Miércoles, Noviembre 27, 2024
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¿Hacia un nuevo punto de equilibrio?

 

Max Cortázar

 
 

La eventual invasión del ejército ruso a Ucrania representa el estrecho cuello de botella por el que deberá procesarse toda una amplia gama de intereses antagónicos en términos geopolíticos y de seguridad nacional, así como canalizarse los agravios que —desde hace varios años— se reclaman dos de las superpotencias protagónicas en la definición de la vida contemporánea de la humanidad: Estados Unidos y la Federación de Rusia.

Esto, porque el conflicto no inicia con el despliegue de, cuando menos, ciento treinta mil efectivos rusos, junto con artillería pesada y fuerza aérea, en distintos puntos estratégicos ubicados en Crimea, Bielorrusia y el este de Ucrania. Demostración de poder castrense que motivó a los ciudadanos ucranianos a enlistarse como voluntarios del Ejército de Defensa Territorial, a efecto de emprender la resistencia civil ante una inminente agresión rusa; además de que prendió las señales de alerta al interior de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, cuyos integrantes, liderados por Estados Unidos, se declararon listos para intervenir por la vía militar.

Sin duda, la crisis en Ucrania es el último eslabón de un conflicto que escapa a la región y se hace patente por las más diversas avenidas de la relación entre ambos países. Del lado estadunidense, el agravio más visible es la presunta intervención del gobierno de Vladimir Putin en la elección presidencial de 2016, a fin de minar las posibilidades de victoria del Partido Demócrata y, con ello, pavimentarle a Donald Trump su llegada a la Casa Blanca.

Intervención que se realizó, de acuerdo con información publicada por The New York Times, mediante una campaña de desinformación en redes sociales surgida desde San Petersburgo y orientada a alimentar animadversión en la comunidad afroamericana hacia la candidatura de Hillary Clinton, a desmotivar la participación electoral entre votantes demócratas, así como a polarizar la opinión pública norteamericana.

Ello sin olvidar que Rusia concedió asilo político a Edward Snowden, exfuncionario de la Agencia Central de Inteligencia y la Agencia de Seguridad Nacional, que filtró documentos de alta confidencialidad a medios de comunicación, con lo cual difundió los alcances de acciones encubiertas de vigilancia electrónica e inteligencia por parte del gobierno estadunidense. Acción ilegal por la cual es reclamado en Estados Unidos, pero protegido desde hace tiempo bajo el poder de Moscú.

Si la Rusia de Vladimir Putin ha trastocado intereses vitales de Estados Unidos, este último tampoco se ha quedado atrás. De la mano de sus aliados en la OTAN, al paso de los años han impuesto un dique al área de influencia rusa en Europa del Este con la incorporación a su membresía de países que antes pertenecieron al bloque soviético, como son Lituania, Letonia y Estonia. Países que han dado sede a efectivos militares estadunidenses.

Y en la geopolítica de Rusia, le resulta inaceptable el que Ucrania termine formando parte del bloque antagónico, porque las prácticas militares de sus adversarios estarían a una distancia tan cercana, como riesgosa de Moscú. En especial para un dirigente político, como es el propio Putin, que ha puesto en el centro de su agenda el recuperar el reconocimiento internacional del poderío ruso.

En este conflicto entre ambas potencias, lo de menos es la continuidad en la provisión rusa de energéticos, que le resultan indispensables a la Unión Europea, o las sanciones internacionales que podrían imponerse a Rusia para disuadir sus amenazas, como su exclusión del sistema de transferencias bancarias. Ambas representan medidas de control que, si bien tienen un alto costo para la región en el corto plazo, son irrelevantes en la definición de fondo del conflicto.

Porque lo que verdaderamente está en juego es la percepción de la comunidad internacional sobre si Estados Unidos cuenta con las fortalezas y las condiciones para mantenerse al frente del orden mundial. Esto por las evidentes muestras de una presidencia débil, cautiva de una sociedad profundamente dividida y la falta de consensos en torno a su política exterior. Un mandato democrático al que cada vez le cuesta más trabajo lidiar con los poderes antagónicos de Rusia y China.

Así, en la crisis de Ucrania el presidente Joe Biden no sólo tiene apostada la viabilidad de su reelección para un segundo mandato; sino el poner freno a una creencia cada vez más extendida de que el orden internacional avanza hacia un nuevo punto de equilibrio, en el que Estados Unidos ya no se encuentra al frente.