Miércoles, Noviembre 27, 2024
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Revocación de mandato: nos vemos a la salida País de miedo

 

Pascal Beltrán del Río                                          Bitácora del director
 
 

Es difícil negar el colmillo político del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Ante el raspón en su popularidad, causado por el episodio de la casa de Houston, y la dificultad para convencer de que no se incurrió en ese caso en conflicto de interés alguno, el mandatario ha aprovechado para justificar su decisión de promover la revocación de su mandato.

Ayer, en su conferencia mañanera, invitó a la oposición a participar en la consulta del 10 de abril –de hecho, dijo que todos deberíamos acudir a votar– para decidir si se queda o se va.

Es impensable que López Obrador pronuncie un mea culpa como el que hizo Enrique Peña Nieto respecto de la llamada Casa Blanca. No es su estilo. Pero lo que sucedió el lunes es un claro golpe de timón ante lo complejo que ha resultado para él desmentir que personas de su entorno hayan caído en contradicción respecto de su lucha contra la corrupción, así como ante la probada inutilidad de devolver las acusaciones a quienes lo señalan, tachándolos de ser acaudalados.

 
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“Es muy peculiar porque dicen: ‘Es un gobierno autoritario, antidemocrático’, pero va a haber ahora una consulta; si está mal el gobierno, si no les gusta como gobierno, pues tienen la oportunidad”, expresó ayer el Presidente.

“Si ellos están inconformes y hay quienes piensan que estábamos mejor antes, pues tienen esa posibilidad de expresarlo de manera pacífica, sin gritos, sin sombrerazos, sin insultos, sin violencia, ésa es la democracia; no con labor de zapa, es decir, queriendo socavar, debilitar al gobierno con guerra sucia, con campañas de odio, de desprestigio”, agregó.

Como digo, es notable la habilidad de López Obrador de ajustar su discurso a las necesidades del momento. No lo había hecho durante tres semanas, quizá por lo inesperado del obús que recibió o porque el asunto lo toca en lo más íntimo: su familia. Veremos cómo responde la oposición –y el sector crítico del gobierno, en general– al reto que lanzó ayer el tabasqueño y que suena al clásico “nos vemos a la salida” que se escucha en las escuelas. Sin embargo, no pueden desconocerse varias realidades en torno de la revocación.

La primera, que la consulta fue iniciativa del propio López Obrador, misma que avanzó en el Congreso sin reparar en las opiniones de que la democracia mexicana tiene poco que ganar si el Ejecutivo gobierna la primera mitad de su periodo preocupado en no ser destituido al tercer año.

Segundo, las reglas que se pusieron para convocar a una votación tan importante son harto laxas: sólo se requiere de la aceptación de 3% de los ciudadanos inscritos para votar.

Tercero, los simpatizantes del Presidente realizaron una campaña de recolección de firmas que tramposamente llamaban a ratificar el mandato, pervirtiendo el sentido de este derecho.

Cuarto, entre las adhesiones que se presentaron para poner en marcha la revocación, aparecieron muchas obtenidas de forma indebida, pues se incluyeron las de personas muertas y encarceladas, así como un buen porcentaje de ciudadanos que nunca dieron su aval al ejercicio.

 

Quinto, han surgido por muchas partes del país anuncios espectaculares, que no se sabe quién paga, llamando a que “siga” el Presidente.

Sexto, los servidores públicos que apoyan al Ejecutivo se han negado a cumplir con los términos de la veda aprobados por ley, y el propio López Obrador no ha dudado –como hizo ayer– en invitar a los ciudadanos a votar, cosa que no debe hacer.

Séptimo, la revocación ha servido como pretexto para golpear al árbitro electoral, con lo cual, quienes eso hacen muestran que de ninguna manera aceptarían un resultado adverso.

Y octavo, el Presidente asume erróneamente que éste es un país binario y que sólo hay dos posturas sobre él en la discusión pública. En síntesis, el actual proceso de revocación se queda lejos de ser un ejercicio democrático y está más cercano a constituir una herramienta para afianzar el poder presidencial. La verdad, sería ingenuo pensar que se trata una oportunidad de dirimir pacíficamente las diferencias.

 

 

Pascal Beltrán del Río                                                   Bitácora del director
 
 

Claudia Sheinbaum se ha convertido en el eco de la voz del presidente Andrés Manuel López Obrador. Cosa que dice él no tarda ella en repetirla, casi ad lítteram. Tan lo sabe, que antes de hacerlo, se cura en salud: “Otra vez me van a decir regenta, pero…”.

Con ello, se vuelve, como dice la expresión popular, más papista que el Papa.

El jueves pasado, la jefa de Gobierno respaldó el dicho presidencial de que el Inai debe investigar los bienes e ingresos de periodistas. Luego se fue de un hilo diciendo que hay una “campaña negra” en contra suya y del Presidente, cuyo financiamiento, exigió, debe ser revelado. Y terminó por preguntar si los mexicanos queríamos vivir en un país de miedo o de esperanza.

¿Que que qué? 

Tal vez a Sheinbaum se le olvide o le interese que no se diga, pero ya vivimos en un país de miedo.

¿O en qué otro país que se dice democrático y respetuoso del Estado de derecho entra una caravana de 20 vehículos con delincuentes fuertemente armados en una ciudad de 60 mil habitantes, aterrorizando a la población, ametrallando fachadas de casas, penetrando en algunas de ellas para matar y secuestrar?

Eso pasó la noche del martes y madrugada del miércoles en Caborca, Sonora, el estado gobernado por quien fue, durante casi dos años, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del gobierno federal. ¿A qué ciudadano se le dio allí protección durante esas seis horas de terror? ¿Qué autoridad federal o local acudió a tiempo, cuando se requería, para ayudar a los caborquenses?

Quienes hablan de un país de esperanza quizá no registren que salir a divertirse por la noche es una actividad de alto riesgo en México.

Ahí está el caso de los cinco jóvenes zacatecanos que fueron secuestrados al salir de un bar la noche del sábado 12 de febrero en la capital estatal. A cuatro de ellos los hallaron muertos al día siguiente. Sus cadáveres, envueltos en bolsas negras, aparecieron en una camioneta abandonada sobre una carretera estatal, en el municipio de Genaro Codina. Luego de una intensa búsqueda, el cuerpo de la quinta víctima apareció el viernes pasado, junto con el de un hombre de identidad desconocida, en una casa ubicada en el municipio de Guadalupe.

Miedo, el que se siente al usar el transporte público en muchas zonas urbanas del país, donde se han vuelto frecuentes los asaltos a choferes y pasajeros, quienes corren el riesgo de recibir un balazo en caso de resistirse a entregar sus pertenencias. Miedo, también, por viajar por carretera, pues los robos al transporte de carga e, incluso, al de pasajeros van al alza.

La semana pasada, un autobús de la compañía ADO que iba hacia Veracruz, fue obligado a detenerse sobre la autopista Puebla-Orizaba, que se ha vuelto una de las más peligrosas del país, para luego ser abordado por hombres armados, quienes despojaron a los pasajeros de sus pertenencias. Y, apenas la madrugada de ayer, otro autobús de la misma línea, que iba de Tierra Blanca a Oaxaca, debió pararse al toparse con un tronco atravesado en el camino. Además de robar a los viajeros, los delincuentes violaron a varias mujeres.

 

Miedo, que un supuesto grupo de autodefensa haya secuestrado a 21 personas de Pantelhó, Chiapas, hace casi siete meses, y que el líder de la organización rete a los integrantes de la Comisión Nacional de Búsqueda, que hace poco llegaron al municipio, a que escudriñen “hasta debajo de las piedras”.

Miedo, que criminales quemen negocios que se resistan a ser extorsionados, como ocurrió, nuevamente, la noche del viernes en Acapulco.

En el país que lleva más de 112 mil homicidios dolosos en 38 meses –entre ellos, los de 28 periodistas– y, hasta julio pasado, 21 mil desapariciones de personas en lo que va del sexenio, amenazar con que corremos el riesgo de vivir con miedo es una bofetada. ¿O de qué esperanza nos están hablando?