Aspiracionistas
8 SEP, 2021
En marzo de 2019 inició una pesadilla encima de otra pesadilla para Jorge —que tiene 44 años— para sus dos hijos y para su exesposa
Frecuencias
RODRIGO PÉREZ-ALONSO
Jorge tiene 44 años, dos hijos y es divorciado. Antes de la pandemia manejaba, como Uber, un coche que consiguió a crédito con términos muy favorables por un banco. Su trabajo de doce horas al día le permitía llevar a la familia frecuentemente a Cuernavaca y a Acapulco, comprar una casa y, salvo uno que otro borracho que subía a su servicio, vivir una vida tranquila y sin mayor sobresalto. Junto con su exesposa, dueña de un local de comida, pagaban escuelas privadas para sus hijos y soñaban con que éstos acudieran a una universidad privada y vivieran mejor.
En febrero de 2019 escuchaba en el radio al Presidente decir que “con eso del coronavirus, no se preocupen”, “abrácense”, y veía como algo lejano una crisis de salud o económica. Al final de cuentas, había ya sorteado muchas crisis, desempleo y falta de oportunidades a lo largo de su vida. Por años escuchó a su padre quejarse de los gobiernos anteriores, la corrupción y el desempleo. Se había ilusionado con un político diferente; alguien que cambiaría las cosas después de años en campaña. Su padre lo convenció, en 2018, de votar por ese eterno candidato a la Presidencia. “¿Qué puede pasar?” —se preguntaba—, después de desilusionarse con otros políticos.
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En marzo de 2019 inició una pesadilla encima de otra pesadilla para él y su familia. Al igual que a millones de mexicanos, su empleo y los créditos del banco le daban más oportunidades que las que tuvieron sus padres. Sin embargo, lo amarraban a pagar, sin falta, una mensualidad por la que tenía que trabajar sin parar. Para abril de 2019, aquello parecía ciudad fantasma. Los pasajeros que solicitaban un Uber desaparecieron casi por completo y, en alguno de esos viajes, Jorge contrajo aquel virus desconocido. “Chingaos” —pensó. “Ya me dio gripa”.
Pues aquello no era una gripa cualquiera. Acabó infectando a su padre, quien murió en un hospital público —después de ser rechazado dos veces— y lo incapacitó para trabajar por meses. Sus ingresos cayeron estrepitosamente. Los niños salieron de la escuela privada que, para entonces, era completamente en línea. No pudo continuar con los pagos, no obstante la asistencia de los bancos. La ayuda del gobierno nunca llegó, el banco tomó posesión de su automóvil y, en la desesperación, tuvo que trabajar informalmente con su exesposa en su local de comida.
En junio de 2021, enojado por la falta de apoyo, los errores y los discursos vacíos, decidió votar por candidatos de la oposición. Inmediatamente sintió la furia discursiva del gobierno contra aquella clase media a la que pertenecía. Aquella clase que votó en contra del proyecto del Presidente y a la cual —como millones de otros mexicanos— ya no alcanzaba oficialmente Jorge.
Ahora, meses después de perder a su padre y enfermar, sin mayor explicación que la voluntad del Presidente en sus conferencias diarias, le pidieron mandar a sus hijos a la escuela presencial. En un descuido, algún compañero de su hijo mayor se infectó con el coronavirus y varios de su clase resultaron positivos, incluyendo su hijo.
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Así, su esfuerzo y aspiración por mejorar fueron castigados no sólo con discursos —que antes lo atrajeron a votar diferente—, sino también por la falta de apoyos y las pocas medidas de salud para él y su familia. Maldito aspiracionismo.