Miércoles, Noviembre 27, 2024
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Hijos de Putin

 

Víctor Beltri                                                                       Nadando entre tiburones
 
 

En esta semana hemos presenciado tanto el tamaño, como el alcance verdadero, del gobierno en funciones. La entrega de un aeropuerto inútil, el ecocidio de una selva virgen. La intolerancia del Ejecutivo ante cualquier crítica, la ignorancia culposa de quienes están dispuestos a aplaudirle todo. La definición oficial, del partido oficial, por el lado equivocado de la historia.

Hijos de Putin. La creación de un Grupo de Amistad entre los gobiernos de México y Rusia —justo en la coyuntura actual— no es un acto inocente de acercamiento entre dos pueblos, sino la expresión más clara de la afinidad que existe entre sus clases dirigentes. Autoritarismo, represión, devoción absoluta a un líder que proviene de lo más oscuro del régimen anterior. Desprecio por la democracia, aversión a la transparencia, enfrentamiento con EU: los ancianos que hoy ejercen el poder parecen añorar su guerra fría.

El mundo es muy distinto, sin embargo. La torpe invasión rusa sólo ha conseguido la unanimidad en su contra, por parte de los países democráticos, así como la definición a su favor de los regímenes autocráticos que comparten sus valores y metodologías, tal y como lo ha hecho nuestro gobierno. El Presidente se definió —desde un principio— a favor de Rusia, cuando se negó a definirse en contra de la ocupación; los legisladores de su partido lo confirmaron al demostrar su lealtad al enemigo del mundo libre.

La mejor política exterior no es una buena política interior, como afirma el Presidente, pero en cambio sí ha quedado demostrado que la peor política exterior es tener una mala política interior. La polarización ha servido al régimen, en lo interior, para exacerbar a sus bases y contar una historia de revancha ancestral: en lo exterior, y especialmente en este momento, la polarización con otros gobiernos democráticos no sólo es absurda, sino motivo de burla y desprecio.

 
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El mundo entero nos observa, y está tomando sus precauciones. México tiene una posición geoestratégica extremadamente relevante, y las frívolas declaraciones del Presidente —así como las amistades de sus legisladores— tienen una repercusión mucho mayor que la que ellos mismos logran comprender. El país que hoy se dibuja para el futuro es menos libre y democrático que lo que era hace unos cuantos años, y las condiciones de seguridad física y jurídica que ofrece el Estado son similares a los de los regímenes que nuestros gobernantes admiran: los ataques constantes a la prensa, la creación de una nueva oligarquía, la apuesta por los hidrocarburos. Las obras faraónicas, la corrupción generalizada, la incertidumbre de una ciudadanía cada vez más desesperada. En esas circunstancias, y con una administración tan palmariamente estulta, ¿a quién podría interesarle invertir en México?

A quien supiera cómo aprovecharse de las circunstancias. Nadie bueno, sin duda alguna: mientras que las sanciones contra Rusia se endurecen en el mundo civilizado, nuestro país parece aspirar a convertirse en el refugio de una delincuencia de cuello blanco cuyas fortunas son bien recibidas en México. Los yates de los oligarcas atracan en nuestros puertos, la agencia oficial de noticias rusa tiene cabida y megáfono en la conferencia mañanera. Nuestros legisladores quieren ser sus amigos, y el Presidente reserva sus críticas para quienes en el pasado han sido nuestros aliados tradicionales: los ancianos que hoy ejercen el poder parecen añorar la guerra fría, pero sus acciones corresponden a intereses económicos muy actuales, que ahora ponen en riesgo no sólo nuestras relaciones bilaterales, sino los tratados de libre comercio que hemos firmado. ¿Cómo es que llegamos aquí?

Y, lo más importante, ¿cómo saldremos de este lugar? México se encuentra en una posición comprometida, quizás la mayor en nuestra historia reciente. La solución, sin embargo, no pasa por una consulta de revocación de mandato, sino por el fortalecimiento de las instituciones democráticas y la reconciliación de una sociedad herida. En México no todos somos, simplemente, hijos de Putin.