Miércoles, Noviembre 27, 2024
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El crimen y el átomo

 

Pascal Beltrán del Río                                                                    Bitácora del director

 
 La ciencia se preguntó durante largo tiempo si el átomo, la unidad básica de la materia, era divisible. Pasaron 130 años entre la sugerencia de John Dalton de que todo lo que nos rodeaba tenía como base el átomo –cuya raíz griega significa, justamente, indivisible– y la fisión nuclear de Enrico Fermi.

Con semejante tenacidad experimental, sucesivos gobiernos mexicanos, incluyendo éste, han buscado descubrir hasta dónde se puede partir un cártel.

En las últimas tres semanas, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha dado muestras de retomar la estrategia de las administraciones anteriores de buscar acabar con la violencia mediante el descabezamiento de las organizaciones del crimen organizado y su consecuente fragmentación. Igual que ellas, quizá descubrirá que, cuando se corta una cabeza, surgen otras dos, igual o más sanguinarias.

Ésa ha sido la historia del crimen organizado en el noreste, que dirigió durante décadas, de manera estable, el llamado Padrino de Matamoros, Juan Nepomuceno Guerra.

Conocido simplemente como Don Juan, éste había entrado en el ámbito delincuencial como traficante de whisky durante los años de la Prohibición. En su bar, El Piedras Negras, atendía a sus socios y a personas que buscaban algún favor. Cuando llegó el tiempo de retirarse, depositó en su sobrino Juan García Ábrego el liderazgo de lo que se conocería como Cártel del Golfo. Cuando Ábrego fue detenido y deportado a Estados Unidos –igual que sucedió esta semana con Juan Gerardo Treviño Chávez, El Huevo–, surgió una disputa interna por la sucesión.  

Tres hombres creyeron tener méritos suficientes: Osiel Cárdenas Guillén, Salvador Gómez Herrera y Hugo Baldomero Medina. Para 1998, Baldomero se había replegado, tras sufrir un atentado, y Chava Gómez había sido asesinado por Osiel. Claves en la operación contra sus rivales internos fueron Los Zetas. Formado por militares desertores, este grupo vendía protección en la frontera tamaulipeca, hasta que se asoció con el Cártel del Golfo. Juntos, Los Zetas y el CDG crearon una fuerza temible en el noreste. Pero la alianza comenzó a resquebrajarse tras de la detención de Osiel en 2003 y su extradición a EU en 2005.

Igual que sucedió con la caída de García Ábrego, el nuevo liderazgo lo disputaron tres: Ezequiel Cárdenas Guillén, alias Tony Tormenta; Samuel Flores Borrego, El Metro 3, y Jorge Eduardo Costilla, El Coss. El primero fue abatido por marinos en Matamoros y segundo fue asesinado en Reynosa. Detrás de ambos hechos estuvo El Coss, quien terminaría detenido.

Luego, Armando Ramírez Treviño, El Pelón, un exescolta de Osiel, trató de controlar los fragmentos del CDG. Ganó Reynosa en una sangrienta batalla contra Miguel El Gringo Villarreal, y arrebató Monterrey y Tampico a lo que quedaba de Los Zetas, antes de caer él mismo preso.

Los restos de Los Zetas fueron recogidos por Miguel Ángel Treviño, El Z-40; al ser detenido en 2013, la banda se partió. Se crearon el Cártel del Noreste y su Tropa del Infierno –que desde 2017 lideraba El Huevo, sobrino de Treviño– y los demás se fueron por su lado, adoptando el nombre de Zetas Vieja Escuela.

La otra parte del cártel se fragmentó en dos grupos, Ciclones y Metros, cuyas disputas violentas llevaron a la masacre de civiles en Reynosa el año pasado. Unos días antes de que detuvieran a El Huevo en Nuevo Laredo, el líder de los Ciclones, José Alfredo Cárdenas Martínez –alias El Contador, sobrino de Osiel– fue aprehendido en la Ciudad de México.

La experiencia indica que sólo es cuestión de tiempo para que el vacío que dejaron esas dos detenciones sea llenado por otras figuras del crimen organizado. Probablemente, como ha sucedido, los nuevos jefes sean sicarios más proclives a la violencia que sus predecesores.   

 

Lo que vemos hoy en Tamaulipas es un capítulo más de la partición de lo que era, hace tres décadas, un poderoso bloque delincuencial. Y, como ocurre con mucha frecuencia, cada vez que se corta una cabeza, surge la violencia. Primero, para tratar de impedir la extracción del personaje y, luego, por la sucesión.

Una de dos: o la estrategia de descabezamiento de los grupos delictivos no ha terminado aún o ésta no es la vía para acabar con el crimen.