Por Carlos Adriel Conde
Los Mochis, es una ciudad muy especial de México: su nacimiento pertenece en su principio, como una comunidad cosmopolita. Más lo vivimos los que pertenecemos a la 1ra y 2da generación de su fundación, porque el destino nos dio una oportunidad maravillosa de convivir con familias de muchas naciones del mundo. Tuve 2 tíos políticos: uno alemán (Hoffman) integrado a las filas del tren del proyecto Owen, y otro de Checoeslovaquia (Adolph Jez) excombatiente de la 1ra Guerra, que era Técnico mecánico dentro del equipo de Johnston. Mi hermano mayor me dio una cuñada Italo-Norteamericana (Della Rocca King). En mis estudios de primaria, mis compañeros de escritorio fueron un griego (Saquelarez), otro año un chino(Limón) y otro un norte-americano (hijo de Neil Ward). En mi grupo, siendo un promedio de 20 alumnos, 4 eran descendientes de chinos, 1 griego, 1 español, 1 inglés, 1 norte-americano y 1 mulato (quizás afro-cubano). En los estudios de secundaria, se sumaron 3 árabes, 1 chino, 2 japoneses, 1 alemán.
Esas generaciones vivimos un ambiente de amistades y familias incluyentes en estudios, diversiones y fiestas familiares. Fue un amiguito muy estimado en el 4to año de primaria (1949) quien me facilitaba el ingreso a la Colonia Americana, visitándola y recorriéndola por todas sus calles, jardines, todo el ahora llamado Parque Sinaloa…y la Casa Grande. La facilidad con la que entraba se debía a que los padres de este amigo, Freddy Félix, trabajaban en los servicios de limpieza y lavandería en las oficinas administrativas de la United Sugar, y vivían dentro de esa propiedad.
La Casa Grande, a mis 9 años de edad, la visitamos muchas veces, y el guardia nos dejaba pasar pero que no nos acercáramos a la casa. El amigo Freddy pasaba en automático, pero yo tenía que identificarme en las oficinas, presentando un permiso escrito de mi papá, declarando mi domicilio, y el administrador me daba una tarjeta de visitante con su firma y sello, con horas de entrada y de salida (una aduana pues). La Casa Grande a mis ojos era impresionante, y más lo fue cuando mi papá me llevó al Cine Royal a ver la película Lo Que el Viento se Llevó.
Me duele y me entristece el recuerdo de lo que esa casa representaba para la historia de mi querida ciudad, y la pérdida de los beneficios que a través de ella se pudieran dar a la cultura o servicio social de mi pueblo en sus generaciones. En aquel día de la vergüenza del motín en 1958, pensando en ella desde lejos, me regresé a mi casa con mi añoranza…Lo Que el Viento se Llevó….