Han pasado los días, los meses, los años. Es el mismo. Nada lo contiene en su impulso destructor. Así seguirá hasta el final.
¿Qué hacer?
Estoy muy deprimido —me dice. No es el primero. Eso de levantarse entre balaceras, inacabables ataques y fanfarronadas presidenciales a diario, hunde a cualquiera. Va a seguir así —le dije. Se hizo un silencio. Entonces platicamos. Lo primero es estar sanos, del cuerpo y de la mente. Está enfermo y enferma. Se viene la reconstrucción y —tratando de encontrarle algo bueno al desastre— quizá sea una buena oportunidad para generar acuerdos de sentido común, humanidad básica. Cada vez que la situación se agrava (violencia e impunidad galopantes, inflación, indefinición frente a Putin, corrupción por todas partes, desabasto de medicinas, maltrato a mujeres, locura en el sector energético, etc., etc.), surgen las “cortinas de humo”, distractores sistemáticos desde el púlpito. Esos distractores provocan varios daños. En primer lugar está la ofensa como instrumento. El caso de España fue muy claro. Desfigurar el nombre de Azucena Uresti –una periodista muy respetable— es malvado. Ahora fue contra el Parlamento Europeo, le da lo mismo. Es un “robapleitos” —me dice. Pero las múltiples ofensas deterioran la convivencia. Exijamos unidos respeto en general hacia todos los mexicanos. Primer acuerdo: así no. Nada que ver con derecha o izquierda, es una cuestión de defensa del tejido social dañado desde el poder. La reparación también tendrá que ser externa, con el mundo porque la lista de agraviados crece y crece. Comencemos por allí: exijamos respeto y apliquémoslo en nuestra vida cotidiana. No se trata de hablar mal de él, simplemente debemos exhibir las heridas cotidianas que generan sus palabras. Seamos implacables en la defensa del respeto. No a la espiral de degradación verbal.
Segundo costo de sus cortinas de humo: nos distraen. Necesitamos tener un plan de control y reparación de daños. Va a heredar un desastre. Muchas de sus derrotas y fracasos están cantados. ¿Quién va a poder más, el sol y el viento que privilegian a México o su obsesión con los hidrocarburos? Cuando se encuentre en su rancho —y ya le falta menos—, nuestro país tendrá que regresar a la realidad. Habremos perdido seis años. Así ya fue. Tendremos que revisar a fondo el aparato educativo, después de un sexenio de naufragio. Terminar con las escuelas de tiempo completo (5 mil mdp.), cuando los simples intereses de Pemex en el 21 fueron casi 150 mil mdp, es inhumano. Lo mismo tendrá que ocurrir con el andamiaje de salud pública destrozado en aras de una entelequia que no termina de nacer. Son decenas de millones de mexicanos los afectados, debemos prepararnos e iniciar el debate ya.
La reconstrucción demanda que desde ahora nos pongamos de acuerdo en, por ejemplo, cómo debe ser el abastecimiento de medicinas. Algunas soluciones olerán a neoliberalismo, pero no debemos de huir de ellas por el tufo asignado a la palabra. Los mercados existen. Más allá del burdo calificativo, está el sentido común y la eficacia del Estado en sus responsabilidades.o mismo deberá ocurrir en seguridad pública, otro fracaso. Tendremos que ser críticos con las medidas centralizadoras que han demostrado su ineficacia. Habrá que revisar el papel de las policías estatales y municipales, hoy en el desamparo.
Deberemos invertir recursos en las instancias de impartición de justicia y garantizarle a las fiscalías verdadera independencia, comenzando con su presupuesto. Lo mismo con los poderes judiciales locales, de los cuales no hablamos. Construir certidumbre jurídica para todos, suena a una labor titánica y lo será. Por eso no debemos perder el tiempo, adelantémonos en la búsqueda de mejores mexican@s para gobernar a nuestro país.
El primero de octubre del 2024 un país muy dañado, pero con grandes potencialidades, seguirá allí. México es un gran país. Nada de desánimo. A la reconstrucción.