Lunes, Noviembre 25, 2024
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El pinochómetro: un monólogo linear

 

María Amparo CasarA juicio de Amparo
 
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El pinochómetro, un ejercicio mal diseñado, peor implementado y con clara intención política, no hace más que ahondar la polarización de la sociedad y mostrar el nivel de abuso del poder al que se puede llegar. Nada indica que su propósito sea atajar noticias falsas ofreciendo evidencia contraria a lo que se publica en los medios, en las columnas, en el periodismo de investigación, en las organizaciones de la sociedad civil o en las redes. En el estreno de este nuevo ejercicio —totalmente superfluo y redundante, pues el Presidente ha asumido desde el inicio el papel de emisor de la verdad absoluta— no se desmintieron las piezas de información (espionaje, vacunas, basura radiactiva, toma de la UDLA y el paso del Presidente frente a un sicario) ofreciendo pruebas y datos en contrario. Se limitó a decir que eran falsas, a denostar a los medios y a quienes en ellos trabajan por ser beneficiarios del régimen neoliberal y a afirmar que su publicación tenía la intención de desprestigiar al gobierno. La soberbia fue tal, que se afirmó que México vive uno de los peores momentos en materia de periodismo y se resaltó que las fake news no afectan su gobierno, sino que le permiten obtener elementos para exponer a sus adversarios. En efecto, es eso lo que se persigue: exhibir a los adversarios a golpe de declaraciones que no de investigaciones que desmientan lo que se publica.

Plantear un quién es quién en la información no sería mala idea si se hiciera de manera rigurosa y no desde la pista presidencial. México y el mundo lo hacen. Siempre será objeto de debate qué se mide y cómo se mide, pero una vez que se construyen las bases de datos históricas sobre los temas de interés público, ellas constituyen el asiento a partir del cual los ciudadanos se informan y los gobiernos toman decisiones. En ningún país hay una única fuente oficial —que no oficialista— de datos, pero todos tienen sistemas encargados de generación de información estadística que no suele ir acompañada de interpretaciones. La información se ofrece para ser dilucidada y usada por quien lo desee.

En México, oposición y gobierno acordaron, en 2008, que el sistema de información oficial se mantuviera en el Inegi y que, dada la desconfianza que privaba en el gobierno, éste fuese autónomo. Su objetivo prioritario es “suministrar a la sociedad y al Estado información de calidad, pertinente, veraz y oportuna, a efecto de coadyuvar al desarrollo nacional, bajo los principios de accesibilidad, transparencia, objetividad e independencia”. La idea de reforzar al Inegi a través de otorgarle autonomía y mayores recursos —que hoy se encuentran mermados— fue que la información que brindara pudiera ser tomada como base para la discusión pública y la toma de decisiones.

Existen otras fuentes de información generadas por órganos autónomos, academia, empresarios, medios, sociedad civil y organismos internacionales. A todas ellas se puede recurrir para alimentar el debate público. Lo que no suele ocurrir en las democracias es que el titular del Poder Ejecutivo las ignore, las haga a un lado, las descalifique públicamente o las use a conveniencia.

No me peleo con la idea de exhibir las fake news. El litigio es a quién corresponde hacerlo y cómo se hace y, en nuestro país, el monopolio de la verdad lo quiere el Presidente de una manera religiosa: a través de un acto de fe y desde su púlpito. Si en el mercado y en la política debe haber competencia y piso parejo, así también en la información y su difusión es imperativo que los haya. Que la exposición de las noticias falsas —vengan de donde vengan— puedan ser investigadas y exhibidas con base en la evidencia. Con su pinochómetro lo que el Presidente hace es ofrecer alegatos libres de fundamentación.

Sigo sin entender qué es eso del diálogo circular. Lo que veo es un monólogo linear.