Pascal Beltrán del Río
Bitácora del director
- Hubo un tiempo en que los gobernadores fungieron como contrapeso al poder presidencial. Sin embargo, hoy eso parece ser historia. En el ocaso del régimen autoritario del siglo pasado, la oposición encontró en los estados la manera de horadar la hegemonía priista.
Entre 1989 y 1999, el partido tricolor perdió por primera vez 12 gubernaturas, incluida la Jefatura de Gobierno del entonces DF. Durante varias décadas, esas posiciones habían sido repartidas por los presidentes como premios de consolación y oportunidades de jubilación para políticos veteranos, pero aquella camada de gobernadores cambió por completo el paradigma.
En 1995, Vicente Fox ganó la gubernatura de Guanajuato y desde allí lanzó su asalto sobre la Presidencia. El primer jefe de Gobierno de la capital, Cuauhtémoc Cárdenas, también usó esa plataforma para postularse por tercera vez al Ejecutivo. E incluso dos gobernadores surgidos del PRI, el tabasqueño Roberto Madrazo y el poblano Manuel Bartlett, retaron al mando presidencial, luego de ver cómo se empoderaban sus homólogos de la oposición, y disputaron la candidatura del partido para las elecciones de 2000, cuya designación se consideraba por tradición una facultad exclusiva del Presidente.
Ya con Fox en Los Pinos, la fuerza de los mandatarios estatales se incrementó aún más. Se formó la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago), que exigió y obtuvo mayor presupuesto para las entidades federativas. Y Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, se convirtió en un contrapeso que contribuyó a opacar el aura de lo que había sido por décadas la todopoderosa Presidencia.
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