Miércoles, Noviembre 27, 2024
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Kant en Ucrania

 

Federico Reyes Heroles                                                       Sextante
 
 

Pleno siglo XXI. De nuevo el horror de la guerra en vivo, ahora hasta por TikTok. Pero ¿qué hay detrás de las guerras?

El tema es antiguo, Rousseau, pero sobre todo Kant se preguntaron cómo llegar a la “Paz Perpetua”. El francés fue más pragmático: una confederación, un gobierno supranacional. Kant fue más lejos, confederación, cosmopolitismo y sobre todo… democracia. De ahí surgió la tesis: es difícil que las democracias acudan a la guerra. Son los tiranos los que las inician. Sin contrapesos, es fácil que broten las guerras. Sin ciudadanos demócratas, la mesa está puesta.

Hitler llegó al poder por una vía democrática, destruyó contrapesos, se convirtió en un dictador y llevó a uno de los países más educados de ese momento a la guerra. Se puede recorrer el siglo XX de tirano en tirano y de guerra en guerra.

Pero en las últimas décadas del siglo XX, las señales parecían la universalización de las democracias, de los derechos humanos. Instituciones como The Freedom House –creada por la viuda de F. D. Roosevelt–, Amnesty International, Human Rights Watch se encargaron de medir libertades y su vinculación con las democracias. La ONU, la Unión Europea y la OCDE, entre otras, hicieron lo propio. La población viviendo en regímenes de prensa libre y democracias formales avanzó notablemente. Se habló de las olas de democratización con Huntington a la cabeza, los velámenes parecían estar llenos. Cayó el Muro. 

Fukuyama habló del Fin de la Historia. Muchos teóricos vincularon el éxito democrático con la prosperidad de los mercados abiertos. Los nombres de Walesa, Gorbachov, Mandela, Havel y otros nos llenaban de orgullo. Las dictaduras de América Latina se tambalearon en los 80. Cayó Pinochet, llegó Aylwin. Cayó Videla, apareció Alfonsín. Cayó Somoza y llegaron los sandinistas. España transitó a la democracia. México inició su tránsito. Pero muy pronto las anomalías se hicieron presentes.

China abrió su economía, generó un crecimiento notable que sacó a cientos de millones de la pobreza, pero no giró hacia la democracia. El autoritarismo sobrevivió a Tiananmén. Bienestar y autoritarismo conviven. Cuba y Corea del Norte parecían ser los últimos bastiones de las tiranías. Pero los estudios de cultura política comenzaron a señalar que el autoritarismo era un sistema de gobierno que muchos preferían a la latosa democracia. El propio Huntington escribió Culture Matters para dar espacio a la discusión sobre la resistencia autoritaria. El péndulo osciló. Chávez, los ex sandinistas edificando una nueva dictadura. El nombre de Recep Tayyip Erdogan en Turquía o los hermanitos Kaczynski en Polonia y Orban en Hungría amargaron el aliento democrático. Y por allí ya andaba Vladimir Putin reeligiéndose, preparando su regreso al poder, destruyendo cualquier sueño democrático para Rusia. Capitalismo sin brida, sí; democracia, no. Pero llegó la Primavera Árabe en el 2010, millones en las calles, las redes sociales como nueva esperanza para Medio Oriente y el norte de África, Túnez, Egipto, Yemen, Baréin, Libia, Siria, parecía irreversible. Su efecto duró pocos años. Los derechos humanos no avanzaron, se restablecieron los regímenes autoritarios y las guerras continuaron. ¿Redes? Trump asedia una de las democracias más antiguas… desde allí. Putin y Trump no son coincidencia.

Putin anunció la invasión, invocando los territorios con pretensiones independentistas. El mundo lo miraba. Macron, Scholz, Biden mismo apostaron a la diplomacia. Ya no está Merkel y se le extraña. La Unión Europea levantó la voz y nada. Putin llamó a los militares ucranianos a derrocar a su gobierno, mandó al demonio el pronunciamiento del Consejo de Seguridad. Putin amenaza a Suecia y Finlandia. Veremos qué sale de la Asamblea Extraordinaria, bien jugado. El mundo tiembla. Se cumple la sentencia de Kant: democracia, contrapesos, cosmopolitismo son los anclajes de largo plazo. Las sanciones duelen, de ahí la amenaza nuclear. A Putin lo sostiene una cultura autoritaria.