Rafael Álvarez Cordero Viejo, mi querido viejo
Envejecer no es para cobardes
José Fonseca
Mi querido viejo: uno de los efectos indeseables de esta pandemia que lleva ya más de dos años, ha sido la aparición de miedos, sensación de inseguridad y los temores nocturnos.
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“Cuando llega la tarde y la noche, siento que algo va a pasar, y aunque trato de no preocuparme, la oscuridad me causa tanta desazón como cuando era niño y tenía miedo a los fantasmas; hoy no creo en eso, pero la zozobra no me deja dormir bien”, me escribió un querido viejo.
“Me he rehusado a tomar pastillas para dormir, pero lo que me sucede ahora es que aunque duerma unas horas, me levanto a las tres o cuatro de la mañana, no puedo volver a conciliar el sueño, pienso una serie de cosas que me inquietan y, lógicamente, me levanto muy mal”, me escribió otro.
“Con mucha frecuencia vuelvo a ver a amigos y familiares que ya no están aquí; en ocasiones platico con ellos y me despierto sobresaltada, pensando que esos sueños son porque ya me voy a morir; estoy sana, pero las noches son un verdadero problema”, me dice una querida viejecita.
¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Estamos inexorablemente condenados a mal vivir nuestra vejez, a no dormir bien, a sufrir temores o ataques de pánico?
No, querido viejo, eso no debe suceder nunca ni menos a nuestra edad.
Porque tú sabes bien que el miedo es inherente a la raza humana, nosotros tenemos un cerebro que, a veces, nos hace travesuras y nos lleva a vivir situaciones como las comentadas por esos tres viejos queridos.
Los miedos se alojan en la mente y existen en todas las edades, posiblemente recuerdas algún miedo que tenías en la infancia, asociado a la oscuridad, a cuentos o relatos que veías o escuchabas, esos miedos se desvanecieron con el tiempo; al llegar la adolescencia y, luego, la madurez, los miedos persistían: miedo a perder a la novia, miedo a no pasar los exámenes, miedo a no ganar suficiente sueldo, miedo, miedo, miedo.
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