Raúl Cremoux
Otros ángulos
Vivimos cambios, pero los cambios no son necesariamente progreso. Veamos, en 2018, el litro de aceite costaba 24 pesos, hoy cuesta 41; un kg de tortilla costaba 10.45, hoy cuesta 18.20; el kg de pollo costaba 36 pesos, hoy cuesta 65. Y así todos los productos básicos.
Los militares recorrían algunos sectores, pero regresaban a sus cuarteles, hoy están a cargo de 246 actividades que estaban en manos de civiles; antes, la UNAM era la mayor de nuestras casas de conocimiento, enseñanza y difusora de cultura; ahora “necesita una sacudida, pues se ha aburguesado”; se nos dijo que, en los cambios, los pobres serían los primeros beneficiados, hoy tenemos cuatro y medio millones más bajo esa calificación.
Cuando el soldado, el funcionario, el burócrata forman el tejido principal de cualquier sociedad, el espíritu nacional se encoge, languidece y se extiende hasta permear zonas tan decisivas como la ciencia y la cultura.
Vivimos el tiempo del desmantelamiento: el programa de abastecimiento de medicinas se vino abajo porque se decía que era un nido de corrupción. Ahora carecemos de los medicamentos indispensables. Al Seguro Social le falta comprar el 91% de las medicinas, obtiene apenas el 9% de lo que necesita para comenzar el 2022. Niños con cáncer y enfermos del corazón, el hígado, los pulmones, el aparato digestivo siguen muriendo sin tener acceso a sus medicinas.
El Insabi es una entelequia. 17 millones de vacunas están desaparecidas. Las obras públicas se hacen sin concursarlas y son asignadas directamente para “ganar tiempo”, saltándose así todo tipo de leyes, reglamentos y procesos que antes permitían saber quién hace qué y con qué costo. Se han liquidado organismos autónomos que regulaban los procesos públicos y evaluaban sus resultados.