Domingo, Noviembre 24, 2024
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El rey de los mediocres

 

Víctor BeltriNadando entre tiburones
 

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El Presidente sabe muy bien cómo es el país que quiere. “La justicia es atender a la gente humilde, a la gente pobre”, afirmaba en marzo de 2019. “Ésa es la función del gobierno. Hasta los animalitos —que tienen sentimientos, ya está demostrado—; ni modo que se le diga a una mascota: a ver, vete a buscar tu alimento. Pues se les tiene que dar, ¿no? Su alimento”.

“Es hasta de burla lo que decían en el periodo neoliberal”, insistía en septiembre del 2020. “No les des pescado, mejor enséñalos a pescar. ¿Qué, así se le dice a un animalito que se tiene como mascota? ¿Se le dice a un perrito, a cualquier animalito, vete a buscar tus alimentos? ¡No! El dueño, el que quiere a ese animal, lo protege y le da de comer. ¿Por qué a los seres humanos no? ¿Cuál es la misión del gobierno? Lograr la felicidad del pueblo, proteger al pueblo. Para eso es el gobierno”.

El Presidente, también, sabe cómo es el país que no quiere. “Un integrante de clase media-media, media-alta incluso, con licenciatura, con maestría, con doctorado, no: está muy difícil de convencer. Es el lector del Reforma; ése es para decirle: siga usted su camino, va a usted muy bien. Porque es una actitud aspiracional, es triunfar a toda costa, salir adelante. Muy egoísta”, declaró el viernes pasado. “Eso sí, van a la iglesia todos los domingos, y se confiesan, y comulgan, para dejar el marcador en ceros”. “Vamos bien”, afirma el líder cuando se dirige a los animalitos a los que, como dueño amoroso, les da su alimento. “No es tiempo de simulaciones: o somos conservadores o somos liberales”, repite a sus mascotas, de las que exige, a cambio, lealtad absoluta. “Es decir, no hay para dónde hacerse: o se está por la transformación, o se está en contra de la transformación del país”.

La transformación de un país que, en realidad, no entiende. Y que no sabe gobernar, ni —mucho menos— le interesa: para el Presidente de la República, la única responsabilidad de su encargo consiste en alimentar a sus mascotas y recibir, a cambio, los votos necesarios para terminar de aplastar a sus adversarios, saciar sus propios rencores y cumplir con sus ambiciones de ocupar un lugar en la historia.

México, sin embargo, es mucho más que eso. El Presidente bien podrá haber recorrido todos los municipios del país —y saboreado las garnachas que cada uno ofrece— pero no ha sido capaz de entender que lo que motiva a la gente para asistir a sus mítines, trabajar de sol a sol, o huir a un país en busca de mejores oportunidades, no es sino la esperanza de que sus hijos puedan desarrollarse en mejores condiciones que las que ellos mismos tuvieron. Por eso el amor al estudio y al trabajo, por eso —también— el orgullo de poder relatar la historia de quienes, con su esfuerzo y su sacrificio, nos convirtieron en lo que ahora somos; por eso el compromiso con quienes vendrán después de nosotros. México no es un país de conformistas.

“Confíen en mí”, suplicó a los empresarios del Consejo Mexicano de Negocios, apenas el jueves pasado, después de reconocer que la inversión pública no sería suficiente para lograr el desarrollo del país. “A Morena le fue bien. Ya tenemos reformas importantes, de fondo, sólo me faltan tres que voy a proponer”.

Sólo le faltan tres reformas, dice. ¿Tres reformas para lograr, exactamente, qué? El país, bajo su gobierno, es una desgracia en cuanto a la economía, la inseguridad, el medio ambiente o la fortaleza institucional. La polarización se acentúa, los proyectos estratégicos no tienen mayor validez que cumplir con un programa electoral, y nuestros socios comerciales desconfían de nosotros. Tres reformas más, ¿para qué?

El Presidente sabe muy bien cómo es el país que quiere y, para lograrlo, sigue alimentando —y polarizando— a unas mascotas dispuestas a defenderlo a costa, incluso, del futuro de sus propios hijos. Al rey de los mediocres le gusta dar pescados, pero no le interesa que sus animalitos aprendan, finalmente, a pescar.