Miércoles, Noviembre 27, 2024
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Las moras de la moral

 

José Gaxiola López

Por José Gaxiola López


De un viejo árbol, cultivado por Kant, son las ides aquí recogidas. Somos moralmente responsables de nuestras acciones cuando tenemos libertad de voluntad para decidir. Pero vivimos en un mundo donde las cosas a veces salen mal. La maldad existe. Aspiramos a vivir en un mundo donde nos comportemos como lo exige el imperativo moral de buscar fines y virtudes supremas.

No habría conflictos ya que todos haríamos lo correcto. Sin lugar para las malas acciones, ni para las excusas. Pero hay tantas malas tentaciones listas para engendrar al sujeto malhechor,causando un laberinto, un rompecabezas de juicios por una práctica social que influye en la mente de las personas. Actuar racionalmente es también actuar bajo un orden moral. Esa racionalidad y moralidad forman parte de la concepción positiva de la libertad. La irracionalidad produce libertinaje.

Ejercemos una libertad moral cuando escogemos al bien sobre el mal. Y es racional porque no actuamos  motivos e inclinaciones. Sino por esa voluntad mostrada en acciones para conseguir lo que se desea, pues una razón práctica. Se invoca a ella para escoger principios o motivos validados por la razón, fuera de la espontaneidad y, o del impulso. Las aversiones, que motivan a tantas personas, no pueden convertirse en una razón. Ni justificarse. Aunque hay acciones que hacemos a la ligera sin ser mal vistas, ni criticadas de irracionales porque están codificadas por la máxima moral.


Supongamos que la voluntad socialmente predominante se decide por el individualismo, se pone al servicio de tal inclinación, restringiendo con ello a la elección, a la decisión y a la acción. Después de mí, ni antes de mí, nadie. Imperativo categórico reflejado en los objetos del entorno de quien lo sigue. Más aún,tal personalismo hace a la moral que lo domina ininteligible, volátil. Lo que nos hace seres racionales imperfectos, víctimas de las inclinaciones y de las modas. Del valor socio-moral que les atribuimos, de la importancia para la “felicidad” de algunos. Valores en torno a la corrupción, la violencia, la impunidad, la criminalidad y otras hierbas. Contra aquella importante moralidad capaz
de identificar el lado libre y racional de nuestra naturaleza.


Actuar en torno a lo lúdico, por el interés propio de conseguir fines sin importar medios, es dejarse controlar por la parte pasiva del ser, adoptar metas por influencia, una moral que, en principio, es ajena. Cuando esta práctica se generaliza invade la mentalidad del lugar, crea códigos, conductas y  prácticas ilegales, que, en casos, puede traducirse en muerte. A pesar de creer que vives en tierra libre, puedes no tener libertad. Y si la tienes, no hace diferencia porque formas parte de ese mundo de valores simbólicos que te afectan. La maldad surge de una mala moral, que corroe y corrompe. 

Es fácil explicar porque alguien se vuelve malo. La autoridad que honra la ley moral debe evitar ese mundo orientado por la razón del yo sublime y dar respuestas sociales determinadas por la idea moral del bien supremo. No del supremo gobierno. Que la práctica social sea conducida y obedezca a una ley moral que nos enseñe a ser realmente libres, como fin último en nuestro actuar.


En algunos la libertad toma la forma de virtud. Aquellos que buscan fines obligados y perfectos para la felicidad de los otros (la justicia, la paz, el servicio, la gratitud, etc.). Artistas que ponen toda su capacidad creativa en la perfección de una obra para nuestro goce. El científico que antepone la moral en la búsqueda de la verdad explicativa de los fenómenos. Y otros quienes perciben al mundo buscan fines de aquel tipo, valorando la moralidad les asocia y, la categórica trascendencia para su comunidad.

En la medida en que los fines morales se conviertan en nuestros fines particulares hemos de obtener la dicha en su búsqueda constante, para dejar de ser creaturas mundanas y estar en la posibilidad de identificar frutos virtuosos ya sea que vivan en la Mora o en la Morita, allá por el rumbo de Pericos, Sinaloa.