El territorio que ocupaba el antiguo pueblo fenicio coincide casi exactamente con la costa libanesa, aunque penetrando por el norte en territorio sirio. Consiste en una franja territorial de unos 200 km de longitud por entre 20 y 60 de profundidad, separada del interior por los escarpados montes del Líbano y Antilíbano. Es este un territorio que presenta condiciones morfológicas caracterizadas por una abrupta topografía que forma numerosos valles de difícil intercomunicación terrestre.
Su fertilidad, por los numerosos ríos, secos en verano que la cruzan y que permiten el mantenimiento de acuíferos subterráneos, favoreció la aparición de comunidades que tuvieron una base agrícola en su origen, pero pronto mantuvieron una relación más estrecha con el mar.
Las poblaciones fueron creciendo hasta constituir importantes ciudades, como Biblos (cuyos restos antiguos datan de 2700 a. C.), Sidón, Tiro o Ugarit, que fue totalmente aniquilada y nunca se reconstruyó.
Otras lograron rehacerse, como Tiro, que fue repoblada con habitantes procedentes de Sidón. Las supervivientes volvieron a mostrar signos de su antiguo esplendor. Paradójicamente, señaló el comienzo de la fortuna para ciudades como Arwad, Biblos, Berytus, Sidón, Tiro, Ardat o Sarepta, que pronto se diferenciaron de sus antiguas homólogas cananeas, pero de cuya cultura y raza nunca renegaron, hasta formar una realidad propia a la que los griegos llamarían Fenicia.
Se ha avanzado mucho en el conocimiento de los fenicios. Sin embargo, la información de que disponemos en los escasos papiros que se conservan, se ha malogrado por la humedad del clima. Los escritos sobre materiales resistentes, como la piedra, el mármol o la cerámica se conservan.
La mayor parte de la información que poseemos sobre ellos proviene de fuentes asirias, griegas o romanas. Pero se ha logrado reconstruir una imagen bastante completa y fiable de esa civilización.
Las ciudades fenicias eran independientes. Constituyeron monarquías hereditarias y el rey desempeñaba funciones sacerdotales. Era soberano absoluto con base teocrática, como los cananeos, y apoyado en un consejo de ancianos y en un cuerpo de funcionarios, entre los que destacaba el sufete, magistrado de gran importancia.
Sus valles y sus montes producían cebada, trigo, vino, aceite, dátiles e higos; tenían cabras y ovejas y talaban los cedros y cipreses de sus bosques, famosos en todo el Oriente Próximo, y esa madera resultaba imprescindible para construir los buques con que transportaban sus mercancías y sus tejidos color púrpura.
Llevaban barba y largos cabellos, bonete y multicolores vestidos. Eran hombres libres que constituían familias patriarcales y monógamas, en las que las mujeres desempeñaban un destacado papel. Para ejemplificar esto se puede considerar el caso de Elisa, la fundadora de Cartago. En lugar de equipar grandes ejércitos, confiaban más en la estratégica ubicación de sus ciudades, de difícil acceso y protegidas por sólidas murallas, y en el creciente poderío naval que ostentaban.
Contaban con un importante número de esclavos en condiciones mejores que otros lugares. Tenían la capacidad legal de contraer matrimonio y de poseer determinados bienes muebles, que incluso podían permitirles la liberación.
Eran muy religiosos y supersticiosos y cada ciudad tenía un panteón con una fuerte tendencia sincretista, formado por una tríada de dioses: una divinidad masculina protectora de la ciudad; su esposa, la diosa garante de la fertilidad, tanto familiar como económico; y el hijo de ambos, símbolo de la naturaleza que moría y resucitaba cada año. Se les adoraba en templos que se dividían en tres partes: un pórtico, un vestíbulo que contenía alguna fuente y un santuario de limitado acceso en el que se hallaba la imagen de la divinidad.
Sus necrópolis eran tumbas rupestres, en donde enterraban a sus parientes en sarcófagos con formas humanas, a imitación de los egipcios. Los más ricos eran de mármol o piedra, como los magníficos ejemplares de Biblos o Gadir. En uno y otro caso se acompañaba al difunto con vistosos ajuares, consistentes en objetos de cerámica y joyas.
Además de instalar formas de caballos como amuleto protector en sus proas, las naves fenicias portaban una enseña consistente en un asta con un globo y una media luna, símbolo de la diosa Astarté, así como ornamentos religiosos.
Eran magníficos navegantes. La determinación del norte por la Osa Menor, y no por la Osa Mayor como los griegos, así como el conocimiento de la posición fija de la Estrella Polar, comúnmente llamada “estrella fenicia”, les permitió navegar de noche. Evitaban recalar en puerto al atardecer, como ocurría con las naves de cabotaje de la época, y eso les permitió extender una importante red comercial que se convertiría en puente económico y cultural entre los dos extremos del Mediterráneo.
Han llegado hasta nosotros noticias de otros importantes periplos, como el impulsado por Salomón, rey de Israel, y su socio y amigo Hiram I de Tiro, que en el siglo IX a. C. llevó a los navegantes fenicios desde el puerto israelita de Ezion-Geber, en el mar Rojo, hasta el país de Ofir. Este lugar podría ubicarse en Somalia, Yemen o en India, según relata la Biblia. Por no mencionar “las naves de Tarshis"
Los fenicios fueron por siglos los grandes intermediarios mercantiles de la Antigüedad. Importaban por mar y por tierra, lana mesopotámica; lino y trigo de Egipto; cereales, bálsamos y miel de Israel; caballos, mulos y cobre de Anatolia; cereales, vid y olivos de Grecia; cobre de Chipre; piedras semipreciosas de Irán; plata, plomo y sobre todo el estaño para la fabricación de bronce de España; marfil, esclavos, oro, plata y animales exóticos de distintos rincones de África, e incluso ámbar del Báltico.
Los navíos que partían de Tiro, Sidón, Biblos, Arwad o Sarepta solían llevar en sus bodegas, además de la apreciadísima madera de cedro (lo que acabaría provocando una peligrosa deforestación del propio país), tejidos de gran valor, marfiles tallados, muebles con marquetería de maderas nobles y marfil, ungüentarios y colgantes de pasta vítrea, cuencos y jarras de oro y plata repujados con múltiples motivos o joyas con granuladuras.
Uno de los productos de mayor éxito, y que ha permitido situar algunas de las rutas comerciales fenicias, fueron los escarabeos, un amuleto multicolor con la forma del escarabajo sagrado egipcio que se fabricaba en grandes cantidades.
El comercio de intermediación resultó ampliamente beneficioso. Consistía en desembarcar mercancías propias en un puerto determinado, griego o etrusco, y embarcar allí otros productos, como la cerámica ática o el hierro itálico. Después se transportaban a un tercer lugar en donde se repetía la operación, hasta volver al puerto de partida. El periplo podía durar meses e incluso años.
No obstante, en distintos períodos, las ciudades fenicias, fuertes y ricas, pero desunidas, sufrieron el saqueo de las potencias de Oriente Próximo. Un gran número de habitantes quisieron verse libres del pago de altos tributos y de destrucciones y buscaron horizontes benignos, lo que provocó el asentamiento de poblaciones fenicias en distintos puntos del Mediterráneo.