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Nunca debí ser abogado: Juan Velásquez

Tomado de ANIMAL POLITICO

Conocido como el "Abogado del Diablo", ha defendido a personajes como Luis Echeverría, José López Portillo, Carlos Salinas y a "El Negro” Durazo; no ha perdido un solo caso y dice que en realidad esa no era su vocación

 
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I.

La segunda casa de Juan Velásquez fue el temible Palacio de Lecumberri. A los siete años de edad, el pequeño Juan ya vestía de traje oscuro, portaba lentes de pasta delgados y un código penal siempre pegado a su brazo derecho. Su padre, el destacado abogado Víctor Velásquez, lo llevaba a los juicios y apuntaba en una pequeña libreta las observaciones que le dictaba el ex militar en tiempos de Porfirio Díaz.´

Juan Velásquez.

Nunca se preguntó si sería su vocación, ni mucho menos se imaginó que se convertiría, quizás, en el mejor abogado penalista del país. Algunos lo llaman el “Abogado del Diablo” por defender a personajes tan polémicos como los ex presidentes Luis Echeverría, José López Portillo y Carlos Salinas; al ex jefe de la policía capitalina, Arturo “El Negro” Durazo; al primer secretario de Estado preso Félix Barra García, quien fuera titular de la Reforma Agraria en 1975.

¿Por qué auxilió a los políticos más repudiados de la historia reciente de México? No se inmuta y su respuesta es simple: porque cualquier ciudadano tiene el derecho a una defensa y porque me pidieron que yo fuera su defensor.

Fue abogado de Diana Laura Riojas -viuda del ex candidato priista a la presidencia Luis Donaldo Colosio- y de las hijas de José Francisco Ruiz Massieu. Dedicó ocho años de su vida a llevar exclusivamente el caso de Raúl Salinas, acusado del asesinato del diputado priista en aquel año turbulento de 1994. También se encargó de asuntos espinosos como el “Pemexgate” y demostró la inocencia del máximo ganador de medallas olímpicas Joaquín Capilla.

El pasado 29 de enero cumplió 42 años de abogado y no ha perdido un solo caso. No defraudó el legado aplastante de su padre: don Víctor Velásquez defendió con éxito 88 jurados populares de pena de muerte, que tuvieron sus mejores tiempos de 1919 a 1929. En esos años, el público abarrotaba la Sala de Jurados y seguían con mucho interés las espectaculares intervenciones de fiscales y defensores, enfrascados en un verdadero duelo de oratoria.

Sin embargo, Juan Velásquez admite que nunca debió ser abogado porque no es su vocación, ni le gusta. Su sueño era ser militar como su abuelo, su padre, su tío y su primo. La disciplina, la lealtad, el nacionalismo y otros códigos castrenses fueron su carta de creencia. Parte de su adolescencia la pasó internado en la Universidad Militar Latinoamericana, que estaba en el camino al Desierto de los Leones y cuyas instalaciones sirvieron para crear la actual Academia de Policía.

Su abuelo Manuel M. Velásquez fue subsecretario de Guerra y Marina de Porfirio Díaz. El mismísimo general Díaz y su esposa doña Carmen Romero Rubio fueron padrinos de bautizo de su padre, quien desde muy pequeño fue enviado a un internado en Francia y pasaba los veranos en Inglaterra. En 1909, a la edad de 15 años, regresó a México e  ingresó al Colegio Militar del Castillo de Chapultepec, donde obtuvo el grado de subteniente.

En el ocaso del Porfiriato se desempeñó como secretario particular de Manuel Mondragón, titular de Guerra y Marina. En esos años ocurrió la “Decena Trágica”, que culminó con los asesinatos de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez el 22 de febrero de 1913.

Todos esos años trascendentes en la historia de México los vivieron su abuelo y su padre, quienes al final se rehusaron a integrarse al Ejército Constitucionalista de Venustiano Carranza. Su lealtad al Ejército Federal obligó a que salieran del país y comenzaran una nueva vida en Nueva Orleans, Luisiana. En la ciudad del jazz, su abuelo ejerció la ingeniería y su padre se inscribió a la universidad para estudiar derecho. Su carrera militar había terminado.

Años después, el ingeniero y el abogado se mudaron a Nueva York hasta que el gobierno estadounidense les informó que debían naturalizarse para seguir en suelo norteamericano o, de lo contrario, serían expulsados. Ellos no quisieron perder la nacionalidad mexicana y decidieron volver a casa: olvidaron lo que debían recordar.

Don Víctor Velásquez, enviudó pero se casó nuevamente. A los 55 años de edad tuvo a su hijo Juan y vivieron por un tiempo en la colonia Cuauhtémoc, a un par de cuadras del Ángel de la Independencia. Por la gran diferencia de edades, el mozalbete veía a don Víctor, más que un padre, como un gran ejemplo a seguir. Nunca jugó futbol ni se juntaba con otros niños de su edad. La escuela era indiferente para él y se refugiaba en la gran biblioteca familiar: ahí encontró libros maravillosos de Emilio Salgari, Julio Verne y las aventuras detectivescas de Sherlock Holmes.

“De niño me la pasaba con mis anteojos y leyendo de traje. Leía y leía, no había televisión en casa. Mi papá tenía miles de libros. Esto que tengo aquí en mi estudio es una pequeña parte de lo que era la biblioteca de mi padre porque aparte de esto tengo miles de libros de derecho”.

 

II.

Admiraba tanto a su padre que quiso imitar sus hazañas en la abogacía. En 1966, el experimentado defensor recibió el título de Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor del Presidente de la República Francesa, Charles de Gaulle.

Desde entonces tiene esa obsesión casi enfermiza de “no me puedo dejar ganar”. Como universitario fue ajeno al movimiento estudiantil de 1968, a pesar de que cursaba la carrera en la Facultad de Derecho. Él estudiaba por las mañanas y en las tardes trabajaba en el despacho de su padre. Aprendió a litigar en poco tiempo. Nunca se interesó ni se identificó con las causas del Consejo Nacional de Huelga. En 1970 se graduó y su padre le regaló la faraónica biblioteca, su tesoro.

“Mi pasión es leer, siempre tengo en la mano un libro. Cuando me llevan en el coche leo, cuando me hacen esperar en algún lado leo y en la noche antes de dormir. Realmente es mi pasión, como supongo como la de muchos que nos educamos con los libros”.

Toda esa preparación y visión del mundo que tenía su padre la absorbió como una potente aspiradora. Juan se hizo a la semejanza de su padre, quiso ser un verdadero abogado y desde joven comenzó a defender asuntos públicos.

En su espléndido estudio da un poco de pena pisar el piso brillante de duela y los tapetes finos. Desde la pequeña sala se pueden observar algunos cuadros de David Alfaro Siqueiros, de quien fue defensor. Las campanas de un antiguo reloj rompen por segundos la tranquilidad insultante. Toda la estancia está rodeada de libros acomodados cuidadosamente en inmensos libreros. De fondo se escucha La primavera de Vivaldi. Podría ser el paraíso.

 

“Yo vi que mi papá nunca dio dinero, ni aprovechó sus relaciones o influencias para ganar sus casos, que todos ganó. Vivo con su ejemplo. Hay casos de personas que no obstante de ser famosas o millonarias, no pueden usar sus influencias para que se aplique la ley”.

Tiene más de mil reconocimientos de todo tipo que pega en álbumes. El más importante para él fue la “Presea al Mérito Jurídico a la Excelencia en el Ejercicio Profesional”, que le otorgó el entonces presidente Vicente Fox. Sin embargo, es un honor inigualable ser asesor y conferencista del Colegio de Defensa Nacional, así como catedrático extraordinario del Centro de Estudios Superiores Navales.

“Le tengo la mayor admiración a las Fuerzas Armadas, porque es la institución que ha mantenido siempre de pie a este país”.

Desde 1970 imparte la materia de Derecho Procesal Penal en licenciaturas y posgrados en universidades como el ITAM. Fue consejero de la UNAM y es miembro del Consejo Corporativo de la Maestría de Derecho de la Universidad Panamericana, donde le dio clases al ahora candidato presidencial priista, Enrique Peña Nieto.

 

-¿No le afecta que lo vinculen con ser el abogado de los poderosos de este país? ¿Cómo ha vivido con esta losa que en algún momento debe pesar de que se le conozca como el “Abogado del Diablo”?  

Qué le puedo decir. No hay una sola persona que pueda demostrarme un hecho de corrupción o de tráfico de influencias. Cuando el pleno del Consejo de la Judicatura Federal me designa integrante de la junta directiva del Instituto Federal de Defensoría Pública me califica como “Arquetipo de Defensor”. Soy un abogado penalista y lo que he defendido han sido casos controvertidos. Pero también tengo otra satisfacción: soy el único abogado penalista en México que nunca ha encarcelado a alguien. Toda mi vida he defendido. Es decir, soy defensor 100 por ciento.

 

-¿Cómo escoge sus casos?

Los acepto cuando tengo empatía por la causa de mi defendido, me pongo en sus zapatos y entiendo lo que pasó. Y luego, por más complejo que sea el caso, debo tener la convicción de poder ganarlo.

 

-¿Por qué asegura que el asunto de Luis Echeverría ha sido el más trascendente de su carrera?

Es mi caso más importante y diría que difícilmente podría tener otro así: un ex presidente de México preso domiciliariamente, acusado absurdamente de genocidio. Ese caso lo defendí, primero, por la amistad que tengo con don Luis. Le tengo el mayor aprecio. Estudié el caso de don Luis y supe que no había una sola prueba en su contra. Le voy a decir algo que es importantísimo: la última palabra la tuvo el magistrado federal, excepcional, don Jesús Guadalupe Luna Altamirano, que escribió un libro sobre extradiciones y se lo dedicó a las víctimas de Tlatelolco de 1968. Y ese magistrado, después de estudiar las miles de hojas del expediente, exculpó a don Luis, afirmando que no había encontrado una sola prueba en su contra.

 

-Qué le dice el nombre de Pablo Chapa Bezanilla…

No, no, bueno, ese caso de la osamenta y del pago de quinientos mil dólares a un testigo falso para que incriminara a Raúl Salinas fue una perfidia de una maldad más allá de mi imaginación. A mí me ofrecieron y me insistieron para que fuera subprocurador que investigara los casos de Ruiz Massieu, el cardenal Posadas y Colosio. Al final rechacé esa invitación diciendo: “nunca he investigado, no soy policía, ni detective, soy defensor”. A mí me interesaba que se investigara bien porque tenía esa deuda con las hijas de Ruiz Massieu y los hijos de Colosio. Se me pidió que recomendara a alguien y entonces me encontré a Chapa Bezanilla, que literal se iba a la calle, por el cambio de sexenio. Yo tenía una buena impresión de él, era gente de bien y buen investigador. Cuando me contó que se quedaba desempleado le pregunté si quería ser subprocurador y el día que asumió el cargo lo acompañé.

 

-Con la osamenta montada en El Encanto y toda esta historia de lodo, ¿se sintió utilizado?

Me pidió que le preguntara a Raúl Salinas que si quería declarar en casa de su hermana para que no hubiera periodistas, a lo que Raúl inmediatamente aceptó, para que allí dos esbirros suyos lo detuvieran en mi presencia. Así, ese tipo me usó ruinmente. Eso provocó que dedicara ocho años de mi vida exclusivamente al caso de Raúl. Al final salió de prisión porque se comprobó su absoluta inocencia en el homicidio de Ruiz Massieu. Lo que sucedió de la osamenta y “La Paca” y el soborno que ya dije a un testigo, es la peor desprocuración de justicia que he vivido. La detención de Raúl es la peor desgracia que he padecido, pero la vida se encargó de poner a cada quien en su lugar: Raúl fue absuelto y el tipo ese estuvo prófugo y luego preso y padeció el mayor de los descréditos. Chapa Bezanilla forma parte de la historia más negra de la PGR.

 

III.

Juan Velásquez se ve raro sin traje. Esta vez usa ropa deportiva color negro y unos tenis blancos para correr. Acaba de regresar del gimnasio y no deja de contestar llamadas y recibir a gente que le entrega expedientes y demás papeles.

Dice que hay una leyenda de inaccesibilidad respecto a su persona porque siempre ha trabajado solo, sin ayudantes, pasantes, socios. No es sociable pero eso no significa que sea inabordable.

“Un día me enseñaron algunos comentarios que salieron en You Tube: ‘oigan quiero contratar a Juan Velásquez, ¿alguien me puede decir de él? Mmmm primero nunca te recibirá, tienes que ser un ex presidente, luego… pues cuánto dinero tienes para que acepte’. Ese tipo de prejuicios a los que ya me acostumbré”.

Desde niño ha sido un hombre solitario. No bebe alcohol, no fuma, se levanta todos los días a las 5:20 de la mañana y a las seis ya está en el gimnasio. Su cabello gris siempre está peinado hacia atrás y sus lentes casi transparentes ya son parte de su rostro.

Dedicarse de tiempo completo a su profesión le ha traído satisfacciones pero también pérdidas irrecuperables: el tiempo con su familia.

“Quizás mi vida familiar no es un desastre, pero no está tan bien como hubiese querido. Sí he antepuesto mi trabajo a mi vida personal para que luego me vaya convenciendo cada vez más que se va dejando la vida por personas que luego ni te lo agradecen”.

A sus 65 años busca que su vida transcurra lo más agradable posible. Para Juan Velásquez la razón y las leyes son parte de su existencia. Si de adolescente cuando estuvo internado vio el mundo por una ventana, ahora las cosas no han cambiado del todo: se encierra en su despacho y lee. Tal vez no tarde en llegar el primer caso que pierda o igual decide algún día retirarse invicto de los tribunales. Mientras dura lo real, sigue fielmente el consejo que le dio su padre: para ganar un caso se requiere conocer la ley tan bien como el adversario, pero el caso que defiendes mejor que el enemigo.