Hace casi tres años que la agenda política del país se pone en punto de las siete de la mañana en Palacio Nacional. El ejercicio dejó de ser una novedad, ahora son evidentes las improvisaciones que se hacen al micrófono, por eso lo sucedido el martes desde Nueva York no representó asombro alguno, acaso sólo la presencia de Andrés Manuel López Obrador en la sede de la Organización de las Naciones Unidas para presidir el Consejo de Seguridad, fue un acto fuera de la rutina para la comunidad internacional, para nuestro país fue una mañanera más. Para la segunda salida del Presidente fuera de nuestra frontera llevó consigo un par de mensajes: el primero, para buscar posicionarse como un líder natural y factor de la región latinoamericana, por eso, además del Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar, también pronunció varias críticas hacia el organismo anfitrión, sentado codo a codo junto a su secretario general, muchas de ellas infundadas: “Nunca en la historia de esta organización ha hecho algo realmente sustancial en beneficio de los pobres, pero nunca es tarde para hacer justicia…”, la sentencia más fuerte.
La Organización de las Naciones Unidas es un pegamento político. Desde su integración en 1945, ha sido gracias al financiamiento de países, aquellos a los que el Presidente mexicano sugiere cobrarles, es que se ha convertido en un brazo necesario para el combate de los varios frentes que tiene la humanidad. Lo hace, por ejemplo, desde la FAO contra el hambre; desde la Unicef en favor de la niñez; con ACNUR para procurar mejores condiciones para los migrantes y refugiados; con ONU Mujeres para entender el contexto actual y al que llegamos después de años de una lucha feminista que todavía no termina y, en los últimos meses, con la OMS para marcar pautas de acciones y hacer frente a la emergencia sanitaria. Fue un acto casi ingrato porque a pesar de los varios conflictos, ésos no los vamos a negar, el mundo ha encontrado cauce para mantenerse en calma desde la Segunda Guerra Mundial. La ONU ha sido ese factor para alimentar la estabilidad del mundo. Por eso su propuesta para solicitar ayuda a los países más ricos, a las corporaciones más ricas, responde más a la imagen que el presidente mexicano quiere construirse al exterior, a costa de una institución como Naciones Unidas, aunque lo intentó con un tejido no tan fino como el que tejió José Mujica durante los años que fue mandatario en Uruguay (con mucha distancia de gobiernos como los de Venezuela, Cuba y Nicaragua), el Presidente ha querido elevar su discurso de bienestar y combate a la desigualdad.
El otro mensaje fue el que envió a los migrantes, a ellos les agradeció los envíos récord de remesas que se han reportado en los últimos meses. Y sí, esos migrantes que lo esperaron afuera de su hotel y que lo escucharon atentos en una pantalla merecían ese reconocimiento, ése que acá se ha presumido como mérito propio.
Y ahora se alista a regresar a Estados Unidos. El próximo jueves se encontrará por primera vez con Joe Biden y Justin Trudeau, se fijará una línea más firme de lo que será la relación para la región de Norteamérica, ya veremos cuál será su mensaje cuando esté por segunda vez en Washington, en la misma Casa Blanca, pero con distinto anfitrión. Y, aunque con su visita a NY, Andrés Manuel López Obrador logró enviar el mensaje que quería al exterior, mientras él se encontraba en la Gran Manzana, otra vez padres de niños con cáncer bloquearon el acceso a una de las terminales del AICM, sus pequeños siguen sin medicamentos. Éste, y otros tantos más pendientes, lo esperaban en casa.