Yuriria Sierra Nudo gordiano
La educación ha sido uno de los rubros que el presidente López Obrador más ha defendido. Ha asegurado, con razón, que es una de las herramientas que contribuyen al desarrollo de cualquier persona. Esto nadie lo duda: la educación forma sociedades que cuestionan, que no son blanco fácil de manipulación. Aquí y en China, ciudadanos informados piensan dos veces lo que escuchan cuando les llega un canto de sirenas. La educación, desde luego, inhibe los discursos propagandísticos, porque tras su escucha, aparecen las preguntas. Y sí, también la educación es un rubro más en el que el gobierno de la Cuarta Transformación ha fallado.
Más de cinco millones de alumnos de todos los niveles abandonaron los estudios a consecuencia de la pandemia. Esto se suma al rezago de años y que no avanzó un centímetro tras el cambio de administración a finales de 2018, a los más de 30 millones de estudiantes que ya se encontraban en desventaja. Si antes el promedio de aprendizaje en nuestro país era de tercer año de secundaria, ahora es de primer año del mismo nivel, según análisis del Banco Mundial y el Instituto Mexicano para la Competitividad.
Hace apenas unos días, Andrés Manuel López Obrador culpó otra vez al neoliberalismo de todos nuestros males. Ya pasamos la mitad del sexenio y los responsables de las condiciones actuales del país es culpa del pasado, una forma curiosa, por decir lo menos, que ninguna decisión del presente ha provocado aunque sea una ligera mejoría. Mala economía, por el neoliberalismo. La violencia, por el neoliberalismo. Malos servicios de salud, neoliberalismo. Y a esta narrativa de repetición y mucha propaganda, se suman las contradicciones que tiene, otra vez, al neoliberalismo como eje principal. Lo reportó así El Universal: “Con enérgicas críticas a las evaluaciones diagnósticas, al “mestizaje” educativo de sexenios anteriores y al sector empresarial, la Secretaría de Educación Pública va por eliminar palabras y conceptos que considera neoliberales como “calidad educativa”, “competencia”, “sociedad del conocimiento”, “eficiencia” y “productividad” de los planes y programas educativos para el diseño de los libros de texto gratuitos de educación básica (...) la dependencia advierte que desde 1990 en las reformas educativas de sexenios anteriores intervinieron actores como la OCDE, ONG y sectores empresariales, y “se introdujo el concepto de calidad para medir el desempeño del sistema educativo con indicadores como ‘eficiencia terminal’, ‘equidad’, ‘rezago’, ‘cobertura’, ‘egreso’, ‘pertinencia’, entre otros”.
Borrar los que les hace ver culpables, lo que permite dar contexto a la ineficacia, ¿o cuál es el objetivo? ¿Enarbolar desde las aulas una forma de gobierno? ¿Alimentar la narrativa de pobreza, ahora que cada vez son más los mexicanos quienes viven en esa condición? ¿Llenarán los libros de texto de falsas interpretaciones sobre el desarrollo que más tengan que ver con la mediocridad?
Bajo esta premisa, y con los antecedentes, no sería extraño que a los libros de texto llegue ese reconocimiento público mundial sugerido ayer por el Presidente: libros de historia en donde se cuente a modo el episodio de la pandemia, donde se hace honor a la 4T y al encargado de la emergencia. ¡Hugo López-Gatell héroe de la patria!, porque su estrategia “fue acertada y salvó muchas vidas”. ¿Cómo querrán contarnos la biografía de Manuel Bartlett? ¿Como personaje casi bíblico que corrigió el camino y tras años de andar errático se unió al “verdadero cambio”? Eso no es educación, es propaganda.
ATACAR AL MENSAJERO
Para los periodistas tendría que diseñarse un mecanismo de protección… también de la mañanera. Desde Palacio Nacional todos los días, sin excepción, se realiza contra la prensa algo que no puede calificarse como un ejercicio de rendición de cuentas, como se anunció en un inicio.
Ayer, por ejemplo: “Imagínense, si no existe una denuncia formal, nada más por la campaña de linchamiento encabezada por Denise Dresser…”, dijo el Presidente sobre el caso de Pedro Salmerón y su postulación como embajador de México en Panamá. Una campaña, aseguró el mandatario, haciendo a un lado, una vez más, los señalamientos de acoso que generaron, incluso, que el gobierno del país centroamericano expresara su rechazo a la postulación; luego vino entonces la “declinación” del historiador. Un día antes, el caso de Roberto Toledo, asesinado en Michoacán, pero de quien el gobierno tuvo sumo interés en aclarar que no se trataba de un periodista, sino de un colaborador de un despacho de abogados, como si esto restara valor a su homicidio. Aunque vale subrayar que en el lugar de la ejecución apareció una cartulina con una amenaza firmada por el Cártel Jalisco Nueva Generación.
Una semana antes hizo lo mismo con el asesinato de Lourdes Maldonado. El Presidente de inmediato pidió no apresurar juicios, refiriéndose al antecedente de la disputa legal que la periodista tenía con el exgobernador de Baja California, Jaime Bonilla, a quien le había ganado un laudo hacía apenas unos días. Cualquier intento por relacionar el crimen con la querella, para el Presidente es hacer politiquería.
Eventos inauditos hemos visto en los últimos años, en la administración que se vendió como la más transparente. Una conferencia matutina que no es sino un ejercicio propagandístico y una fuente de agresión contra la prensa.
“Esta violencia a la cual se enfrenta la prensa solamente ocurre en países que están en situación de guerra. Nos preocupa que, frente a la violencia que ocurre contra la prensa, no existen compromisos reales sobre cómo generar una política pública de protección integral que vaya más allá, porque son, lamentablemente, muy necesarias en este contexto. Mientras no haya acciones de prevención, y esto atraviesa incluso desde dejar de atacar y de estigmatizar a la prensa en las conferencias, desde el Presidente de la República, pero que, además, ha sido replicado por presidentes municipales y gobernadores. Entonces, es un efecto cascada, pero va desde eso hasta capacitaciones y derogación de leyes, así como a combatir la impunidad. O sea, qué mensaje se le está dando a la sociedad y a los perpetradores si nada más se fortalecen mecanismos de protección donde meten en refugios a periodistas, los terminan silenciando, porque dejan de hacer tu trabajo, y a ellos (los agresores) no les pasa absolutamente nada…”, me dijo en entrevista Itzia Miravete, coordinadora de Prevención del Programa de Protección y Defensa de Artículo 19.
Agregó: “Su labor es proteger la libertad de expresión, proteger a periodistas y no estar señalando quién es bueno, quién es mal periodista. Al final, son mensajes inhibitorios porque la prensa decide entonces ya no cubrir, ya no criticar, evitar temas que pueden incomodar al poder y entonces eso va cerrando los espacios democráticos…”.
Y otro ejemplo, sin razón alguna, periodistas fueron desalojados de la sala del pleno en el Senado, durante el inicio del periodo de sesiones ordinarias este martes. Nada parecido había ocurrido jamás y, aunque minutos después se les volvió a dar acceso a los compañeros que cubren la fuente, aún no sabemos de dónde vino esa orden de desalojo ni el porqué.
¿En qué momento la prensa se convirtió en un enemigo sólo por realizar su trabajo? La única respuesta aceptable de éste y cualquier gobierno sería el contraste de hechos con cifras y datos reales que contradigan el ejercicio periodístico, no la denostación con la que construyen esa falsa narrativa con la que nos entienden como su enemigo.