Pascal Beltrán del Río
En una conversación con David Frost –el mismo presentador de televisión que realizó la célebre entrevista con Richard Nixon en 1977–, el presidente ruso Vladimir Putin dio las claves que pudieran explicar su decisión de invadir Ucrania.
Era marzo de 2000. Putin tenía poco más de dos meses de haber asumido la Presidencia de Rusia de forma interina –en su condición de primer ministro, ante la inesperada renuncia de Boris Yeltsin– y era también candidato en las elecciones presidenciales que se celebrarían a finales de ese mes.
Frost pidió a su entrevistado que le compartiera su visión sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Un año antes, tres países que formaron parte del Pacto de Varsovia –República Checa, Hungría y Polonia– se habían sumado a la alianza de Estados Unidos y sus aliados, y la puerta estaba abierta para que otros lo hicieran.
—¿Ve a la OTAN como socio potencial, rival o enemigo? –preguntó el entrevistador británico.
—Rusia es parte de la cultura europea. No puedo imaginar a mi país aislado de Europa (…) El problema aquí consiste en descartar instrumentos comunes acordados previamente, principalmente en lo que tiene que ver con resolver temas de seguridad internacional (…) Podemos hablar de una mayor integración con la OTAN, pero sólo si Rusia es considerada un socio con iguales derechos.
—¿Podría Rusia sumarse a la OTAN?
—No veo por qué no. Yo no descartaría esa posibilidad, pero, repito, sólo si los puntos de vista de Rusia son tomados en cuenta como los de un socio con iguales derechos (…) Asumamos que hay un deseo de cambiar los mecanismos que aseguran la seguridad internacional. Pretender o asumir que Rusia nada tiene que ver con eso y excluirla del proceso no es algo que pueda llegar a buen puerto.
En 2004, se sumaron a la OTAN otras siete naciones que vivieron detrás de la Cortina de Hierro, tres de las cuales formaron incluso parte de la Unión Soviética: los Países Bálticos.
—¿Cuándo nos van a invitar a ser parte de la OTAN? –preguntó Putin a George Robertson, el exministro de Defensa británico que entonces fungía de secretario general de la organización.
—Bueno, es que nosotros no invitamos a nadie a ser parte de la OTAN, uno pide entrar.
En abril de 2008, se celebró en Bucarest, Rumanía, la vigésima cumbre de la OTAN. La principal conclusión de dicha reunión fue que el ingreso de Georgia era inminente.
La información prendió a las alarmas en Moscú. La OTAN ya tenía rodeada a Rusia por el norte y el poniente, y ahora pretendía hacerlo por el sur. Además, se trataba de otro país que había sido parte integrante de la URSS. Cuatro meses después, Rusia invadía Georgia y el prospecto se esfumó.
Desde el punto de vista del derecho internacional, no hay forma de excusar la guerra que Rusia emprendió la madrugada del lunes en Ucrania. Los pretextos de carácter étnico que ha esgrimido Putin recuerdan, como escribí aquí el martes, las que usó Adolfo Hitler para apropiarse de una parte de Checoslovaquia, en octubre de 1938, un año antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, si deseamos lograr la paz e impedir futuros actos de agresión debemos tratar de comprender lo que motivó que Rusia apostara desde 2008 por preparar la guerra. Una guerra que ya está aquí.
En su respuesta a la invasión de Ucrania, EU y sus aliados han apostado por las sanciones. Quizá sea lo correcto, porque las alternativas son no hacer nada o una acción militar que podría en riesgo la existencia humana. Pero tengamos claro las sanciones no han impedido que Rusia hiciera cosas como anexarse Crimea o envenenar opositores en suelo extranjero.
Calificar a Putin como nuevo zar o loco no deja de ser un recurso retórico. Lo que realmente se requiere es un rediseño de la seguridad internacional. El modelo heredado de la Segunda Guerra Mundial no parece tener ya sentido, porque obedecía a la existencia del mundo bipolar que surgió de ese conflicto.
Fue triste ver al secretario general de la ONU suplicando a Putin, “en nombre de la humanidad”, sacar sus fuerzas de Ucrania. Si Rusia ha hecho lo que hecho es porque no ha tenido incentivos para abstenerse.