Pascal Beltrán del Río
Bitácora del director
Hace unos 35 años, un embajador surasiático que me distinguía con su amistad, me hizo la siguiente confesión: “Mi país es muy parecido a México, ¿sabe, usted? Yo no soy diplomático, sino político, pero metí la pata y me mandaron del otro lado del mundo”.
Había un tiempo –muy reciente, hasta eso– en que los errores en política tenían consecuencias. Se podía perder el cargo o terminar la carrera como embajador en un país lejano.
Aún en el sexenio pasado, el procurador federal del Consumidor fue relevado cuando su hija armó un escándalo en un restaurante y amenazó con pedirle a papi que clausurara el negocio. La sanción podía derivarse de una interpretación de la prensa, como la que orilló al canciller Emilio Rabasa a renunciar, luego de que se difundió equivocadamente que había ido a Israel a disculparse por el voto mexicano en una conferencia de la ONU, ordenado por el presidente Luis Echeverría y con el que Rabasa no coincidía, a favor de una resolución que condenaba el sionismo como una forma de racismo.