Pascal Beltrán del Río Bitácora del director
Es difícil negar el colmillo político del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Ante el raspón en su popularidad, causado por el episodio de la casa de Houston, y la dificultad para convencer de que no se incurrió en ese caso en conflicto de interés alguno, el mandatario ha aprovechado para justificar su decisión de promover la revocación de su mandato.
Ayer, en su conferencia mañanera, invitó a la oposición a participar en la consulta del 10 de abril –de hecho, dijo que todos deberíamos acudir a votar– para decidir si se queda o se va.
Es impensable que López Obrador pronuncie un mea culpa como el que hizo Enrique Peña Nieto respecto de la llamada Casa Blanca. No es su estilo. Pero lo que sucedió el lunes es un claro golpe de timón ante lo complejo que ha resultado para él desmentir que personas de su entorno hayan caído en contradicción respecto de su lucha contra la corrupción, así como ante la probada inutilidad de devolver las acusaciones a quienes lo señalan, tachándolos de ser acaudalados.
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“Es muy peculiar porque dicen: ‘Es un gobierno autoritario, antidemocrático’, pero va a haber ahora una consulta; si está mal el gobierno, si no les gusta como gobierno, pues tienen la oportunidad”, expresó ayer el Presidente.
“Si ellos están inconformes y hay quienes piensan que estábamos mejor antes, pues tienen esa posibilidad de expresarlo de manera pacífica, sin gritos, sin sombrerazos, sin insultos, sin violencia, ésa es la democracia; no con labor de zapa, es decir, queriendo socavar, debilitar al gobierno con guerra sucia, con campañas de odio, de desprestigio”, agregó.
Como digo, es notable la habilidad de López Obrador de ajustar su discurso a las necesidades del momento. No lo había hecho durante tres semanas, quizá por lo inesperado del obús que recibió o porque el asunto lo toca en lo más íntimo: su familia. Veremos cómo responde la oposición –y el sector crítico del gobierno, en general– al reto que lanzó ayer el tabasqueño y que suena al clásico “nos vemos a la salida” que se escucha en las escuelas. Sin embargo, no pueden desconocerse varias realidades en torno de la revocación.
La primera, que la consulta fue iniciativa del propio López Obrador, misma que avanzó en el Congreso sin reparar en las opiniones de que la democracia mexicana tiene poco que ganar si el Ejecutivo gobierna la primera mitad de su periodo preocupado en no ser destituido al tercer año.
Segundo, las reglas que se pusieron para convocar a una votación tan importante son harto laxas: sólo se requiere de la aceptación de 3% de los ciudadanos inscritos para votar.
Tercero, los simpatizantes del Presidente realizaron una campaña de recolección de firmas que tramposamente llamaban a ratificar el mandato, pervirtiendo el sentido de este derecho.
Cuarto, entre las adhesiones que se presentaron para poner en marcha la revocación, aparecieron muchas obtenidas de forma indebida, pues se incluyeron las de personas muertas y encarceladas, así como un buen porcentaje de ciudadanos que nunca dieron su aval al ejercicio.
Quinto, han surgido por muchas partes del país anuncios espectaculares, que no se sabe quién paga, llamando a que “siga” el Presidente.
Sexto, los servidores públicos que apoyan al Ejecutivo se han negado a cumplir con los términos de la veda aprobados por ley, y el propio López Obrador no ha dudado –como hizo ayer– en invitar a los ciudadanos a votar, cosa que no debe hacer.
Séptimo, la revocación ha servido como pretexto para golpear al árbitro electoral, con lo cual, quienes eso hacen muestran que de ninguna manera aceptarían un resultado adverso.
Y octavo, el Presidente asume erróneamente que éste es un país binario y que sólo hay dos posturas sobre él en la discusión pública. En síntesis, el actual proceso de revocación se queda lejos de ser un ejercicio democrático y está más cercano a constituir una herramienta para afianzar el poder presidencial. La verdad, sería ingenuo pensar que se trata una oportunidad de dirimir pacíficamente las diferencias.
Pascal Beltrán del Río Bitácora del director
Claudia Sheinbaum se ha convertido en el eco de la voz del presidente Andrés Manuel López Obrador. Cosa que dice él no tarda ella en repetirla, casi ad lítteram. Tan lo sabe, que antes de hacerlo, se cura en salud: “Otra vez me van a decir regenta, pero…”.