El asalto
Federico Reyes Heroles Sextante
¿Percepción alterada o quizá realidad? Más de tres años de descubrir que las palabras no quieren decir, sino engañar. Ríos de palabras todos días que distraen, que ocultan. Constatar que la mentira es la moneda de curso. Que la ética prometida no existe. Que en los hechos, la República vive un asalto.
Ya no es una intuición o mera sospecha. Hoy sabemos del ardid. De los océanos de corrupción del NAIM, nada hay en concreto. Fue un capricho que enterró cientos de miles de mdp de un país con muchas necesidades. Sabemos que el aeropuerto –símbolo de la nueva era– es por ahora un adorno. Sabemos que el avión nunca se vendió –no se podía vender– ni sorteó, y que ahora se ofrece para fiestas. También sabemos que los aviones oficiales se utilizan para promocionar actividades políticas quebrantando groseramente la ley. Sabemos que los fondos y reservas, los recursos de los fideicomisos fueron entregados en programas clientelares. Fue un asalto. La artimaña de ahorcar a las instituciones de salud para controlarlas, generó la destrucción de un aparato que, con muchos problemas, existía y atendía a millones de mexicanos que hoy están en el desamparo. ¿Empatía? Ninguna. En un asalto nadie se toca el corazón.
Sabemos que la destrucción compulsiva acabó con los mecanismos de abastecimiento de medicinas. El 2022 será lo mismo, cuatro años. Corre el rumor de que los Institutos Nacionales de Salud son el nuevo botín del asalto. Queda claro que las “consultas” fueron meros distractores, carísimas, por cierto. También que los sistemáticos ataques al INE son parte de una estrategia de desprestigio, pues esa institución está en la mira. El asalto incluye la cooptación de las FFAA, involucrándolas, como ha ocurrido en otros países, en otros asaltos, en actividades que no les corresponden. Es una estrategia que abarca a todos los frentes, hasta lograr dominar desde adentro. El caballo de Troya enarboló la corrupción y –ya dentro de la vida institucional– aparecen los nuevos bandidos.
Todos los frentes incluyen los ataques a periodistas y empresas de comunicación, ataques frontales para mellar la libertad de expresión. Los testimonios de Ricardo Rocha o Loret de Mola, entre muchos otros, quedarán allí para recordar que el asalto no tiene límites. Y qué decir de las argucias para controlar a la SCJN. Hemos llegado al punto de desconfiar de la aritmética de los votos. ¡Qué es esto! La sordidez del asalto incluye plantones frente al INE con amenazas a sus consejeros o a los opositores en el Legislativo que –con sobrada razón– piensan que en el asalto son capaces de impedirles el acceso al recinto para negarles el debate. Les gritan traidores, piden crucifixión. A esa putrefacción en la convivencia hemos llegado porque si fueron capaces de falsear millones de firmas para la revocación, harán de todo. Los participantes del asalto no justifican sus acciones, pues creen pertenecer a una hermandad, cuya moral no está sujeta a las consideraciones de los ciudadanos comunes, o sea, todos los otros.
O se está dentro de la banda y se acepta que, para obtener sus fines, perpetuarse en el poder, todo se vale, o se es enemigo. Cortarle la mano al traidor, destrozar el cráneo del disidente, todo es parte de la batalla. En el asalto lo que se mide es el resultado final: apoderarse de la fortaleza y utilizarla para los propios fines. Por eso la tajante división: o con nosotros, todos compinches, o enemigos, traidores, expresión de moda que mana del poder. De allí el uso frecuente de la imagen de los que acechan, los conspiradores.
Pero en este país envenenado, los bandos son cada día más claros. Después de la engañosa revocación-ratificación, después de la caída de la LIE, los opositores tienen rostros claros. Querían polarizar, lo lograron. Ya no es una cuestión de ideología, de izquierda o derecha, es más simple: a favor del cumplimiento de la ley, del respeto a las instituciones o en contra.
¿Ciudadano o asaltante?