López Obrador se acerca más a ser un predicador que un gobernante. Los sinónimos de predicador son: evangelista, orador apóstol, misionero, propagandista, catequista, instructor y canónigo ministerial. No aparece como sinónimo el de “gobernante”. Los predicadores enseñan un dogma o un credo. Único e incuestionable. Como todo dogma o credo, el de López Obrador tiene una pretensión de validez universal. Su conjunto de creencias, enseñanzas o instrucciones se consideran válidas a priori. Válidas, sin la posibilidad de ser previamente analizadas o discutidas por quienes las aprenden o sobre a quienes se les impone. Válidas por decreto. De los fieles a un predicador y su credo se espera disciplina absoluta, no razonamientos, cuestionamientos, transacciones o negociaciones a las que suele llamárseles componendas.
Por eso tenemos un gobierno ajeno a la racionalidad, a los pactos, a la evidencia, a la técnica. Por eso tenemos un gabinete obsecuente, dócil y sumiso. Un gabinete manso —en público y según se dice también en privado— ante la prédica de El Señor. Quien no ha querido someterse y ha mostrado dignidad se ha visto obligado a renunciar: Carlos Urzúa, de Hacienda; Jiménez Espriú, de Comunicaciones; Germán Martínez, del IMSS; Víctor Manuel Toledo, de Medio Ambiente; Jaime Cárdenas, del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado; Alfonso Romo, de la Jefatura de la Oficina de Presidencia y, quizá, el propio Julio Scherer, de la Consejería.
A quienes han mostrado disciplina los ha mantenido, incluso premiado. Por eso Delfina Gómez, a quien se le comprobó un delito electoral —que ahora es delito grave— sigue al frente de la SEP, Bartlett de la CFE; Ana Gabriela Guevara, de Conade o Alejandro Esquer, de la Secretaría Particular del Presidente. Qué señal se da cuando después de la evidencia sobre el desvío de recursos en Segalmex (https://contralacorrupcion.mx/relevan-a-ignacio-ovalle-como-director-de-...) se remueve a su titular —Ignacio Ovalle— y se le recontrata días después como coordinador del Inafed. Sí, un puesto menor, pero cargo público al fin. Y qué decir de que, aunque se presuma autónomo, Gertz Manero permanezca como titular de la Fiscalía. Al no utilizar su facultad de remoción lo avala. Al alabar su honestidad e integridad lo acredita. Dónde quedó eso de que las escaleras de la corrupción se barren de arriba hacia abajo. A todos sus colaboradores leales se les concede el indulto favoreciendo la impunidad. A los ineptos, también.
Más que a gobernar, el Presidente se ha dedicado a predicar su credo, y su credo se ha convertido en la guía de gobierno, y su gobierno funciona al margen de la ley porque así lo impone su credo. La prédica puede ser efectiva para hacer crecer la popularidad del predicador y ganar adeptos, pero resulta inaceptable e ineficaz como guía de un gobierno democrático y moderno. Es propia de los países con regímenes totalitarios. Los Estados democráticos tienen principios: el Estado de derecho, la división de Poderes y los contrapesos. Los Estados modernos se rigen por su racionalidad. Y no, la racionalidad no es equivalente a mantener privilegios ni ampliar la masa de pobres o la desigualdad. La racionalidad es fundamentar las políticas públicas en diagnósticos, objetivos, herramientas para lograrlos y evaluaciones que permitan medir y corregir. Sólo en un gobierno dogmático y sólo en presencia de un predicador se valora más la lealtad que el conocimiento, la experiencia, las competencias y la aptitud.
Los predicadores y sus fieles combaten al que piensa diferente y cuestiona. Ya hablamos de los de adentro. A los de afuera les va peor. No hay miramiento para ellos. Ahí están los 31 científicos perseguidos y con órdenes de aprehensión, la obligada renuncia de Sergio López Ayllón al CIDE, el nombramiento ilegal de su nuevo director y la negativa de las autoridades al diálogo con la comunidad estudiantil, la obsesión en contra de los periodistas e intelectuales a quienes denuesta y calumnia todos los días, la ofuscación con comunicadores como Loret a quien se le violan sus datos personales y se le incrimina sin ofrecer pruebas, a Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad o a Artículo 19 a quienes se les acosa y difama por hacer su trabajo; a los que defienden los recursos naturales a quienes tacha de ambientalistas, de falsarios, o a los movimientos de mujeres a quienes califica como feministas de ocasión, a los padres de niños con cáncer a los que tilda de grupos de choque controlados por sus adversarios.
Ése es el gobierno de López Obrador. El gobierno de un predicador que no admite el disenso, que no valora la crítica, que presta oídos sordos a quienes tienen propuestas, que no está dispuesto a negociar en la pluralidad porque la verdad es una, la suya. Un gobierno que no da resultados porque no se puede gobernar a través de homilías y arengas.