180 grados hacia la apertura comercial: ya se pudo importar bienes sin pagar aranceles. El negocio tan jugoso del contrabando se redujo considerablemente.
Si el problema es la corrupción, y no el modelo económico, entonces hay que combatir a la primera y dejar que el mercado funcione. El neoliberalismo, en mi opinión, le ha dado mucho a este país. Reconozcamos el éxito que ha significado la apertura comercial, tanto en la generación de empleos como en el bienestar de los consumidores.
Por fortuna, el presidente López Obrador mantuvo varias de las políticas del neoliberalismo: libre comercio, autonomía del banco central y disciplina fiscal. Desafortunadamente, no desmanteló el “capitalismo de cuates” (ahí andan los mismos de siempre visitando Palacio Nacional) ni abatió la corrupción más anidada en el Estado que en el mercado.
Sí, Presidente, el problema es la corrupción y no el modelo económico. Totalmente de acuerdo. Le damos la bienvenida todos aquellos que venimos diciendo lo mismo durante años.