06 de Abril de 2021
La metáfora cayó como anillo al dedo. Una enfermera simuló aplicar la vacuna a un adulto mayor en Zacatenco, sólo le dio el piquete. Las autoridades aceptaron el hecho, alegaron “error humano”, separaron a la responsable y denunciaron campaña de difamación ante la entendible indignación social. Pero, al margen de los dimes y diretes por el injustificable acontecimiento, la imagen gráfica es inmejorable para representar el papel de la abrumadora propaganda oficial respecto a la situación del país.
El presidente Andrés Manuel López Obrador es dado a agitar un pañuelo blanco para anunciar que se ha logrado el deseado fin de la corrupción, aunque lo hace sin aportar un sólo dato verificable que lo sostenga y compruebe. Un acto de ilusión que se desmiente con evidencia: 80% de los contratos que otorga su gobierno son sin licitación, el rechazo a las solicitudes de información se incrementó con él, el Sistema Nacional Anticorrupción está en el abandono y los escándalos por conflictos de interés, malos manejos, falta de comprobación e irregularidades durante su administración han quedado en la impunidad. El pañuelito es la jeringa vacía.
De hecho, se trata de un modus operandi. SPIN, taller de comunicación política coordinado por Luis Estrada, ha contabilizado en las mañaneras más de 40 mil afirmaciones no verdaderas o imposibles de corroborar. El mandatario habla ahí de un México inexistente que supuestamente ha renacido tras décadas ominosas de neoliberalismo. Es la narración simplona, pero efectiva, de historieta maniquea, en la que el narrador se asume héroe de una epopeya de alcances legendarios, en la que se enfrenta a opositores convertidos en villanos que deben ser derrotados, pues los acusa hasta de ser “traidores a la patria”. La jeringa sólo tenía aire, igual que la retórica presidencial.
Sin comprobación se apela a la fe. El Presidente se desenvuelve, dando por sentado que su palabra basta y sobra para ser creída. Cualquier cuestionamiento o revelación que desmienta sus dichos y muestre una realidad distinta es respondida con el escarnio público, descalificando moralmente a la persona y/o al medio que se atrevió a contrariarlo.
Si busca capturar organismos autónomos que generan información e intimidar a la prensa libre y a quienes la defienden, como acaba de ocurrir con Artículo 19, es porque quiere que sus “otros datos” sean los únicos y su narrativa prevalezca. Eso explica que la opacidad sea mayor hoy que antes y pretenda desaparecer al Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (Inai). Tras el video de la vacuna fingida decidieron prohibir grabaciones en los centros de vacunación. Lo grave no es que haya ocurrido, sino que se sepa.
La propaganda apunta a la percepción. Si la sobrina no graba a su tío cuando la enfermera simula inyectarlo, él y su familia creerían que fue vacunado y que las autoridades sanitarias cumplieron con la obligación de hacerle efectivo su derecho a la salud.
No sabemos cuántas personas han sido engañadas por otros “errores humanos”, circularon videos con imágenes similares, ni tampoco las medidas que se tomarán para evitar su repetición, pero da mala espina que su respuesta sea evitar lo que permitió descubrir la falla y corregirla. Con ello mandan el mismo mensaje que el Presidente cada vez que opta por descalificar a quien revela actos indebidos en su gobierno.
La vacunación carga con el lastre de su uso político-electoral. Primero aplicaron dosis a los “servidores de la nación” que reparten programas clientelares antes que a buena parte del personal médico que hoy sigue en espera, sobre todo de hospitales privados que han sido discriminados absurda e injustamente, no obstante los riesgos que corren al ejercer su esencial e imprescindible profesión, razón por la cual son priorizados en el resto del mundo. Increíble que eso suceda en el país con más fallecimientos por covid-19 en el sector Salud. La lógica para ganar votos no es la misma que para salvar vidas.
El presidente López Obrador recurre, de nuevo, a teorías de la conspiración y desliza la idea de que se trató de un montaje sin más prueba que su dicho. Ellos nunca se equivocan y él siempre resulta ser la víctima, aunque lo agarren con las manos en la jeringa vacía.