Miércoles, Noviembre 27, 2024
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AMLO: el maestro de la vuelta de tuerca

 

 

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RICARDO RAPHAEL

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“¿Verdad que tenemos un buen secretario de Gobernación?,” preguntó Andrés Manuel López Obrador y un coro entusiasmado respondió afirmativamente. Luego, con aparente espontaneidad, 244 voces repitieron a voz en cuello: “¡presidente!, ¡presidente!, ¡presidente!”

Una hora antes, hacia el cierre de la conferencia mañanera del pasado jueves 28 de abril, el mandatario apuró a las personas de la prensa, según explicó, porque en breve llegarían a Palacio Nacional diputadas y diputados pertenecientes a su coalición política.

No se notaba nervioso, pero sí excitado. Al menos dos veces refirió que era importante esa reunión. 

Nadie imaginó, entonces, que dicho evento hubiese sido previsto para “destapar” al tercer precandidato presidencial del lopezobraorismo: Adán Augusto López.

Unos días antes el mandatario había hecho referencia a Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum –en este exacto orden– como aspirantes para el 2024. Entonces solo él sabía que la lista estaba incompleta y que, a diferencia de los dos primeros, el nombre de su coterráneo tabasqueño habría de emerger respaldado por las palmas batientes de las diputadas y diputados federales pertenecientes a Morena, así como a los partidos Verde y del Trabajo.

Si López Obrador fuese escritor de novelas, por su sorprendente talento para recurrir a la vuelta de tuerca, la crítica literaria hablaría de manera laudatoria sobre la tensión que siempre logra con su narrativa.

Casi a diario, impone un nuevo nudo que crispa la atención de propios y extraños: cada vez fuerza, extrema y agota para luego dar una vuelta más. Ebrard, Sheinbaum y López saben que la trama sucesoria, sobre la cual no tienen ningún control todavía, está muy lejos de resolverse. Son parte del elenco secundario en una pieza política donde el protagonista saldrá de escena hasta que le venga en gana, si es que lo hace en algún momento, y mientras tanto sus respectivas aspiraciones continuarán enroscadas. La vuelta de tuerca es un recurso planeado por el autor, pero inesperado para el resto.

La expresión “vuelta de tuerca” puede ser utilizada, sin embargo, para relatar una circunstancia distinta. La filóloga María Moliner se refiere a ella como “la acción con la que se fuerza a alguien para que actúe de cierta manera.” Se trataría de un recurso para coaccionar con el objeto de obtener un resultado previamente planeado por el perpetrador que triunfa gracias a la destrucción del estado anímico, físico o sicológico de la víctima de esa presión.

Probablemente esta otra formulación tenga su origen en la Edad Media, cuando solía utilizarse “el potro” como instrumento de tortura. Según recuentos gráficos de la época, el acusado era recostado sobre un torno y sus extremidades atadas de tal manera que, a cada giro de ese artefacto, se provocaba dolor, dislocación y, finalmente, desmembramiento.

Moliner entrega una cita exacta para describir esta forma de violencia: “(el interrogador), tras retorcer las preguntas y (el verdugo) tras dar otra vuelta de tuerca, hacían que el preso se diera por vencido y confesara.”

Esta estampa sirve para exhibir lo que López Obrador suele hacer con sus adversarios: los tiene montados sobre el torno, con las extremidades amarradas, mientras va tirando cada vez con mayor fuerza.

Los nudos han sido tensados ante el público como si fuesen definitivos para la sobrevivencia del país; por ejemplo, el cierre del aeropuerto de Texcoco, la construcción del Tren Maya, la ratificación de mandato, las reformas a la industria eléctrica o el litio, así como la iniciativa, recién salida del horno, para edificar un nuevo régimen político-electoral.  

Cada tema es pretexto perfecto para coaccionar, arrinconar, ridiculizar y desestimar a los ajenos. Para denunciarlos primero por neoliberales, luego de conservadores y últimamente, sin misericordia, por traidores a la patria.

No hay manera en que las oposiciones puedan estar de acuerdo con que el árbitro de los comicios sea electo popularmente. Saben que con ello Morena terminaría controlando a la autoridad electoral. Tampoco con que se elimine la representación proporcional, que es todavía garantía para que las minorías accedan al Congreso, o que desaparezcan 200 escaños en la Cámara de Diputados, porque tal cosa regresaría al país a la época del partido hegemónico.

Con todo, el mago de las vueltas de tuerca defiende su iniciativa argumentando que, gracias a estas propuestas, el pueblo de México se ahorraría 24 mil millones de pesos.

¿Quién podría estar en contra de esa reducción presupuestal? (El torno gira).

Las y los diputados tienen mala fama pública, ¿quién osaría defenderles? (Crujen las coyunturas). Hay que restar ingresos a los partidos. (Otra vuelta más).

Oponerse a la reforma electoral dejará exhausta a la oposición. Eso es justo lo que tiene planeado el narrador. López Obrador sabe que no logrará hacer que su iniciativa de reforma política sea aprobada. Le faltan votos en las cámaras. Pero ese no es el objetivo, sino asegurarse de que sus adversarios permanezcan humillados sobre el potro.

Hay quien se pregunta porqué el presidente mexicano mantiene una aceptación por encima del 60% entre las percepciones ciudadanas. Sin desatender la complejidad que merecería la respuesta a esta interrogante, el éxito lo explica la maestría sobresaliente con la que él practica la vuelta de tuerca, según sea el caso, para subordinar a sus huestes –a punta de giros inesperados –, o bien, para descoyuntar a sus rivales.   

El anude y desanude es todo un espectáculo de la política mexicana contemporánea.

Ahora que, parafraseando a Moliner, también lo es –como película de terror– atestiguar la indiferencia del verdugo cuando ejerce violencia política contra personas de carne y hueso, (porque justo eso es lo que hace al lincharles en la plaza pública), o cuando arrasa con el patrimonio de instituciones democráticas que tanto costó construir, a tantas personas, incluido López Obrador, durante las últimas décadas de la historia nacional. 

 

@ricardomraphael