Martes, Noviembre 26, 2024
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Amarga Navidad

Raúl Cremoux
 
Otros ángulos
 
 
 Vivimos cambios, pero los cambios no son necesariamente progreso. Veamos, en 2018, el litro de aceite costaba 24 pesos, hoy cuesta 41; un kg de tortilla costaba 10.45, hoy cuesta 18.20; el kg de pollo costaba 36 pesos, hoy cuesta 65. Y así todos los productos básicos.

Los militares recorrían algunos sectores, pero regresaban a sus cuarteles, hoy están a cargo de 246 actividades que estaban en manos de civiles; antes, la UNAM era la mayor de nuestras casas de conocimiento, enseñanza y difusora de cultura; ahora “necesita una sacudida, pues se ha aburguesado”; se nos dijo que, en los cambios, los pobres serían los primeros beneficiados, hoy tenemos cuatro y medio millones más bajo esa calificación.

Cuando el soldado, el funcionario, el burócrata forman el tejido principal de cualquier sociedad, el espíritu nacional se encoge, languidece y se extiende hasta permear zonas tan decisivas como la ciencia y la cultura.

Vivimos el tiempo del desmantelamiento: el programa de abastecimiento de medicinas se vino abajo porque se decía que era un nido de corrupción. Ahora carecemos de los medicamentos indispensables. Al Seguro Social le falta comprar el 91% de las medicinas, obtiene apenas el 9% de lo que necesita para comenzar el 2022. Niños con cáncer y enfermos del corazón, el hígado, los pulmones, el aparato digestivo siguen muriendo sin tener acceso a sus medicinas.

 
El Insabi es una entelequia. 17 millones de vacunas están desaparecidas. Las obras públicas se hacen sin concursarlas y son asignadas directamente para “ganar tiempo”, saltándose así todo tipo de leyes, reglamentos y procesos que antes permitían saber quién hace qué y con qué costo. Se han liquidado organismos autónomos que regulaban los procesos públicos y evaluaban sus resultados.

Destruir una obra que tenía un adelanto de 35%, que era urgente para el desarrollo de nuevos alientos bajo el dicho de que había corrupción sin nunca probar lo afirmado, se hermana con el símbolo icónico de un avión presidencial que se ha vendido varias veces, se ha rifado y aún se sigue pagando un mantenimiento costoso e inútil.

Tampoco basta con nombrar las causas de un problema para que éste se resuelva; no basta con decir que el crimen encuentra su fuente en las injusticias sociales para que éste se resuelva. Necesitamos que los culpables sean castigados y que el gobierno dé prueba de su autoridad. Rebasa el centenar de miles de asesinatos lo que, con su hedor, clama justicia.

¿Cómo gozar del espíritu navideño cuando todos los días —en promedio— hay más de 90 asesinatos? Y este factor letal se hace gigantesco cuando nuestro país ocupa el cuarto lugar de fallecimientos en el mundo por causa de la pandemia, rebasando los 600 mil muertos.

Sin rumbo en el campo ni programas para contribuir a un mejoramiento ambiental, lo mismo en alimentos que en transporte individual y público, vemos cómo el tiempo de calidad se dedica a realizar ataques contra la Suprema Corte de Justicia, el CIDE, el Inai y el INE y a cualquier entidad autónoma que permita y auspicie los equilibrios tan necesarios para conducir la nación a buen puerto.

Entre nosotros hay un peligro grave: “el pueblo” busca la figura de quien cotidianamente habla a la parte visceral de su ser. Sólo Él puede salvarnos, guiarnos y, de la mano, llevarnos a eso que tanto anhelamos, aunque el precio sea estar rodeados de enfermos sin medicinas, alimentos cada vez más caros, escuelas semiderruidas y el olor de los muertos amontonándose en cifras cada vez mayores.