Yuriria Sierra Nudo gordiano
“Menudo estúpido hijo de perra...”, expresó el presidente cuando pensó que nadie lo escuchaba, que el micrófono que tenía enfrente estaba apagado. La frase quedó grabada y le dio la vuelta al mundo. Sucedió hace unas semanas, el protagonista del escándalo fue Joe Biden, el moderado líder demócrata de Estados Unidos, quien reaccionó así cuando un reportero de Fox News le cuestionó sobre la inflación. Aunque después se disculpó, la postal quedó ahí: un jefe de Estado incómodo ante los cuestionamientos de la prensa. Su antecesor se vio aún más incómodo y en varias ocasiones. Donald Trump se iba sobre periodistas, reporteros, cadenas de televisión y diarios de manera recurrente; jamás dejó de tachar al gremio como gente deshonesta, creadores de noticias falsas y hasta responsables de los daños que padecía su país. Nunca se disculpó, pero se regodeaba junto a los medios de comunicación que sí comulgaban con su movimiento, pero el resto, para Trump, siempre ha sido el enemigo.
No hay democracia sin periodismo libre. No hay democracia sin líderes que respeten el ejercicio de esta profesión: una que nace a partir de las preguntas y que se responden a partir de los hechos.
Desafortunadas aquellas expresiones de personajes estadunidenses, pero que no nos resultan nada ajenas. Momentos similares los vemos en nuestro país cada vez con más frecuencia. Hace una semana mencionamos un par en este espacio: lo ocurrido con Diego Sinhue Rodríguez, gobernador de Guanajuato, y el enfrentamiento del gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, con una compañera reportera de Meganoticias. El primero se disculpó de inmediato; el segundo insiste en desconocer agresión alguna. Ahora también está el caso del alcalde de Zaragoza, Veracruz. Miguel Grajales impide que la prensa siga sus actividades dentro del palacio municipal. Así lo ha documentado Tamara Corro, corresponsal de Grupo Imagen.
Insisto, desafortunadas esas expresiones, pero más desafortunado que las agresiones a la prensa no sé limitan a obstruir el trabajo periodístico. México es considerado el país más peligroso para ejercer el periodismo. En lo que va del siglo, al menos 150 personas han sido asesinadas a consecuencia de su labor periodística, registra Artículo 19. Tan sólo cinco de estos crímenes han ocurrido en lo que va de este 2022. Por eso reconozco la valentía de quienes en distintas partes del país han salido a la calle a exigir mejores condiciones para ejercer su profesión. Compañeros, que ante la violencia y las agresiones, que llegan incluso desde los frentes que deberían protegerlos, no se callan.
Por eso celebró que hace un par de tardes, reporteros de la fuente dejaron los micrófonos y las cámaras a un lado para exigir a quienes despachan en el Congreso de la Unión, que ya es hora de que configuren leyes que garanticen un entorno adecuado y seguro. Por eso aplaudo el valor de Rodolfo Montes, quien junto a los compañeros presentes en Palacio Nacional, hicieron de la conferencia matutina, una protesta: “Nos queremos con vida y en solidaridad con los periodistas caídos desde Calderón hasta nuestros días (...) Este día no le queremos formular preguntas (...) Nos queremos abstener, Presidente, de hacerle preguntas, porque los principales asesinos de nosotros son servidores públicos y esa información la tiene el mecanismo…”. Y más que una respuesta verbal de López Obrador, lo que México necesita es un presidente que entienda que desde el poder no se puede denostar a nadie, menos a los integrantes de un brazo democrático tan importante cómo lo es la prensa. “Lo único que debe considerarse es que nosotros no mandamos a aniquilar a nadie, a nadie. Ya no es el Estado como era antes, el violador por excelencia de los derechos humanos…”, respondió a la protesta, pero esto no concuerda con lo que hemos visto en las últimas semanas con los ataques a las voces que lo incomodan.