Amor con amor se paga
Víctor Beltri
Nadando entre tiburones
El Presidente quería su fiesta, y la organizó a lo grande. Tal y como a él le gusta, con soldados vestidos de mariachi, niños cantores provenientes de lugares recónditos y —sobre todo— un Zócalo lleno de gente dispuesta a vitorearlo. Tortas y refrescos, banderas y consignas, mamparas promoviendo una inexistente consulta de ratificación de mandato. Esta vez, sin embargo, fue un poco más lejos.
El Zócalo lucía abarrotado, ya fuera por la gente que acudió voluntariamente, o por los cientos de autobuses que acarrearon a las fuerzas vivas desde otras entidades de la República, como quedó registrado en diversos medios y redes sociales. El Presidente lucía pletórico y, a pesar de que su discurso estuvo plagado de los lugares comunes, verdades a medias y las mentiras descaradas que incluye, de manera cotidiana, en sus conferencias mañaneras, el evento fue todo un éxito para un mandatario cuya popularidad no desciende.
“Amor con amor se paga”, había advertido unos días antes de la celebración, no sin antes recordarle a la gente quién es el que reparte las croquetas. “Les adelanto de que en la mitad de los hogares del país, cuando menos llega un programa de bienestar. En la mitad de todos los hogares, de todas las casas de México. Y en el caso de la gente más humilde, de la gente más pobre, de las comunidades indígenas, allí, de cada 10 casas, en 9 ya están recibiendo apoyos. Programas del bienestar. Y pronto será en las 10 casas, en el 100 por ciento”.
Populismo, demagogia, dispendio: llámese como quiera. Cualquiera que sepa un poco de economía podría entender que el país marcha con rumbo a la catástrofe; cualquiera que sepa un poco de política entenderá que la gente estará dispuesta a creer cualquier cosa con tal de tener un poco más de dinero en el bolsillo: más aún, si se supone que ese dinero se le está quitando a los ricos para dárselo a los pobres.
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