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¿Usted, de verdad, le sigue creyendo?

¿Usted, de verdad, le sigue creyendo?

Víctor BeltriNadando entre tiburones
 
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Ningún mandatario elige lo que le tocará vivir durante su periodo. Guerras, desastres naturales, pandemias: cualquier cosa puede ocurrir y, quien en tales momentos ejerce la función de gobierno, deberá cumplir con su responsabilidad —y sacar a la nación adelante— aunque la crisis en turno se interponga con sus planes iniciales. Es ahí donde se distingue a los verdaderos líderes.

A la administración actual le tocó una pandemia que, hasta el momento, ha cobrado cientos de miles de víctimas, y ha dejado a millones más con padecimientos relacionados con una enfermedad cuyos efectos a largo plazo apenas estamos descubriendo. La pesadilla no ha terminado, sino que —muy al contrario— se está recrudeciendo con la aparición de nuevas cepas, más contagiosas que las iniciales, y el esfuerzo de vacunación se está convirtiendo en una carrera contra el tiempo que, en otros países, se está tratando de realizar con incentivos de todo tipo.

“Vacúnense pronto”, es el llamado de los líderes mundiales a su población. La economía no se recuperará si no podemos volver a trabajar con la seguridad previa a la pandemia, y las políticas públicas de nuestros principales socios comerciales están enfocadas en conseguir tales metas. En Estados Unidos, sin ir más lejos, los incentivos para la vacunación van desde una caja de galletas de las girl scouts hasta un porro de mariguana; pizza, donas, cerveza; estímulos fiscales, becas, permisos de caza o entradas a museos. Boletos para rifas, acceso a parques de diversiones o a eventos deportivos: salvo los grupos conspiranoicos, o los seguidores del presidente anterior, la sociedad entera está volcada en vacunarse y regresar a la vida normal.

En nuestro país, sin embargo, no es así. Las imágenes de Chiapas, con cientos de sillas vacías en un evento de vacunación —difundidas ampliamente hace unos días— reflejan, con precisión, una realidad desoladora. La población en Chiapas —como en muchos lugares de la República— no entiende que la crisis no ha terminado, que la enfermedad nos sigue acechando a la vuelta de la esquina, que las frases del Presidente no terminarán con una enfermedad que sigue siendo la prioridad para otros gobiernos.

Al Presidente le urge que hablemos de otras cosas. De las cosas sobre las que cree que tiene una respuesta, como la corrupción de los gobiernos anteriores o los escándalos que —en otros tiempos— involucraron a quienes hoy desnudan las carencias de su gobierno. Es cierto: los expresidentes tuvieron errores cuyas repercusiones seguimos sufriendo hasta este momento.

Las decisiones que en estos momentos se están tomando, sin embargo, tendrán consecuencias mayores para el futuro —y la viabilidad de la nación— que lo que alcanzamos a percibir en estos momentos. El Presidente renunció a ser el presidente que México necesitaba, para consagrarse como la víctima de sus propios caprichos: el pueblo que le respaldó, en sus peores momentos, hoy se esfuerza por justificar su voto por un farsante que no ha podido cumplir.

Un farsante cuyo único mérito es no haber seguido el patrón de los anteriores, pero cuyos resultados, políticas públicas e intereses reales difieren por completo de lo que el país necesita. El país, sin mayores rodeos, no necesita de un mentiroso profesional. México no necesitaba, y no necesita, de un Mesías Tropical.

No, no lo necesita. Basta con poner atención a sus palabras y, sin importar el momento, encontrar reproches en vez de soluciones, acusaciones infundadas, justificaciones para los errores que todos hemos denunciado al seguir la tragedia que estamos viviendo. El Presidente renunció a ser un hombre de su tiempo y sus responsabilidades: hoy, y en los siguientes días, seguirá hablando de los fantasmas que rondan en su cabeza, antes de atender los problemas del país.